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Jueves, 28 de abril de 2016

CINE › EL BOSQUE DE KARADIMA, DEL CHILENO MATíAS LIRA, CON BENJAMíN VICUñA

A Dios rogando y con el mazo dando

Hace seis años, en Chile, una serie de denuncias de feligreses y ex sacerdotes puso al párroco Fernando Karadima en la mira de la opinión pública. Las acusaciones, previsiblemente, giraron alrededor de los términos pedofilia y abuso sexual.

 Por Diego Brodersen

“Es fundamental que estos abusos se materialicen cinematográficamente, que la sociedad no olvide, se sensibilice y ojalá que se empodere. El cine es más que entretención”, afirma el realizador chileno Matías Lira, según reproduce la gacetilla de prensa de su segundo largometraje. Consecuentemente, El bosque de Karadima es un film de denuncia, al menos como muchos lo entendían hace varias décadas: un relato cinematográficamente transparente y directo, su énfasis aplicado al tema que tiene entre manos y sus derivaciones humanas y sociales, y cuya intención última es concientizar sobre una problemática. Basado en hechos y personas reales, el caso puntual podrá no ser muy conocido de este lado de la Cordillera, pero sus alcances son absolutamente universales y urgentes. Hace seis años, una serie de denuncias de feligreses y, fundamentalmente, ex sacerdotes o aspirantes a seguir la carrera eclesiástica, puso a Fernando Karadima –sacerdote católico que, entre 1980 y 2006, dirigió con enorme poder de convocatoria la parroquia El Bosque, en Santiago de Chile– en la mira de la opinión pública. Las acusaciones, previsiblemente, giraron alrededor de los términos pedofilia y abuso sexual.

Inspirado en el médico chileno James Hamilton, el personaje de Thomas Leyton –interpretado por Benjamín Vicuña y por Pedro Campos en sus años de juventud– es el motor de la narración y el que aporta el punto de vista durante gran parte del metraje (excepto en esos momentos en los que la película decide, arbitraria y algo engañosamente, prescindir de esa mirada). Narrada en una serie de flashbacks, a partir de la denuncia original del protagonista ante una autoridad de la Iglesia, el film recorre la relación entre Leyton y Karadima (Luis Gnecco): el encuentro seminal en la Iglesia, en el cual el párroco claramente lo elige como su próximo asistente y objeto de deseo; los primeros contactos sexuales; la indecisión entre seguir el camino religioso o la carrera universitaria; el casamiento con una joven y la conformación de una familia. El perfil de Leyton es claro desde un primer momento: el guión lo presenta como un muchacho conflictuado, de familia de clase media alta y profunda crianza religiosa, enfrentado sordamente a su madre –cuyas andanzas amatorias tuvieron como consecuencia indirecta la violenta separación de su padre–, la masturbación como válvula de escape y vehículo de la culpa.

Existiendo casos de pedofilia probados en relación con Fernando Karadima, la elección de un caso de abuso tan problemático, en el cual las situaciones sexuales se dieron cuando la víctima ya era mayor de edad, generan un problema ulterior de representación y puesta en escena, que El bosque de Karadima no logra resolver. Por momentos, y más allá del lugar de poder del párroco, lo que puede verse en pantalla, en mayor o menor medida, es un vínculo sexual consensuado entre adultos. Más aún cuando el personaje de Vicuña avanza hacia una adultez de tres y luego cuatro décadas. Por ese camino, el film transmite una ligera (y con seguridad no intencional) homofobia, y termina difundiendo una ideología inconscientemente conservadora. Similar a la que suele permitir que los casos de pedofilia en claustros e iglesias sigan ocurriendo en todo el mundo. Quizás la versión para televisión de tres horas de duración, que pudo verse en la TV chilena a comienzos de este año, ahonde un poco más en el conflicto personal del protagonista.


5-EL BOSQUE DE KARADIMA

Chile, 2015.

Dirección: Matías Lira.

Guión: Alvaro Díaz, Elisa Eliash y Alicia Scherson.

Fotografía: Miguel Ioann y Littin Menz.

Duración: 98 minutos.

Intérpretes: Luis Gnecco, Benjamín Vicuña, Ingrid Isensee, Pedro Campos, Osvaldo Santoro.

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Luis Gnecco y Benjamín Vicuña, sacerdote y congregante, custodiados por un crucifijo.
 
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