Usted se recibió como cineasta el 2 de abril de 1982 en Inglaterra. ¿Cómo recuerda ese hecho y esa época?

–Fue totalmente paradigmático para mí, me marcó, porque yo estaba estudiando justamente en Inglaterra y era una de las épocas más felices de mi vida, porque estaba realizando mi vocación. Estaba en una escuela de cine internacional, donde había estudiantes de todas partes del mundo. Más allá de estar aprendiendo la carrera cinematográfica, era una experiencia extraordinaria, con cabezas diferentes, porque cada uno veía de una manera totalmente distinta. Ahí había tipos de Hong Kong, africanos, europeos, norteamericanos, latinos. Así que era una experiencia riquísima, hermosa, que me marcó mucho. Y de golpe, se produce esto. Ese día estaba junto a otro argentino que también se recibió conmigo: Federico Urioste. El hizo el documental Hundan al Belgrano. Estábamos yendo camino a la escuela para recibir nuestro diploma y en los puestos de diarios vimos: Argentina invade. “¿Qué hemos invadido?”, decíamos y seguíamos caminando. Y cuando llegamos a la escuela nos recibió un colombiano amigo que también estudiaba ahí y nos dijo en broma: “El director los anda buscando y dice que nos les va a dar el diploma. ¿No se enteraron?”. “No, ¿qué?”, le dijimos. “Que ustedes han invadido las Malvinas.” No lo podíamos creer, fue una cosa tan sorpresiva... Me marcó mucho porque tuve que irme, el 19 de abril salí y mi compañero también. Cambió totalmente de un lugar donde uno era feliz (a mí me encantaba Londres y todo lo que vivía) a estar en un país enemigo. Así que por eso, uno de los temas que justamente marco en La deuda interna es Malvinas. Y Urioste hizo Hundan al Belgrano. Los dos quedamos muy marcados.