Miércoles, 10 de octubre de 2007 | Hoy
CINE › LA CINEASTA ANAHI BERNERI HABLA DE “ENCARNACION”, QUE SE ESTRENA MAÑANA
Después de haberse dado a conocer con Un año sin amor, la directora plantea, en su segunda película, diversos temas “inherentes a las mujeres y a la sociedad en su conjunto”: la construcción de la identidad a través de la mirada ajena, la realidad de la gente que se niega a envejecer y las adolescentes que quieren ser adultas.
Por Oscar Ranzani
Todo comienza con Ernie (Silvia Pérez) googleando su nombre. Una imagen que, a simple vista, podría parecer de lo más común en los tiempos que corren. Sin embargo, esa imagen encierra mucho más de lo que muestra. Es que Ernie supo ser una sex symbol exitosa en películas clase B, “una actriz”, se define ella. Pero el paso del tiempo acecha y también la indiferencia del mundillo en el que alguna vez se movía como pez en el agua; Ernie parece querer detenerlo, casi negando lo evidente. Hasta que viaja al pueblo Las Flores, donde nació, debido a que se aproxima el cumpleaños de quince de su sobrina Ana (Martina Juncadella). Una vez llegada al lugar, deberá soportar prejuicios familiares y envidias pero también podrá sentirse nuevamente deseada. Ernie buscará revivir, de algún modo, su juventud a través de Ana, mientras que su sobrina se fascinará e identificará con ella y se obsesionará con encontrar un lugar en el medio artístico. El paso de la niñez a la juventud y el tránsito a una cierta vejez atraviesan la historia de Encarnación, segundo largometraje de Anahí Berneri (Un año sin amor), que se estrena mañana.
El debut de Encarnación fue muy destacado. El mes pasado la película obtuvo el Premio a la Innovación Artística en el Festival de Toronto y se llevó el de la crítica internacional en la 55ª edición del Festival de San Sebastián. “En San Sebastián me hablaban mucho de la ternura que tiene la película, que es algo que por ahí no es un valor muy de moda”, comenta Berneri, en diálogo con Página/12, sobre lo que considera que gusta de su película en el exterior. “Trata también de asuntos que son inherentes, en parte, a las mujeres y también a toda la sociedad. Es el tema de no querer envejecer y de las adolescentes que buscan ser adultas y que a los diez años ya quieren ser sex symbols”, agrega Berneri, quien destaca que “es algo que nos pasa a todos. Por otro lado, también está el valor que se le da a la exposición mediática. Parece que lo que no aparece en los medios no existe y, de hecho, la película empieza con una búsqueda en Google. El personaje de Silvia Pérez busca su nombre, que es algo que no sólo hacen los actores o las actrices. Hoy por hoy cualquier persona arma su blog, intenta aparecer, estar”, analiza Berneri.
–El ser privado se transforma en público.
–Sí, y también la película habla de la construcción de la identidad a través de la mirada de los demás. En el trabajo del actor, la mirada del público o del director aprueba o desaprueba el trabajo. Pero no ocurre eso con todos. Ana es una adolescente que quiere triunfar o estar en los medios más allá de tener una gran vocación artística o no. Es simplemente por el hecho de estar, de aparecer.
–Y se identifica con su tía.
–Porque ella tuvo eso, estuvo en los medios.
–¿Por qué la idea de reflexionar a la vez sobre la vejez y la juventud?
–Son dos puntos del crecimiento de cualquier mujer y me gustaba que se unieran. Hablando estrictamente de la película, Ana simboliza la niña que fue Ernie en ese pueblo, también es la hija que no tuvo y, a la vez, es su mejor discípula, es el espectador que le está faltando. En un momento en que Ernie quisiera ser más reconocida, tener un público que la viera, que la escuchara, que la nombrara, encuentra a esta chica que reúne todas estas condiciones.
–¿Cómo nació la idea de esta película?
–Nació con el personaje. Lo primero que hice fue escribir el currículum del personaje, y es como si ella estuviera escribiendo su página de Internet. Nació de mi fascinación con el trabajo de los actores, esto de ver el ego de los actores, la exposición que tienen, más que un director: al filmar una película el actor tiene más conciencia de que es él quien va a ser visto. Es su cuerpo, es su ser que va estar plasmado en la película. Entonces, la exposición es aún mayor que la del director en el trabajo. Esto, más allá de molestarme en el trabajo en sí, realmente me conmueve. Hay algo del ser y el hacer que está muy ligado en los actores.
