Viernes, 30 de noviembre de 2007 | Hoy
CINE › ALEX DE LA IGLESIA ANTICIPA SU NUEVA PELICULA, “CRIMENES DE OXFORD”
El director de Acción mutante, La comunidad y Crimen ferpecto acaba de rodar una adaptación de Crímenes imperceptibles, y admite su obsesión con la figura: “El crimen perfecto es como la película perfecta, es como la gran obra, es algo a lo que todos aspiramos, es el máximo deseo: conseguir algo químicamente puro, algo que se sostenga en sí mismo porque es bello. Algo imposible”, señala.
Por Facundo Di Genova
–Dame diez minutos que voy hacer una entrevista.
–¡Que no te oigo!
–¡Que me dejes un cuarto de hora que voy hacer una entrevista para Argentina!
–Vale, ¿y las niñas dónde están?
–Acá, jugando conmigo.
Desde Madrid, Alex de la Iglesia le avisa a su mujer, en el otro extremo de la casa, que va a hablar con Página/12. Es la primera entrevista que da el director bilbaíno (Acción mutante, La comunidad y Crimen ferpecto) tras terminar su última película, Crímenes de Oxford, basada en la novela policial del escritor argentino Guillermo Martínez, Crímenes imperceptibles, en la que Martín, un joven estudiante de matemáticas (Elijah Wood), se ve obligado a resolver una serie de asesinatos en clave, junto a un prestigioso académico de Oxford, el señor Seldom (John Hurt), y a la atractiva radióloga Lorna (Leonor Watling).
–En la novela, hay un capítulo en el que los personajes van a la sala de pacientes terminales del oscuro Hospital Radcliffe, a visitar a un amigo allí internado. ¿Por qué le interesó esta parte?
–Frankie es Alex Cox, y ya lo verá, es una persona a la que le faltan los brazos y las piernas. Es de las secuencias que más me gustan de la novela. Y creo que es la razón por la que la hice: la historia de una persona que se taladra (literalmente, se dispara con una pistola de clavos) el cerebro para buscar otra manera de pensar, que no esté guiada por los surcos habituales del pensamiento. Podría hacerse una película sólo con eso.
–-¿Y qué otras cosas lo atraparon de la historia?
–Las cosas que me insinuaba. La novela toca un montón de puntos de la relación de los personajes pero o no los desarrolla, o no quiere hacerlo. Quiere que los desarrolle el lector. En la película le he sacado el jugo a todo eso. O sea, se establece un triángulo amoroso entre un tío increíblemente inteligente, un tío muy joven que quiere emular a ese tío inteligente y una enfermera que está enamorada, si quiere, del cerebro de uno y del cuerpo del otro. Hay un momento en que ese triángulo explota. No es solamente una lucha de cerebros, hay además una lucha sexual entre los personajes. La clave de la película es si podemos llegar a un conocimiento absoluto de algo. Entonces el crimen no es más que una excusa para enfrentar a los personajes ante esa pregunta. ¿Podemos tener todos los datos acerca de un fenómeno?
–¿Podemos?
–Nunca podremos tener todos los datos acerca de algo que ha ocurrido ni que va a ocurrir, por lo tanto nunca sabremos nada con certeza. Tenemos que acostumbrarnos a vivir en una especie de confusión absurda. Seldom cree que esa posibilidad de encontrar la verdad absoluta no existe. Es un cínico, un tío que ha vivido mucho y que sabe que no hay posibilidades de conocer algo con certeza, que lo único que podemos hacer es vivir un sueño en el mundo de la matemática en el que las cosas encajan. Pero en la vida real nada encaja. Y, en cambio, Martín es un tío joven que confía mucho en su futuro y está convencido de que existe una manera de conocer las cosas: las cosas remiten a una verdad matemática, son traducibles a números, como decían los pitagóricos. Entonces el secreto sentido de la existencia es el secreto sentido de los números, si controlas los números que están bajo las cosas, controlas la realidad. Eso es lo que él piensa.
–¿Porque es joven? ¿Seldom es un cínico porque es viejo? ¿Con quién está usted realmente?
