Miércoles, 3 de agosto de 2016 | Hoy
CINE › FERNANDO DíAZ, GUSTAVO NIELSEN Y MONUMENTO
El cineasta y el arquitecto repasan la larga historia detrás del documental que registra la construcción del Monumento Nacional a las víctimas del Holocausto Judío, inaugurado en la Plaza de la Shoá.
Por Oscar Ranzani
Hace veinte años, el Congreso Nacional sancionó la Ley 24.636 que dispuso la construcción del Monumento Nacional a las víctimas del Holocausto Judío. En 2009, la Secretaría de Cultura de la Nación llamó a un concurso público para presentar proyectos. El ganador fue el de los arquitectos Gustavo Nielsen y Sebastián Marsiglia. La obra, realizada en hormigón y que consta de 114 cubos –en representación de las 113 vidas que se cobraron los atentados de la Embajada de Israel y la AMIA– fue inaugurada el 26 de enero de este año en la Plaza de la Shoá, ubicada en el barrio de Palermo. El director Fernando Díaz siguió todo el proceso de construcción del monumento y al ligarlo con testimonios de los principales responsables y también de sobrevivientes del Holocausto residentes en la Argentina elaboró el documental Monumento, que se estrena mañana en el Espacio Incaa Gaumont y a partir del sábado a las 20 en el Malba.
La idea del documental surgió desde otra idea: “Me gusta mucho Gustavo como escritor y también me había gustado su novela La otra playa. Como quería los derechos de esa novela para adaptarla para el cine empezamos a vernos con mayor regularidad”, cuenta Díaz en la entrevista con Página/12, de la que también participa Nielsen. Hasta que un día el escritor y arquitecto le comentó que se había reactivado “el tema del monumento”. “A partir de ahí, me pareció una súper idea el registro documental sobre la construcción del monumento y, sobre todo, involucrarme con el tema del Holocausto que siempre me interesó”, agrega el director.
–Nielsen, ¿qué tuvieron en cuenta con Marsiglia para el homenaje a las víctimas del Holocausto?
Gustavo Nielsen: –Presentamos el proyecto a un concurso internacional que hubo. La idea era hacer un monumento que no tuviera tanto que ver con la Shoá sino que fuera más abarcativo, más de esos momentos en que el Estado decide aniquilar a todo un pueblo, que en este caso se puede llamar “judío”, pero que puede tener otros nombres. Y pensamos en una metáfora poética de una cantidad de objetos de la vida cotidiana del ser humano que faltan. Se ve que hay una huella en la piedra y que los objetos no están. Y la ausencia de todos esos objetos es un poco la ausencia de una sociedad.
–¿Qué querían que no fuera ese monumento?
G.N.: –Es que nosotros nunca pensamos cosas por el no. Cuando diseñas, pensás positivamente todas las cosas. Pensás: ¿Qué es lo que me gustaría que fuera este monumento? Lo mismo pasó con la película. Es muy interesante porque Fernando me dijo que quería hacerla porque la vio como algo muy positivo aun cuando el proyecto estaba en pañales y no se sabía si se iba a concretar. Había muchas instituciones para ponerse de acuerdo y eso daba cierta ciclotimia al proceso. Incluso, él había grabado un montón de acciones como, por ejemplo, cuando pusieron la piedra fundamental o las reuniones internas nuestras para el diseño y construcción del monumento. En un momento dado, todo fue para atrás. Yo le avisé a Fernando para que detuviera la película. Pero a él le pareció una buena decisión hacerla aunque no se hiciera el monumento, porque también podía ser positivo para un documental la idea de una frustración, de no poder hacer algo. Eso también servía. Pero para el diseño no. Por eso la negación no sirve.
–¿Cómo fue el proceso de registro de la creación del monumento?
Fernando Díaz: –Por un lado, quería ver el proceso artístico y técnico que hacían los dos. Además, como es una obra que se hace una sola vez, tenía unas particularidades técnicas que yo no conozco porque no soy arquitecto ni ingeniero, pero entendía que se iba a hacer por única vez y que no se va a repetir nunca más. Yo veía que ellos estudiaban, consultaban, tenían complejidades que iban descubriendo para hacer esta obra. Esto era fascinante ya de por sí. Y la manera en que lo iban a hacer y cómo iban a buscar los elementos también lo era. Eso está registrado: desde la búsqueda de los objetos que iban a ir al monumento hasta mostrar después los procesos de cómo se iba construyendo. En parte, el desafío de la película era que no se volviera un documental técnico. Justamente traté de tener un equilibrio importante entre lo humano, que es el relato de los sobrevivientes del Holocausto (y a través del Proyecto Aprendiz, donde están los jóvenes involucrados con los ancianos sobrevivientes del Holocausto) con la parte técnica. Ese equilibrio tenía que interesar a todo el mundo y no aburrir a nadie.
–¿Cómo fue el trabajo para dar con los sobrevivientes en la Argentina?
F. D.: –Tuvimos la ayuda esencial de Generaciones de la Shoá, una asociación que reúne a sobrevivientes del Holocausto, a hijos y a nietos. Ellos hacen un trabajo de memoria muy intenso que, como comentaba antes, tienen el Proyecto Aprendiz, que es el testigo del testigo: ponen jóvenes que llevan adelante un trabajo de relación entre un viejito sobreviviente del Holocausto y un joven que se compromete a hacer propio ese testimonio, que está recibiendo de primera mano; es decir, no lo está leyendo en un libro ni viendo en una película. Esa es la fuerza que tiene el testigo del testigo. Generaciones de la Shoá nos abrió las puertas para trabajar con los sobrevivientes.
–¿El fin del documental es el mismo que el que tiene el monumento?
F. D.: –Yo sé que son cosas distintas. Pero tal vez con los años se convierta en el mismo objetivo. El monumento es algo que nos va a trascender a todos. Y tal vez la película, si se preserva y se llega a transmitir por alguna manera moderna que se invente, de alguna manera, va a llegar a lo mismo. A través de la película, se va a explicar un monumento que no fue concebido para que tenga explicación sino para lo que sienta cada espectador cuando lo mire. El documental explica un poco y complementa.
G. N.: –En lo básico son lo mismo: estar en contra de los genocidios y tratar de activar claramente la memoria para que la gente no se olvide de eso. Pero son cosas diferentes. Sobre todo tiene que ver con el registro del monumento. El registro no es histórico, periodístico ni literario de una cosa que pasó sino que es un registro poético. Y lo poético se vive sensorialmente. Cuando escuchas a un poeta que te gusta, recibís toda una carga y no es que lo entiendas. Recibís algo que está por arriba del entendimiento. Va por otro lado. Y, en cierta manera, el monumento es un poema. O por lo menos, quiere serlo.
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