–¿De qué manera?
–Un actor no existe si no hay un público que le dice “te estoy mirando y te estoy reconociendo como tal”. A mí me gusta pensar que todos actuamos para testigos en nuestras vidas. En realidad, es una frase de Sándor Márai, por eso suena tan linda. Todos actuamos para otro y, al final, ese otro es quien nos dice quiénes somos. Yo me levanto y mi hijo grita: “Mamá, la leche”. Yo ya sé quién soy y le tengo que ir a hacer la leche. La familia hace mucho eso. Por eso, Ernie es un personaje que está buscando su identidad, que tiene conflictos con su familia, que no ha formado un núcleo familiar propio. De ahí, su crisis.
–El tema del pasaje de una etapa a otra que narra la película, ¿encierra también la idea de los pros y contras que tienen estos cambios en las mujeres?
–Sí, hoy el valor que se le da a la juventud hace que parezca que el resto de la vida no es productiva. No sólo en las mujeres, también ocurre en muchos hombres. La película también intenta hablar sobre la elección del rol que uno quiere tener en la vida. Ernie eligió dedicarse al mundo del espectáculo, eligió tener otra vida y no la de su hermana, familiar o en el pueblo. A la vez, ninguna de las dos lleva una vida feliz. Cada una tiene sus consecuencias. No hay un modelo a seguir, no está el modelo familiar opuesto al de la mujer del espectáculo, libre sexualmente, con una existencia más glamorosa. La película también habla de la marginación de las mujeres que trabajan con su cuerpo. Es muy común ver a ex vedettes que salen en los diarios diciendo: “Quiero ser una actriz seria”. Hay algo en el periodismo como jocoso, de querer reírse de esa mujer que ya no tiene el mismo atractivo porque envejeció y no es reconocida como artista.
–La película tiene una mirada femenina con un protagonismo casi exclusivamente femenino también.
–Sí, pero no creo que sea sólo una película para mujeres. Es muy común en las novelas y películas femeninas ver a la mujer sometida que se libera y generalmente se encuentra un chico más joven y comienza una nueva vida. Para mí eso es un pensamiento muy machista. La verdad es que a mí me gusta pensar a una mujer desde su sexualidad. Me interesa que este personaje sea libre en su condición de mujer, que haya vivido de su físico y ahora que está envejeciendo sienta que puede seducir y ser atractiva. También me gusta ver qué pasa con la marginación de los otros por el hecho de haber sido una sex symbol. Hay un momento de la película en que ella termina riéndose de alguien que la recuerda casi como una imagen.
–¿Escribió pensando en Silvia Pérez o la eligió posteriormente?
–No, hice un casting. Siempre pensé que tenía que hacerlo una mujer que entendiera este papel, el conflicto interno del personaje, y que haya sido famosa por su físico en su juventud. Por eso hice un casting de ex vedettes o de ex chicas de tapa. Fue muy generoso que hayan venido a hacer un casting. Silvia se llevó el papel porque era un talento para actuar muy particular y entendió el juego de la máscara: puede estar riendo o cantando pero en su rostro sigue habiendo angustia.
–Resulta difícil no trazar un paralelismo entre la actriz y el personaje.
–Bueno, pero mi película anterior, Un año sin amor, era la adaptación de una novela autobiográfica y este proyecto nació con esa idea: que alguien como Silvia hiciera este personaje. No estaba segura de lograrlo porque no sabía si iba a encontrar una mujer que tuviera herramientas actorales para sostenerlo. No soy una directora que trabaje con no actores, necesito de las herramientas del actor. Creo en las técnicas. Hay mucha gente que cree todo lo contrario. A la vez, hay un juego ahí, porque Silvia, por entender como propio el conflicto del personaje, puede poner en pantalla esa angustia.
–¿El tema del reflejo de la identidad está dado en la negación de Ernie, que trata de mantener, de algún modo, algo que desapareció?
–Sí, es un personaje muy negador y que mantiene la máscara, a pesar de todo. Se quiebra, se pone a llorar y tiene al lado el polvo y el maquillaje para volver a subir a escena en cualquier lugar: en una cena familiar o en cualquier entorno. Lo que pasa es que el físico, la imagen, el cuerpo, son imposibles de mantener pero no otros valores como los actorales que puede tener una actriz, como ella se considera o cree ser.
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