Jueves, 21 de diciembre de 2006 | Hoy
CINE › OPINION
Por Fernando Solanas
Siendo diputado nacional tuve la satisfacción de que se aprobaran por unanimidad dos proyectos míos: la Reforma de la Ley de Cine (Ley Nº 24377) y la Cinemateca y Archivo de la Imagen Nacional (CINAIN) (Ley Nº 25119). El primero permitió triplicar el presupuesto del INCAA, crear el Consejo Asesor y, con ello, democratizar el sistema de otorgamiento de créditos. El segundo estableció por primera vez en el país una política pública de preservación del patrimonio fílmico, teniendo en cuenta que el 98 por ciento de nuestro cine mudo se perdió y el sonoro se sigue destruyendo por la ausencia de un depósito climatizado y bajo control técnico. Para evitar esa pérdida irreparable era necesario crear un complejo cultural y técnico compuesto por el archivo de films, laboratorio de reparación, biblioteca y centro de datos, un cine con una sala grande y otras pequeñas, para que sirvan no sólo al patrimonio universal, sino a muestras y estrenos del cine argentino. La creación de la Cinemateca era una asignatura pendiente que ya habían realizado en el continente Brasil, Bolivia, Colombia, Cuba, México, Venezuela y otros.
La iniciativa nació en 1993, cuando Federico Mayor, secretario general de la UNESCO, nos invitó en representación de América latina a integrar la comisión Por la Salvaguarda del Patrimonio Cinematográfico. Pero el nacimiento de la ley, en 1997, no fue nada fácil, porque fue vetada por Menem. Los directores, productores y entidades que apoyábamos la iniciativa insistimos y logramos algo excepcional: que el Congreso la votara otra vez por unanimidad, derribando el veto presidencial. Lo que no pudimos imaginar fue que los demás gobiernos ignoraran la decisión del Parlamento y hasta hoy el Poder Ejecutivo no reglamentó ni puso en marcha la Cinemateca. Salvo Julio Mahárbiz, todos los directores del INCAA se manifestaron partidarios de la CINAIN y hubo sugerencias respetables de mantener la escuela de cine (ENERC) en la órbita del Instituto, pero una ley sólo se discute en el recinto y una vez aprobada es falta grave no cumplirla. Han pasado ya diez años y la CINAIN no figura en las previsiones presupuestarias del INCAA, mientras las películas se siguen destruyendo. De la mayor parte de los films no se saca un master de protección y los negativos terminan en lugares no aptos para conservarlos. Otro razonamiento sostiene que la CINAIN le restaría fondos al INCAA, pero olvidan que éste triplicó sus recursos con la Reforma de la Ley de Cine que impulsamos y éstos siguen aumentando. En suma: la ley no se aplica no por falta de recursos, sino porque no hay conciencia de que el Estado tiene la obligación de invertir en la preservación del patrimonio.
Recordemos la ley. En sus fundamentos se prevee que la CINAIN “... está pensada como un ente plural, transparente y democrático, donde estén representadas todas las instituciones que hacen a la industria”. Por ello: “La CINAIN es un ente autárquico y autónomo (...) dentro de la órbita de la Secretaría de Cultura de la Nación” (Art. 1º); “Los recursos de la CINAIN provendrán de: a) El 10 por ciento de los ingresos del INCAA como cuota inicial. En los ejercicios siguientes, el 6 por ciento del total de los ingresos que le corresponden por ley y que no estuvieran afectados al pago de subsidios a la producción cinematográfica” (art. 5º); “El Estado deberá donar un edificio para el funcionamiento de la CINAIN o proveer fondos para su adquisición” (art 9º); “Se destinará la cuota inicial aportada por el INCAA para la compra de una sala de cine en el centro de la Capital Federal, cuya programación y administración dependerá de la CINAIN” (art 10º); “Queda prohibida la destrucción de copias de películas de largometraje o cortometraje, cualquiera fuera el soporte” (art 14º). Mis amigos Jorge Coscia y Jorge Alvarez saben que hemos elogiado su gestión, y si ahora señalo límites y sugiero ideas es porque deseo que la gestión de Alvarez tenga el mayor de los éxitos. Las políticas del INCAA, como las de cualquier institución, deben debatirse públicamente cuando no alcanza lo privado: lejos de debilitarlas, las fortalece y ayuda a corregir errores. Coscia y Alvarez resolvieron con creatividad y decisión algunos de los reclamos históricos del cine argentino: la autonomía financiera, un circuito de salas para el cine nacional y reglamentar la cuota de pantalla en los cines, aunque todavía no se haya logrado hacerlo con la exhibición en televisión. Pero esas grandes iniciativas no tuvieron los ajustes necesarios para perfeccionarlas, como sucedió con las salas “Espacios INCAA”, que lejos de aumentarse se achicaron y se vienen degradando. Aún no se comprende que para quienes producen y realizan una película es tan importante que se asegure su exhibición como que se proyecte en condiciones óptimas. ¿Se puede aceptar que todavía no se haya reformado el principal cine de estreno nacional –el Gaumont–, cuyas salas tienen un pésimo sonido y peores pantallas? ¿No es una falta de respeto al público y directores y técnicos el abandono del Tita Merello? Las salas del INCAA deben ser las mejores del país y hay recursos para hacerlo.
La CINAIN es uno de los proyectos culturales más importantes –quizás el único que crea una institución múltiple– que votó el Congreso desde el regreso a la democracia. Da respuesta a una urgente necesidad en beneficio del cine y la cultura argentina. ¿No es hora de acabar con errores y postergaciones? Guardo la esperanza de que Jorge Alvarez –un dirigente lúcido y eficaz que lucha en varios frentes– pueda superar las dificultades burocráticas y, con la ayuda de todos, haga hacer nacer la CINAIN.
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