Jueves, 9 de agosto de 2007 | Hoy
CINE › ENTREVISTA AL CINEASTA DAVID “COCO” BLAUSTEIN, DIRECTOR DE “HACER PATRIA”
El director habla del más personal de sus trabajos, un viaje a los orígenes de su familia. Blaustein da cuenta de una historia de inmigrantes judíos cargada de luchas, persecuciones y exilio. Y explica por qué sus antepasados habían decidido olvidar sus vivencias. “Si aquello era pura tragedia, ¿cuál era el sentido de recordar?”
Por Oscar Ranzani
El tercer documental de David “Coco” Blaustein es, sin duda, el más personal de todos sus trabajos, a pesar de que en sus anteriores largometrajes posó su mirada sobre la militancia política de Montoneros (Cazadores de utopías) y sobre las Abuelas de Plaza de Mayo (Botín de guerra); es decir, dos temas muy comprometidos que Blaustein demostró conocer en profundidad. Su última producción, Hacer patria, es mucho más íntima: se propuso el desafío de contar o, mejor dicho, de navegar a través de un viaje a los orígenes de su familia: una historia de inmigrantes judíos cargada de luchas, persecuciones y exilio. En una necesidad del corazón y de resguardo de la memoria antes que en algún motivo racional, radica la génesis de Hacer patria, un documental que comienza con la investigación del cineasta en el registro del Hotel de Inmigrantes averiguando la llegada a la Argentina de sus abuelos, padres y tíos. A partir del dato que indica que sus antepasados arribaron a nuestro país en barco desde Polonia, el realizador inicia otro viaje testimonial en el que los propios familiares vivos (su mamá nacida en Argentina, sus tíos, primos y hermanos) reconstruyen la historia y colaboran en el armado de ese rompecabezas que significa siempre el buceo en la propia genealogía. “Hacer patria surge primero como un lugar muy iniciático de contar el viaje de papá de Polonia a la Argentina, detrás de la excusa de por qué yo no tengo recuerdos de la infancia de mi viejo, por qué papá nunca me contó, por qué no tengo ningún tipo de recuerdo del viaje. Pero aparte, no solamente no tenía ningún recuerdo del viaje porque papá no me lo había contado sino también porque las tías no lo habían contado, porque la abuela no lo había contado. No había nada del viaje, no había nada del barco”, se interroga Blaustein que a lo largo de dos horas se las ingenia para narrar unos ochenta años de historia familiar hasta llegar al exilio propio y el de sus hermanos.
–¿Cuánto sabía de su familia y cuánto aprendió haciendo este documental?
–Todo lo que sé ahora lo aprendí con la película, lo cual es el sentido máximo del film. Para mí, terapéuticamente, la película fue impresionante. Yo me entero por la película que el nombre de papá era Yehuda y que se lo transforman en Judas cuando el viejo entra en el Hotel de Inmigrantes. Me entero a través de la tía Susana que lo dice y cuando voy al Hotel de Inmigrantes, el tipo lee y me dice: “Su padre se llamaba Yehuda”. También supe del nombre del barco, de la fecha de nacimiento, de los puertos de partida de Europa, de que el abuelo paterno entra con el oficio de buhonero. Me enteré de que el abuelo materno vino a la Argentina con un contrato como tipógrafo y así apareció en los libros del Hotel de Inmigrantes. De alguna manera, yo reconstruí parte de la historia.
–¿A qué atribuye esa falta de transmisión de lo familiar?
–Porque había que tragar. Si aquello era pura tragedia, ¿cuál era el sentido de acordarse de eso? Como dice un familiar en la película, una vez que bajaron de los barcos se olvidaron del polaco. ¿Para qué acordarse del polaco si, como dice mamá (independientemente de que tenga razón o no), eran todos antisemitas y anticomunistas? Toda esa vida es una tragedia. Entonces, llegaron acá y pudieron rehacer su vida. Lo que impresiona de las fotos de los ’50 y los ’60 y que a mí me conmueve es que logran olvidar, de alguna manera, aquella tragedia. Todo lo que muestra el archivo del ’50 y del ’60 que a mí me encantó recopilar son todos estos primos gorditos y rechonchitos jugando a la pelota, tomando la leche, divirtiéndose en la playa, en el Tigre, en Mar del Plata, en Solís, en Bariloche. Entonces, pudiendo haber salvado la vida y teniendo un futuro, ¿para qué volver a atravesar aquello?
–¿La pensó también como un viaje hacia lo más profundo de su identidad, como una necesidad de reafirmarla?
