Jueves, 7 de diciembre de 2006 | Hoy
CINE › DIEGO CEBALLOS, DIRECTOR DE “FUSILADOS EN FLORESTA”
El film aborda el caso de gatillo fácil conocido como la “masacre de Floresta”.
Por Emanuel Respighi
En la madrugada del 29 de diciembre de 2001, días después de la terrible represión estatal que dio lugar a treinta muertos y al final del mandato de Fernando de la Rúa como presidente de la Nación, una noticia sacudió aún más la vida de los argentinos en aquellos agitados días: un policía federal asesinó a balazos a tres jóvenes en un bar, supuestamente molesto por los comentarios que las víctimas realizaban acerca del accionar policial en la violenta represión de Plaza de Mayo. Con diferencia de pocos días, el país era testigo (y víctima) de dos caras de la misma violencia estatal, ejercitada por el “gatillo fácil” institucional y personal, respectivamente. Fusilados en Floresta, el documental que hoy se estrena en el cine Gaumont, justamente hace foco en aquel brutal y absurdo triple asesinato, pero como punta de lanza para analizar histórica y sociológicamente la violencia estatal.
Realizado por Diego Ceballos, Fusilados en Floresta avanza a través de dos relatos bien diferenciados pero que se entrelazan. Por un lado, a través de la voz de la familia y los allegados de Cristian Gómez, Adrián Matassa y Maximiliano Tasca, las víctimas del demente accionar del suboficial retirado Juan de Dios Velaztiqui en un drugstore de Floresta. Por otro, las opiniones de especialistas (preferentemente sociólogos, periodistas y organismos de derechos humanos) sirven para agregarle al trabajo un análisis histórico-social sobre el gatillo fácil como práctica de “asesinatos que son enmascarados por una estructura que se usa tanto para combatir el delito como para cometerlo”. Página/12 dialogó con quien había debutado en la pantalla grande con el documental Afroargentinos, para que cuente las motivaciones que lo llevaron a hacer foco en la violencia estatal. “Fusilados en Floresta no es un documental sobre un caso policial, es un documental absolutamente político. No se habla del revólver, del trayecto de las balas, del calibre. Eso es lo que menos importa. Acá los que hablan son los testimonios y a partir de su continuidad se trata de entender de dónde viene el problema del gatillo fácil. El documental trata de determinar los orígenes de la enfermedad, pero no da la cura ni tampoco pretende hacerlo. ¿Quién puede cambiar los vicios, delitos y malas costumbres de una institución plagada de intereses políticos y económicos?”
–¿Cómo surgió, entonces, hacer un documental sobre la “masacre de Floresta”?
–Mientras se estaba a punto de estrenar Afroargentinos, en noviembre de 2002, buscaba un tema para mi segundo largo. Eran tiempos en los que el destino del país se dirimía en las calles, por lo que era evidente que por ese lado iba a venir. Igual, creo que no es uno el que elige al documental, sino que es la historia la que lo elige a uno. Me empecé a interiorizar en la historia de este policía que mató a tres chicos y me di cuenta de que era eso lo que quería contar. De hecho, había ido sin la cámara a la primera marcha por el esclarecimiento del hecho. Y en ese momento decidí que quería hacerlo.
–¿Por qué ese caso y no otro?
–Era un caso muy representativo de lo que estaba pasando en el país. La primera acción estatal había sido la represión de fines de 2001, que dejó alrededor de treinta muertos, y me pareció que el gatillo fácil era el segundo gran caso de violencia estatal. Tenía dos opciones: o analizaba el fenómeno del gatillo fácil desde muchos casos o lo hacía desde uno en particular, para analizar un problema social cotidiano.
–¿Y escogió hacer foco en un caso por cuestiones narrativas o también personales?
–Hasta ese momento, la mayoría de los casos de gatillo fácil no llegaban a juicio. El documental era una forma de apoyar la causa e incluso de colaborar con el esclarecimiento. Y como luego el asesinato fue a juicio, para sorpresa de la mayoría, el proceso de preproducción se hizo más largo, porque la instancia judicial empezó en febrero de 2003. Sentíamos que no podíamos contar la masacre de Floresta sin contar, también, lo que estaba ocurriendo en el país.
–¿Cómo fue la investigación?
–Hicimos un trabajo de buceo: quien hizo lo que hizo no era un loquito ni se trataba de un caso aislado, porque desde 1983 hasta acá se sospecha que hay más de dos mil casos de gatillo fácil a nivel nacional. Más bien la hipótesis que motivó el trabajo fue que el gatillo fácil no es responsabilidad de una sola persona, sino de toda una institución, que le da armas a gente por lo menos incompetente. Y también el documental pregunta y rastrea si la policía como institución puede generar este tipo de policías o si para ello necesita un aval político. ¿Es ineficiencia o consecuencia de que tarde o temprano a determinados sectores políticos les sirve tener este tipo de homicidios? Hay una entrevistada, la socióloga Alejandra Ballester, autora de La policía que supimos conseguir, que dice: “La policía no anda mal. Anda bien porque hace lo que le piden que haga: recauda para la caja política y reprime cuando hace falta”.
–¿Es posible no tomar posición ante un caso de esta naturaleza? ¿Cómo contar la historia?
–La palabra objetividad no entra en mi cabeza. En el documental no hay una voz en off, ni aparezco yo, pero no tengo dudas de que mi opinión está claramente expresada, tanto a partir de los testimonios que aparecen como de la narración. Yo no soy periodista, no tengo la obligación de ser objetivo. Me permito opinar e, incluso, ser partícipe de la historia. No sólo iba a filmar las marchas, sino que también marchaba. El día que terminó el juicio, mientras filmaba, se me caían las lágrimas.
–De hecho, en el documental no aparece la supuesta “otra campana”, que en este caso sería el descargo institucional...
–No quería ni me interesaba incluir la voz institucional policial dando su postura y sus argumentos. Esa postura siempre va a tener espacios: hay muchísimos programas de radio y TV que les dan su lugar a las voces institucionales u oficiales. En Fusilados en Floresta la idea fue que opinaran los que, por lo general, no pueden hacerlo.
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