Jueves, 30 de noviembre de 2006 | Hoy
CINE › “EL GRAN TRUCO”, LA NUEVA PELICULA DEL DIRECTOR CHRISTOPHER NOLAN
El autor de Memento, Noches blancas y Batman inicia vuelve a demostrar que en su filosofía el cine es un gran dispositivo narrativo: en la historia de los ilusionistas Robert Angier y Alfred Borden pueden encontrarse dobleces y recursos que encajan aceitadamente.
Por Horacio Bernades
Un hombre que perdió a la mujer y la memoria, y ahora lo único que quiere es dar con el tipo que la(s) asesinó. Un detective que lucha contra el exceso de luz diurna, el insomnio y el caso que tiene entre manos. Bruce Wayne, construyéndose como Hombre Murciélago para vengar la muerte de sus padres. Memento, Noches blancas y Batman inicia demostraban que para el realizador británico Christopher Nolan no hay héroe que esté libre de una obsesión. En tanto los héroes son dos, lo que narra El gran truco no es otra cosa que la historia de una doble obsesión. La de un par de ilusionistas que, como suele suceder, supieron ser los mejores amigos, hasta convertirse en los peores rivales. Esa rivalidad parecería no reconocer otro fin que no sea la muerte de uno de ambos. Claro que tratándose de ilusionistas esa muerte podría no ser real, sino un truco más. El mejor truco: de allí el título de distribución en castellano.
El título original de El gran truco es The Prestige, y the prestige es el nombre que en la jerga de los ilusionistas se le da, según hace saber el off en la primera escena, al remate de cada acto de magia. “Todo truco tiene tres partes”, silabea Michael Caine con su más perfecto acento británico de la calle. En ese momento es fácil advertir que también la película tendrá la forma de un número de ilusionismo, con su estructura de introducción, desaparición y reaparición. Pero no va a desarrollarse de modo lineal: en su adaptación de la novela del autor británico de culto Christopher Priest, Christopher Nolan y su hermano Jonathan (en uno de cuyos relatos breves se basaba Memento) convirtieron la línea recta hacia atrás de su película más famosa en una suerte de bloques de tiempo, que ciertamente no viajan a la deriva. Ubicada en Londres, en momentos en que la sociedad británica está por pasar de la era victoriana a la de las máquinas e invenciones de comienzos del siglo XX, el relato se abre con el juicio que se le celebra a uno de los magos por la muerte del otro. De allí viajará hacia atrás y adelante, haciendo del espectador su pasajero. El pasajero al que hay que engañar.
El aristocrático Robert Angier (Hugh Jackman) y el proletario Alfred Borden (Christian Bale) se conocen como participantes del número de bravura de un mago (el actor secundario Ricky Jay, uno de los ilusionistas top del mundo entero). Es el típico número en que una chica, metida en un tanque de agua (Piper Perabo, con poca oportunidad de lucimiento) debe deshacerse de unas cadenas en cuestión de segundos, a riesgo de ahogarse. La chica es la prometida de Angier y Borden, el encargado de hacer el nudo. Algo falla; Angier está convencido de que fue deliberado y de allí en más –recordando fuertemente a Los duelistas, el relato de Joseph Conrad que Ridley Scott filmó cuando era un buen director– se convertirá en una sombra negra para Borden. Lo sigue por el mundo entero para arruinarle su truco, robárselo o asesinarlo. Como Borden tampoco se quedará quieto, lo doble, lo mutuo, lo simétrico pasa a ser la norma que rige El gran truco.
Si uno fragúa un diario personal, el otro lo imitará. Una segunda asistente que duplica a la anterior (Scarlet Johansson, tan desaprovechada como la Perabo) hace las veces de espía y amante al servicio de ambos (al servicio también de Nolan, que la usa, como a todas sus heroínas, como mera palanca narrativa). Entre Angier y Borden basculan además Cutter, diseñador de artilugios escénicos (Michael Caine, reuniéndose con Nolan y Bale luego de Batman inicia) y el científico serbo-estadounidense Nikola Tesla (David Bowie, con los carrillos inflados). Pionero de la investigación eléctrica, un halo como de ocultista rodea las experimentaciones de Tesla, cuya rivalidad con Thomas Alva Edison hace eco a la batalla de egos entre los protagonistas. Con el número 2 queriendo multiplicarse ya al infinito, habrá finalmente dos dobles. Uno para el héroe, otro para el antihéroe. Que esas funciones sean intercambiables es, sin duda, uno de los grandes méritos de El gran truco.
Las películas anteriores demostraban que si algo fascina a Nolan es el cine como dispositivo de narración. El desfile de tramoyas, artefactos e invenciones escenográficas que ambos magos despliegan aquí parecería darle a esa fascinación su metáfora más transparente. Esa concepción del cine como engranaje o artilugio se manifiesta desde un guión construido con inapelable rigor simétrico hasta el cuidado obsesivo de cada uno de los rubros técnicos. Pasando, claro, por un elenco en el que cada pieza luce perfectamente aceitada. Piezas, aceite, engranajes: como las anteriores, El gran truco funciona como una máquina, una rueda que gira sobre sus propios principios. Eso puede entenderse como magna virtud o frustrante limitación. Lo más posible es que se trate de ambas cosas a la vez.
7-EL GRAN TRUCO
(The Prestige) EE.UU./Gran Bret., 2006.
Dirección: Christopher Nolan.
Guión: Jonathan Nolan y Ch. Nolan, sobre novela de Christopher Priest.
Fotografía: Wally Pfister.
Intérpretes: Hugh Jackman, Christian Bale, Michael Caine, Scarlet Johansson, David Bowie, Andy Serkis y Piper Perabo.
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