–No, yo creo que eso va apareciendo. No hay una racionalidad explícita ni una hipótesis explícita en lo que yo busco. Sería un acto de pedantería.
–¿Cómo fue el proceso de investigación?
–Hay un gran proceso de investigación en la búsqueda del material de archivo, en la reconstrucción de los apellidos, del árbol familiar y en la búsqueda de los mapas. Hay una especie de búsqueda mía de ciertas cosas como muy elementales de la forma en que en mi familia y con mis hermanos vivimos el tema de la cuestión judía. Pero no hay una gran investigación como en Cazadores de utopías y en Botín de guerra. Se va investigando con cámara en mano en la medida en que va sucediendo el rodaje. Los grandes hallazgos de la película son el viaje a Tandil y a Lobería, sobre todo porque vamos a reconfirmar que no hay nada que reivindicar y nos encontramos con la casa de mi viejo, lo cual altera parte de la película. También hay una gran conmoción en el viaje a Basavilbaso y a Moisés Ville por la conmoción que genera en mí el encuentro con las sinagogas que en la peli está medidamente reflejado. Pero ni remotamente quiero atarlo como un presunto descubrimiento o redescubrimiento, y mi identidad judía... porque me parece que eso es un tema como más personal. Tampoco puedo explicar cuando entro en Basavilbaso y Moisés Ville. Lo que siento es que mi viejo pasó por ahí. Entonces, no quiero darle racionalidad a algo que es estrictamente visceral.
–¿Cuánto influyó la experiencia del exilio en la necesidad de pensar esta película?
–Yo supongo que mucho aunque ni remotamente estaba previsto... Digo, uno arma una síntesis argumental y una estructura en un documental y el guión definitivo se arma cuando se compagina la película. Por lo menos, en mi caso. Yo envidio muchísimo a los colegas que pueden armar guiones documentales de fierro. Me decía Lorena Muñoz la vez pasada que ella concibe los guiones de sus documentales como si fuesen guiones de ficción, lo cual me parece impresionante porque, aparte, las pelis de Lorena son de primera y son atractivas las estructuras. Con una investigación de los personajes, yo tengo una idea de estructura en la cabeza pero claramente la peli se redefine en términos de emociones y de conmociones en la mesa de edición. Ni remotamente pensás en la película que Ariel va a hablar del exilio con la franqueza excepcional con la que habla. Esos son los momentos en que cuando montás una película, saltás porque te das cuentas que lo que a vos te va a conmover, va a conmover al espectador. Tampoco pensás que Eduardo va contar su exilio de la manera que también te lo cuenta, conmigo al lado, por donde pasa un tipo con una bicicleta y otro con la caña. Ahí es cuando aparece lo circular del exilio.
–¿Cómo cree que fue recibida la inmigración judía en la Argentina? ¿Fue un proceso similar al de los italianos y españoles o pueden leerse huellas de discriminación cuando se empieza a investigar?
–Ahí me resultó muy importante un razonamiento que en su momento me hizo mi hermano mayor Ariel. Cuando yo le empecé a hablar de la película, él me dijo que una porción importantísima de italianos y españoles se habían vuelto a sus países de origen. Los nuestros vinieron acá y no se podían volver. Creo que eso te marca definitivamente. Los judíos que venían huyendo de los pogroms o de la Alemania nazi venían acá y se tenían que adaptar o adaptar. Entre eso y el exilio no hay mucha diferencia. Me parece que la discriminación pasa por otro lado. En términos de investigación, cuando investigás ciertas cosas es impresionante el parecido entre la memoria sobre el terrorismo de Estado y lo que puede llegar a ser investigar la memoria familiar.
–¿Cómo es eso?
–Si vos vas a investigar la memoria sobre el terrorismo de Estado y no encontrás archivos, tampoco los encontrás sobre tu memoria familiar. Obviamente que el terrorismo de Estado y la destrucción de los archivos tienen que ver con temas políticos y la memoria familiar tiene que ver con ganas de olvidar. Hay que tener un ego importante para conservar los Súper 8 y las fotos.
–También es posible a partir de la historia familiar reconstruir parte de la historia política.
–Para decirlo estadísticamente: si en la Argentina somos 37 millones de habitantes y esto significa que son siete millones de familias, si uno pudiera reconstruir la historia de esos siete millones de familias sería una forma distinta de reconstruir la historia del país. En términos de salud mental de una sociedad, si todo el mundo pudiera hacer un viaje introspectivo a su memoria familiar como yo hice con esta película, colectivamente sería un hecho excepcionalmente saludable.
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