Miércoles, 6 de junio de 2007 | Hoy
CINE › MIGUEL PEREIRA Y LAS CLAVES DETRAS DE SU PELICULA “EL DESTINO”
Su film arranca como un thriller, con un narcotraficante que llega a un lugar perdido de Jujuy, pero deriva hacia una historia que interroga sobre la colonización y el modo circular de la historia de América latina.
Por Oscar Ranzani
Cuando Miguel Pereira buscaba locaciones en Jujuy (como en casi toda su filmografía) para rodar su nueva película, El destino, tuvo una grata sorpresa en el pueblo Yavi –ubicado en un valle habitado tan solo por cincuenta personas–, que finalmente lo convenció de que ese era el lugar donde debía filmar la adaptación de la novela El hombre que llegó a un pueblo, de Héctor Tizón. Hasta allí llegó con un compañero de trabajo buscando un paisaje inhóspito, y cuando entraron a un barcito de Yavi se toparon con la dueña del comercio que, tal como indica la costumbre, se les acercó a conversar. Entre café y café, el director de La deuda interna y La última siembra le comentó que estaba por realizar un film de ficción y que andaba buscando un lugar “perdido en el medio de la nada”. La dueña del bar le preguntó entonces: “¿Así como un pueblito de El hombre que llegó a un pueblo?”. Pereira no salió del asombro y se convenció de que estaba en el sitio ideal para contar la historia del largometraje que se estrena a fines de este mes.
El destino tiene en su comienzo un tono policial, cuando un traficante español (Tristán Ulloa) aterriza en una pista perdida de la Puna, disfrazado de cura. Ante la sospecha del empleado de migraciones, muestra su equipaje cargado de Biblias, con una cantidad suficiente como para evangelizar a todo el pueblo. Pero Pedro, en realidad, es correo de la droga y llegó hasta esta zona del altiplano para comprar cocaína y venderla en su país. Entonces, se sube a un micro que lo lleve a Tres Pozos, pero en el camino se descompone, tiene que bajar del ómnibus y el chofer ante su tardanza lo deja en medio de una gran salina. Allí conoce a Jesús, un indígena que lo alcanzará hasta su destino, donde debe encontrarse con sus contactos. Pero una traición lo deja sin el dinero y sin la droga. Encima, los traidores hieren mortalmente a Jesús, que termina con dos balas en su cuerpo. A partir de entonces, comienza otra película. Pedro empieza a ocupar un lugar en ese pueblo como “el cura” que tanto habían solicitado los pobladores, quienes debaten si aceptar o no la construcción de un camino que podría resultar beneficioso o perjudicial, de acuerdo con las distintas ópticas. El falso profeta ahora tiene un nuevo deseo: encontrar el tesoro del que le había hablado Jesús. Es en el encuentro de esas culturas tan distintas que El destino alcanza su pico dramático.
Pereira reconoce que siempre lo deslumbró la literatura de Tizón, pero que la trasposición del medio literario al cinematográfico en la obra de este autor “es bastante difícil, porque escribe muchas ideas”. Pero cuando leyó El hombre que llegó a un pueblo le gustó mucho “la anécdota de un desconocido que, en realidad, en la novela son dos presos que escapan de una cárcel y no son extranjeros. Uno de ellos muere en el camino y el otro deambula hasta que llega a un pueblito en vísperas de Navidad. El pueblito lo toma, cree que es el cura que le vienen pidiendo al obispado desde hace muchos años. Entonces, lo que hace Héctor Tizón es toda una indagación sobre la identidad porque, de golpe, este tipo llega y de un criminal pasa a ser el hombre reverenciado del pueblo”. Pereira sostiene que Tizón “cuestiona qué es lo que somos, cuál es la identidad de un hombre. ¿Es lo que los demás creen sobre nosotros? Porque cada personaje del pueblo ve en este hombre lo que quiere ver: la viuda ve el marido que regresa, la madre vieja ve el hijo ausente que vuelve, los niños tienen una mirada paternal. Entonces, la pregunta de la novela es: ¿somos lo que nosotros creemos que somos o lo que los demás creen que somos?”. Esta indagación es lo que Pereira observaba como dificultoso de traspolar. “Entonces, yo hice una vuelta de tuerca y quise investigar el tema que más me interesa desde siempre: qué es la identidad. En este caso, la identidad cultural de un pueblo, sobre todo en estas épocas de la globalización”, afirma el realizador.
–Al igual que en otras películas suyas, El destino marca el choque de culturas. ¿De qué manera se propuso en este caso plantear qué ocurre con la identidad cultural frente a la globalización?
–Me interesó el hecho de poder llevar a un microcosmos una pregunta universal: ¿qué está pasando con la identidad de los pueblos frente al arrollador avance de la globalización? Entonces, lo que vi ahí era la llegada de los españoles quinientos años atrás, porque hay toda una impronta de la colonización española en Jujuy. Si se recorre las iglesias que crearon, los pueblitos, se ve una fuerte impronta tanto cultural como espiritual-religiosa. Una visión que yo tengo de las cosas es que con la década de los 90, y sobre todo con las privatizaciones, volvió España a la Argentina. Esto fue como una segunda invasión del español. Es como si quinientos años después vinieran a ver qué había quedado en el fondo del cajón. Se llevaron todo el oro, la plata, y quinientos años después vinieron a ver si había quedado una moneda. Lo que vinieron a buscar, en realidad, fueron las empresas estatales: las aerolíneas, los teléfonos, el petróleo, los bancos. Entonces, para mí esta ha sido la fuente mayor de ingresos que tuvo España y la fuente de su milagroso desarrollo económico en estos últimos años, que todos dicen que es por la Comunidad Europea a través de subsidios. Para mí ha sido una nueva sangría que hizo España de toda América latina. Este fue el hecho político-económico del que yo quería hablar, pero hablando también desde lo cultural.
