Viernes, 29 de septiembre de 2006 | Hoy
CINE › EL FESTIVAL DE SAN SEBASTIAN EN SUS TRAMOS FINALES
Hana, del japonés Hirokazu Kore-eda, aborda el culto del héroe con la intención de hacerlo trizas. Y se anota a la Concha.
Por Horacio Bernades
Desde San Sebastian
Con la presentación de dos de sus más altas expresiones, la competencia oficial del 54º Festival de Cine de San Sebastián se acerca a su finalización. Y remonta el nivel, decaído en los últimos días por obra y gracia de la española Las vidas de Celia y la multinacional Copying Beethoven, que permitió confirmar que para la polaca Agnieszka Holland están cada vez más lejanos los tiempos de Europa Europa. Cupo al cine de la periferia salvar el honor en baja de la muestra oficial. Tanto la nipona Hana como la iraní-iraquí Niwemang (finalizada con apoyo de Austria y Francia) se anotan para las Conchas, si se permite la expresión.
Opus cinco de Hirokazu Kore-eda –conocido en la Argentina por la magnífica After Life–, Hana no es, en los papeles al menos, la película que podía esperarse de este realizador, a quien caracterizó hasta ahora un cine pausado e introspectivo, estrechamente ligado a la contemporaneidad. En Hana, por primera vez en su carrera, este nativo de Tokio (nacido en 1962) aborda el más antiguo y japonés de los géneros cinematográficos: el cine de samurais. O jidai-geki, para decirlo como mandan los libros. Claro que Hana resulta ser, en verdad, un anti-jidai-geki, en el que Kore-eda aborda el culto del héroe con la loable intención de hacerlo trizas. Film coral como todos los de su realizador (de quien en sucesivos Bafici pudieron verse Distance y Nobody Knows, esta última de inminente estreno en la Argentina), Hana retoma a su modo la historia de los 47 Ronin, épica nacional de la que el maestro Kenji Mizoguchi llegó a filmar una versión.
Ubicada en un barrio pobre del interior en el siglo XVIII, Hana tiene por héroe a un antihéroe absoluto. Se trata de un samurai que se cree cobarde, hasta el momento en que comprende que si no cumple con el mandato familiar (vengar a su padre, dándole muerte al hombre que lo mató) no es porque no puede, sino porque no quiere. Suerte de comedia de época en la que la tradición heroica del género se ve burlada, degradada y finalmente arrancada desde la propia raíz, Hana es un film tan gracioso y llevadero como de extrema ambición. Lo de “film de época” es sólo una máscara: su realizador señaló aquí que lo que lo llevó a emprender esta negación del heroísmo patrio fue el modo en que su país adhirió a la política de venganza global de George Bush Jr., tras los atentados del 11 de septiembre.
Viniendo del realizador de Las tortugas también vuelan podía esperarse de Niwemang (Half Moon, para la distribución internacional) una cabalgata de golpes bajos, amparados por el paraguas de un presunto humanismo. Por suerte, nada de eso sucede en el nuevo film de Bhaman Ghobadi, que en su condición de kurdo iraní vuelve a ubicar su ficción en el borde fronterizo del Kurdistán. De Irán a Irak viajan un viejo patriarca y sus hijos, que son más de una docena y todos músicos. El objetivo: participar de los festejos posteriores a la caída de Saddam, que, como se sabe, tuvo a los kurdos entre sus principales víctimas. Sin dejar de lado el carácter de alegoría política (y salvando en ese punto con elegancia toda posible implicación pro Bush), Niwemang es algo así como una road movie étnica en colectivo. Llena de gracia, color e interés, la nueva película de Ghobadi confirma que, cuando no le da por matar chicos (como sucedía, a troche y moche, en aquella de las tortugas, ganadora del premio mayor aquí), el hombre sabe cómo fascinar al espectador y llevarlo de la nariz, de una punta a la otra del relato.
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