Jueves, 22 de enero de 2015 | Hoy
CINE › LOS PINGüINOS DE MADAGASCAR, DE ERIC DARNELL Y SIMON J. SMITH
Hace tiempo que el cuarteto blanco y negro pedía su propia película, y el debut cumple largamente con las expectativas: más allá de una innecesaria alusión a la infancia, en todo el film campea un salvajismo y un sentido del absurdo que garantizan una secuela.
Por Horacio Bernades
Aunque algo parecido a un “mensaje” se cuela sobre el final –pero de forma tan diluida que es casi subliminal–, el primer largo de los pingüinos de Madagascar es la clase de película de animación, cada vez más infrecuente, que no usa a sus personajes como vehículos de ninguna clase de pedagogía, sino en función de la más pura y loca narración cómica. En otras palabras, más Tex Avery que Disney. Lo cual es una loable forma de no tergiversar a esos cuatro tipitos (la antropomorfización viene al caso), que desde que aparecieron como secundarios en la primera Madagascar venían pidiendo a chillidos (los pingüinos no gritan) película propia. Después de la serie, acá está el film, que como cumple de sobra con las expectativas sin duda tendrá secuelas. Y que en la Argentina habrá que ver si se exhibe, en algunas salas y horarios, en versión subtitulada. Porque ahora, las versiones digitales permiten que sea el exhibidor el que decida, con o sin previo aviso. En caso de que ello no ocurriera, las voces de John Malkovich y Benedict Cumberbatch, que hacen respectivamente del “malo” y un personaje secundario, se perderán en el ciberespacio.
El comienzo no es muy prometedor. Plegándose a esa manía actual del regreso al origen, a los guionistas se les ocurrió que para introducir la película era imprescindible retroceder hasta la infancia de Skipper, Kowalski, Rico y Soldado Raso (¡traducido como “Cabo” en la versión doblada!). Por suerte es sólo una secuencia: en el resto de la película los cuatro ya son adultos. Que es lo que interesa, ya que lo mejor de estos tipos es su condición de espías, presuntamente pesados. Para festejar el cumpleaños de Raso, que es el más chico de los cuatro, como Auric Goldfinger en Dedos de oro deciden tomar por asalto Fort Knox, sede del Tesoro de los Estados Unidos... para poder acceder a la máquina expendedora de unos chizitos que vuelven loco al chico. Lo más parecido a un “conflicto” que la película presenta (junto con el del “villano”, como se verá enseguida), el pequeñín siente que carece de virtudes para formar parte del equipo. Lo cual lo llevará, of course, a demostrar su valor. Lo que importa es que en el atropello de ideas y acciones esa fórmula dramática (y otras) se disuelve.
El “villano” es Dave, pulpo color lila que se transmuta en científico loco y funciona como tal. Y cuyo nombre los pingüinos confunden, en la versión en inglés, con Debbie (por lo que puede verse en la versión doblada, es de imaginar el ahínco con que Malkovich morderá la ve corta en la original). Las comillas van porque –y éste no es uno de los méritos menores del guión escrito por el trío de Michael Colton, John Aboud y Brandon Sawyer– Dave no es malo para nada. Sólo les tiene bronca a Skipper y los suyos porque desde que llegaron al acuario del Zoo de Nueva York le robaron el papel estelar. Sí, la de Los pingüinos de Madagascar es una historia de venganza, como nueve de cada diez ficciones yanquis, pero es imposible ver en Dave alguna amenaza. En su batalla contra Dave y su ejército de pulpos fucsia, los blanquinegros (genial el gag visual en el que disimulan un escape girando sobre las teclas de un piano) recibirán la ayuda de Viento del Norte, escuadra integrada por un lobo gris, un oso polar, una lechuza blanca y una foca ídem. ¿Que podrían haber sido más graciosos estos cuatro? Sí, podrían.
La acción es sostenida y los gags (verbales y visuales) también. Pero lo que vale es el anárquico, zafado espíritu de Los pingüinos..., codirigida por Eric Darnell, creador de Madagascar. Dave cuenta con un suero “mutantizador” (la palabra no existe, pero el suero tampoco y está buenísimo), que convierte a los héroes en seres verdes con alas de murciélago, colmillos de vampiro o cuernos de alce, que chorrean baba y se hallan en un no muy agradable estado de putrefacción. Terminan desmutantizándose, claro, de modo tan caprichoso como todo lo que sucede aquí: a Darnell y sus muchachos los tienen sin cuidado cuestiones menores, como la lógica narrativa, el hilo del relato y las explicaciones racionales. Se trata de mover el bote y sacudirse esas minucias de encima, como le gusta al rey Julien.
Pengüins of Madagascar,
EE.UU., 2014.
Dirección: Eric Darnell y Simon J. Smith.
Guión: Michael Colton, John Aboud y Brandon Sawyer.
Estreno en copias 2D y 3D.
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