–La película también indaga sobre el tema del progreso y la modernidad y el debate que esto genera en un pueblo. ¿Cómo observa ese debate hoy en día en los pueblos que visitó o conoce?
–Bueno, yo tuve varias charlas con Héctor Tizón. Hablamos con respecto a esto. Y hablamos de la globalización. Yo le pregunté: “¿Vos qué pensás de la globalización? ¿Es buena o es mala?”. El me dijo: “Depende para qué. La globalización es un medio. Si sirve para que le llegue una vacuna a un chico de Zambia y le salve la vida, está bien. Ahora, si es para desplazar a toda una comunidad porque por razones de producción descubren algo y tienen que correr a esa comunidad y hacerle perder su arraigo, es mala”. Entonces, ¿cuál es el sentido que le da uno a todo esto? A mi entender, la globalización existe desde siempre: el hombre pudo producir las cosas que lo hacían autosuficiente, salió en la conquista de la tierra, de los pueblos, etcétera. Es una historia que se repite desde siempre. Por eso, empecé a buscar una figura que pudiera representar eso y la encontré en ese petroglifo que es la espiral que está tallando el indígena al comienzo de la película. Como que es algo que vuelve y pareciera que la historia es circular, que siempre hay pueblos que vienen y dominan a otros. Luego viene la resistencia, la pelea y vuelven otra vez. Por eso, pareciera que no hay escapatoria de la globalización, como que se repite. Por eso, yo también me preguntaba: ¿Qué es esto? ¿Es como rendirse a la imposición del destino, como que ya está escrito y no hay cómo escapar, o uno es capaz realmente de crear al destino?
–Por momentos la película transita por el suspenso a través de la clandestinidad de Pedro, pero en realidad está más cerca del drama.
–Sí, totalmente. Yo quise subvertir el género. Quise empezar contando una historia como un thriller, una cosa medio policíaca, porque no sabemos de un correo de la droga. Tiene un componente de suspenso, pero me gusta subvertir las expectativas del espectador que piensa: “Ah, ya sé qué va a pasar con esta película”. Y la película se va para otro lugar completamente diferente. Lo mismo que con su final.
–¿Cómo incide en esta película su mirada interna de haber nacido en Jujuy y su mirada externa por haber residido en el exterior? ¿Cómo se combinaron ambas a la hora de plantearla y hacerla?
–En mi filmografía he tratado de reflejar esas dos cosas. O sea, la formación cinematográfica la hice en el exterior: estudié y me recibí en Inglaterra. También estudié en Estados Unidos. Tuve una visión supuestamente universal de lo que es el cine que, en realidad, es la visión de los países centrales. Pero yo quería que el contenido y la iconografía sobre todo fuera propia, que fuera muy latinoamericana, jujeña. Llámela como quiera. Esto es algo que, por lo general, está ausente en la cinematografía argentina. Lo que llamamos “cine argentino” es, en realidad, un cine muy urbano, muy clase media, muy psicológico, los temas son muy de la ciudad. Y casi nunca se ve reflejado el mundo rural de la Argentina. Yo tenía un especial interés en mostrar esa iconografía: paisajes, personajes diferentes, realidades diferentes, fiestas diferentes, música diferente. Entonces, fue un poco combinar los dos mundos. Porque, por otro lado, mi cine es bastante clásico en cuanto a la narrativa y le presto mucha atención a la calidad tanto fotográfica como escenográfica de la película. No es un cine desprolijo, donde hay un compromiso político y social y la cámara se mueve y se hace como sea. No. En ese sentido, trato de ser bastante clásico pero con un contenido muy propio.
–¿Pedro es un perdedor?
–Lo que yo pongo en Pedro, en realidad, se lo pongo a toda la audiencia como pregunta. Porque él es un pequeño criminal que tiene esta oportunidad de ganar dinero siendo un correo de la droga. Tal vez si ese “negocio” le saliera bien, él podría encontrar un lugar en el mundo con esta “ganancia”, comprarse alguna casita en algún lugar de España y listo. El destino hace que le falle, que fracase y que quede ahí en esa geografía hostil, alejado de todo. Pero le pone la misma oportunidad. Le da la oportunidad de ser un hombre importante porque, de golpe, en ese pueblo pasa a ser un hombre importante, la gente lo quiere, le da un lugar. O sea, puede encontrar lo mismo por otro camino. Puede encontrar la felicidad, la paz, un lugar en el mundo. Y, sin embargo, la codicia es más fuerte que él.
–¿Se propuso establecer alguna mirada sobre Dios a través del falso cura?
–Sí, la historia y los nombres (Pedro, Jesús María) tienen mucho de bíblico. Tiene una cosa bíblica y sobre todo esta ambivalencia de la religión. El llega con un maletín lleno de Biblias y adentro de las Biblias están los dólares. Hay mucha referencia a todo lo que es la religión, y esa dualidad que adquiere en esa geografía y en esa cultura.
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