Viernes, 24 de noviembre de 2006 | Hoy
CINE › “TEKOA ARANDU”, MAS QUE UN RETRATO ANTROPOLOGICO
El film de los realizadores de Missionaire le da el protagonismo a una etnia guaraní de Misiones que intenta hacer honor a su nombre, que significa “comunidad de la sabiduría”.
Por Oscar Ranzani
La productora María Cabrejas, el director Fernando Nogueira y el montajista Gustavo Cataldi son recordados por Missionaire, un documental sobre la monja misionera francesa Yvonne Pierron, amiga de las desaparecidas Alice Domon y Leónie Duquet, y única de las tres que logró sobrevivir al terrorismo de Estado de la última dictadura militar. Cuando en 2004 el trío presentó su film en el pueblo misionero Illia –tierra de Pierron–, dejaron varias copias, una de las cuales llegó a las manos de un maestro de la etnia Mbya guaraní. Desde entonces, se reunieron con una de las tantas comunidades Mbya que habitan la provincia del nordeste argentino, y comenzaron a gestar un proyecto que funcionara como registro de cómo viven y piensan los Tekoa Arandú, cuyo nombre en guaraní significa “comunidad de la sabiduría”. Los miembros de Tekoa Arandú “querían transmitir su pensamiento, sus vivencias, su cultura, y estaban buscando un medio para hacerlo”, dice Nogueira. “Así salió la idea de que ellos contaran su propia historia y nos usaran a nosotros como soporte”, agrega. Como consecuencia, el equipo filmó a la comunidad –que son los verdaderos protagonistas y realizadores de su propia historia– y todo quedó registrado en Tekoa Arandú, un documental que se presentará mañana en Pozo Azul, Misiones, a través de un cine móvil del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa). ¿Cómo llegó a concretarse el proyecto? La producción financiera de la ONG ProyectARG tuvo su particularidad: es la primera vez que un proyecto cinematográfico fue seleccionado entre 500 procedentes de 58 países, que se presentaron en el Fondo de Donaciones para Pueblos Indígenas del Banco Mundial. El trabajo de realización duró aproximadamente un año e insumió varios viajes para la preproducción. Lo curioso es que todo el contenido de la película contó con la aprobación de la comunidad Tekoa Arandú y que fue debatido en asambleas comunitarias. Esto aleja a Tekoa Arandú de ser un mero documental antropológico, ya que son sus propios protagonistas quienes le dan vida a la película. Allí exponen su sistema de vida, sus costumbres, su cultura, y plantean las dificultades que padecen por la disminución de sus tierras y los problemas que les ocasiona el hombre blanco como, por ejemplo, el achicamiento de la selva para su utilización comercial, la explotación de las madereras así como la contaminación de los suelos por las sustancias químicas que se utilizan en los cultivos.
“Ellos consideran que todos los problemas que tienen actualmente y que los han tenido durante generaciones anteriores, como los problemas de discriminación, de achicamiento del monte, de salud, de falta de reconocimiento de sus derechos y de sus tierras, de su lengua, etcétera, tienen fundamentalmente que ver con que la sociedad blanca no sabe quiénes son ellos”, describe Cabrejas. “No los conocen... Hay prejuicios sobre ellos, o no saben que existen o no tienen idea de su forma de ver el mundo. Por eso consideraban que hacer algo como una película podía servir para que el hombre blanco los conozca. La idea era, entonces, contar en la película cómo ven el mundo ellos.”
La comunidad Tekoa Arandú está compuesta por 250 miembros: en toda Misiones hay solo 5000 aborígenes de la etnia Mbya guaraní, de los 100 mil que había hace unos cien años. Ocupan un espacio de 5014 hectáreas distribuidas en un rectángulo de superficie que mide 24 kilómetros de largo por cuatro de ancho y que está atravesado por la ruta 17, que une El Dorado con Pozo Azul. En consecuencia, divide a la comunidad en dos. Esto ocasiona severos problemas naturales y afecta la biodiversidad, ya que los animales no se desarrollan de la misma manera que en un terreno sin divisiones. “Si fueran cinco mil hectáreas en círculo –dice Nogueira– habría mayores posibilidades de que eso suceda. Pero al lado del límite de su territorio hay empresas forestales, y todo el tiempo están sufriendo el mordisqueo de los intereses del blanco, de las madereras o del colono que roba media hectárea por día, y como tienen tanta superficie es muy difícil de controlar para ellos.”
La estructura política de la comunidad Mbya guaraní es horizontal y democrática. El cacique se elige en asamblea y el mandato puede ser revocado a la semana o al mes, si deja de representar los intereses de la comunidad. Además, suele ser el más pobre de la aldea, un concepto “totalmente al revés de lo que son los políticos de nuestra sociedad”, dice Cabrejas. Las decisiones se toman por consenso, lo cual “lleva una concepción del tiempo que es imposible de entender para el hombre blanco porque se toman el tiempo necesario para llegar a un acuerdo que puede ser un día entero. Ellos dicen ‘hacemos las cosas despacito y el blanco quiere que hagamos todo rapidito’. Entonces, hablan todos los que quieren, y todo se fundamenta”, sostiene Cabrejas, quien destaca también la concepción diferente de la justicia que tienen los Mbya: “Tiene que ver con la reparación de lo que se hizo y con el aprendizaje para no volver a cometer el error, para que puedas aprender algo de esa cagada que te mandaste y no con el castigo en sí mismo”.
En la comunidad Mbya los niños son sagrados y se tiene muy en cuenta la opinión de los ancianos en las asambleas. Esto tiene varios motivos.
“Primero, porque su transmisión es oral”, detalla Nogueira. “Entonces, se va pasando de generación en generación: quien más haya vivido más experiencia y más sabiduría tiene.” Además, como no tienen un sistema productivo “con un lapso de la vida que servís desde los treinta hasta los cincuenta años, y después estás en post-etapa de producción, es una sociedad que te incluye”, explica Nogueira. Cabrejas sueña con que algún día en las escuelas se celebre el Día del Aborigen, “se deje de celebrar el 12 de octubre” y que se empiece a hablar de los derechos que tienen “no solo porque son víctimas, sino porque son valiosos. Me encantaría que algún día en esa semana del aborigen les expliquen a los pibes en las escuelas que hay que recuperar estos valores perdidos que ellos tienen: el respeto al anciano, a la familia. Estas cosas que uno se las pasa diciendo y que ellos las practican todos los días, y a nosotros no nos importa si los destruyen”, concluye Cabrejas.
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