Jueves, 6 de septiembre de 2007 | Hoy
CINE › “LA VELOCIDAD FUNDA EL OLVIDO”, DE MARCELO SCHAPCES
Por Horacio Bernades
LA VELOCIDAD FUNDA EL OLVIDO
Argentina/España, 2007.
Dirección: Marcelo Schapces.
Guión: Julio Cardoso, Pablo Fidalgo, Paula Romero Levit y M. Schapces.
Fotografía: Angel Luis Fernández.
Intérpretes: Nicolás Mateo, Luis Luque, Uxía Blanco, Marta Larralde y Carmen Vallejo.
Caótica, irritante a veces y en más de una ocasión profundamente desacertada, hay en La velocidad funda el olvido una voluntad de ir siempre a más, una decisión de darle la espalda a lo que se usa, que mueven a rescatarla aun en sus pifies. Su visión de la militancia revolucionaria de los años ’70 la suma al pelotón de películas con voluntad de detectar granos, arrugas y verrugas, allí donde el grueso del cine argentino posdictadura había preferido aplicar un tratamiento de cosmética embellecedora. En este sentido y más allá de sus a veces garrafales desbalances, la primera película de ficción de Marcelo Schapces (había dirigido anteriormente el documental Che, un hombre de este mundo) sintoniza con películas como Los rubios y la recién estrenada M.
El protagonista de La velocidad... es Olmo, chico de veintipico (Nicolás Mateo, protagonista de Nadar solo y coprotagonista de Agua) que el comienzo de la película muestra trabajando a las órdenes del padre. Más que trabajando, sometido a él, a su descomunal manía y descalabrada visión de las cosas. Convencido de que existe una “cuadrícula del mundo” en la que hasta el más pequeño hecho debe encajar, el padre de Olmo (un Luis Luque semicalvo) ha dedicado su vida a la erección de una suerte de Museo No Oficial Argentino de los ’70. Inmenso depósito que sirve de hogar para él y su hijo, el laberinto de pasillos, pilas y estanterías recuerda los abrumadores archivos judiciales de El proceso. Ya se trate de los libros de Gelman, el General o Hernández Arregui como de cualquier clase de fetichito de época, a todo le corresponde allí una etiqueta y una ficha.
Producto, se supone, de la conmoción sufrida a comienzos de los ’80, el autismo paterno incluye la negación de la desaparición de la mamá (la española Uxía Blanco, que aparece en flashbacks). Un accidente impensado, unido a una casualidad de biógrafo, permitirá que el muchacho se libere de la figura paterna, viajando junto a Carmen, una chica gallega (Marta Larralde), al pequeño pueblito gallego de Tui, en busca del fantasma de la madre. Los amplios espacios abiertos traen aire fresco no sólo para Olmo, sino también para la película entera, ahogada hasta ese momento en el más teatral de los encierros. Si no fuera porque para ello es necesario atravesar casi media hora de declamaciones, pontificaciones y recitados de un más que artificioso Luis Luque, no está mal que el paso de la órbita del padre a la de la madre venga acompañado del que lleva del teatro al cine.
Como tampoco está mal el registro en el que la película elige moverse, que admite tanto la presencia del Olmo de veintipico en sus propios recuerdos de infancia, como la aparición del fantasma del padre. Y el de la madre. ¿O se trata acaso de la madre real? Pregunta que podría sumarse a otras de fondo, que la película genera. Una de ellas es si la aparatosa locura de los padres, evocada en flashbacks sobreactuados, se pretende representativa de la de toda una generación o es apenas un caso particular. Una distinción que es clave, pero queda sin contestar. Más allá de la confusión, o en medio de ella, la voluntad de hacerse preguntas pone a la película de Schapces en un lugar dinámico, lejos de todo intento de momificar la memoria.
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