Jueves, 21 de abril de 2016 | Hoy
CINE › AL FINAL DEL TúNEL, DE RODRIGO GRANDE, CON LEONARDO SBARAGLIA Y PABLO ECHARRI
El tercer largo del director de Rosarigasinos es un policial que avanza de manera vertiginosa y aferrado a un guión de hierro, donde todas las piezas encastran de manera perfecta con una prolijidad poco frecuente, aunque de modo algo convencional.
Por Juan Pablo Cinelli
Joaquín es muy huraño para ser aún joven, y vive solo. En realidad vive con Casimiro, un perrito cascarrabias como él, que de tan viejo ya ni se levanta de la alfombrita que tiene en un rincón del caserón. Postrado en una silla de ruedas con la que va de la sala al sótano, donde tiene su taller, Joaquín tampoco camina. Y un día llega Berta, una chica atractiva con una hijita, preguntando por el cuarto que Joaquín alquila en su terraza. Aunque ella es confianzuda, Joaquín la trata con hosca indiferencia. Pero justo él cumple años y ella le prepara una torta, y como trabaja de bailarina de caño le regala una sensual función privada. Mientras Berta le baila a Joaquín, un clip de montaje paralelo muestra cómo la hija de ella se gana la confianza de Casimiro. La música funde ambas escenas y mientras el numerito de Berta sube de temperatura, el pobre Casimiro, estimulado por la nena, se pone de pie después de mucho tiempo. Luego de eso no sería extraño que el propio Joaquín milagrosamente también se levantase de su silla, pero no: él no se para. Aunque cualquiera con algo de picardía, efecto Kuleshov mediante, podrá imaginar que lo que se le para a Joaquín es otra cosa.
El relato de estas primeras secuencias es una muestra que representa con fidelidad los lúdicos mecanismos narrativos y la estructura completa de Al final del túnel, el entretenido tercer largometraje del director rosarino Rodrigo Grande, después de Rosarigasinos (2001) y Cuestión de principios (2009). Un policial que avanza de manera vertiginosa y aferrado a un guión de hierro, en donde todas las piezas encastran de manera perfecta con una prolijidad poco frecuente. Una perfección y una prolijidad que tal vez se vuelvan un poco excesivas, pero que en vistas de tanto policial descuidado y hecho a los ponchazos (no solamente los del cine argentino), se agradecen largamente. Porque Al final del túnel tiene una gracia que Grande sabe dosificar, aportando el tono preciso que cada instancia del relato va demandando. De esa manera la película es un thriller cuando debe serlo; nunca abusa del drama, aunque juegue con sus límites; no teme pisar el acelerador para ponerse violenta y moderadamente explícita en el momento justo; ni mucho menos apelar a la comedia sobre el final, como si fuera consciente de que el juego de casualidades que propone no puede ser tomado demasiado en serio, si no es con esa bienvenida cuota de humor.
Una de las fuentes de inspiración más habituales del cine actual es la realidad, al punto de que la repetida leyenda que avisa que lo que está por verse se encuentra “basado en hechos reales” se ha convertido en un lugar común. Si bien Al final del túnel no lo dice en ningún momento, la base policial de su historia retoma desde la ficción (y de manera muy libre) el ya mítico caso de los boqueteros que robaron una sucursal del Banco Provincia en el barrio de Belgrano, durante el fin de semana de Año Nuevo en 2011. Cambiando algunos detalles superficiales (el robo ocurre en Navidad en lugar de Año Nuevo) o agregando otros para aportar sordidez y convertir a los malos en monstruos (sobre todo al líder de la banda, interpretado con sádica eficacia por Pablo Echarri), Al final del túnel busca despegarse de aquel robo espectacular en el que la banda de boqueteros cavaron durante seis meses un túnel de 30 metros para llegar desde una casa vecina hasta la bóveda del banco. Para terminar de tomar distancia, Grande escoge un punto de vista externo para contar la historia: el de Joaquín, ese hombre inválido cuya casa se encuentra entre el banco y la propiedad que los ladrones eligieron para empezar a construir su túnel.
En la piel del protagonista, Leonardo Sbaraglia revalida su lugar como uno de los actores preferidos por los productores de este tipo de películas de “alta gama” del cine argentino. Junto a Echarri, el aporte del eterno Federico Luppi y la española Clara Lago, encabezan un elenco que logra hacer que este cuento en donde las fatalidades son la clave, consiga ser verosímil.
Argentina / España, 2016.
Dirección y guión: Rodrigo Grande.
Duración: 108 minutos.
Intérpretes: Leonardo Sbaraglia, Pablo Echarri, Clara Lago, Javier Godino, Federico Luppi.
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