–No lo sé, porque ya sabe que en matemáticas todos los grandes genios han descubierto las cosas cuando son jóvenes. Cuando son viejos ya no tienen esa capacidad de riesgo mental para llegar a una conclusión. Creo que la clave está en esa lucha y la verdad es que yo no sé con quién estoy. A veces, la mayor parte, estoy con Seldom. Y, sin embargo, hay momentos de ilusión, en el que realmente crees que las cosas van a tener un sentido. Pero luego no ocurre.
–¿Ese pensamiento tiene ver con su formación filosófica?
–Hombre, sí. Pues bueno, toda la especulación filosófica ha sido central. Si bien en la novela se habla de Heisenberg y de Gödel, yo me centro en Wittgenstein: es el personaje emblemático de la filosofía moderna, es el cerebro más jugoso del siglo XX, a pesar de que no es muy conocido en ese sentido. Es un tío que lanza una tesis que de alguna manera destruye el pensamiento moderno y luego cuando se retira y enloquece y tal, él mismo destruye su propia antítesis, especulando con la posibilidad totalmente contraria.
–¿Su cine es una forma de seguir a Wittgenstein?
–(Se ríe.) No, lo único que hago con el cine es intentar entretenerme, y creo que así entretengo a los demás. En ningún momento lo pensé. En cine, yo no hago más que el tonto... Pero no me haga ese titular: “Yo no soy más que un tonto, declara Alex”. No sea cruel (más risas).
–“El único crimen perfecto no es aquel que queda sin resolver, sino el que se resuelve con un falso culpable”, dice el trailer de la película. Tiene una obsesión con los crímenes perfectos.
–Sí. El crimen perfecto es como la película perfecta, es como la gran obra, es algo a lo que todos aspiramos, es el máximo deseo: conseguir algo químicamente puro, algo que se sostenga en sí mismo porque es bello. Algo imposible. Sin embargo, ese viaje hacia el crimen perfecto me parece lo que le da sentido a la vida, lo que hace sentirte vivo.
–O sea, todo es “ferpecto”.
–Sin duda. Desgraciadamente no creo que exista nada perfecto. Y en el caso de que existiera, no sé si me interesaría. Me interesa más la imperfección, y no estoy intentando justificarme (risas). Me interesa lo que tiene fisuras, lo que tiene una vuelta de tuerca, lo que no es simétrico. La verdad, lo que es humano. Lo otro son objetos de plástico que no interesan a nadie. Una película perfecta sería esa película que empieza, se desarrolla y acaba y uno termina diciendo “qué bien me lo he pasado” y no la recuerdo. No hay nada humano dentro de esas películas que dices “qué buena” y ya se te fueron de la cabeza. En esos crímenes en donde las cosas no encajan, esa imperfección las hace aún más perfectas que lo perfecto.
–Mentir con la verdad, ¿usted hace eso?
–Hombre, yo tengo un amigo que normalmente utiliza ese truco. Y de hecho, en la película Lorna se lo achaca a Martin, le dice “dices la verdad para esconder tus verdaderos sentimientos”. Es un buen truco. A mí se me nota ya mucho.
–¿Qué pasó con René Lavand, el mago manco argentino que es un personaje de la novela? ¿Estará en la película?
–Lo intentamos. De hecho conseguimos videos de René Lavand, y nos fascinaba la secuencia con él en la novela. Es muy buena. Pero no tuvimos manera de introducirla en la historia, hay cosas que se han quedado afuera. Cosas muy buenas, por cierto. No hay mago en la historia. Es como Tom Bombadil, el guardabosque de El señor de los anillos, que se quedó afuera de la película.
–¿Cuál es su opinión en cuanto al tema de los trasplantes y los discapacitados, central en la novela?
–(Piensa, toma aire.) Hombre, en la película es un tema fundamental. El hecho de que haya alguien que para encontrar un órgano para su hija comete una salvajada de crimen, te remite a la vez a la secta de los pitagóricos, unas gentes que consideraban que los retrasados mentales eran pecadores en una vida anterior. Eso es muy fuerte y es esencial en la historia, esa es la clave que lleva al asesino. Y forma parte del juego de la película, que habla sobre cómo el conocimiento que tenemos condiciona nuestras vidas. Es el mundo de Oxford, que destruye al que no es inteligente. Es un mundo muy elitista donde el conocimiento es la moneda de cambio. La única manera de introducirte en ese mundo es ser los suficientemente inteligentes como para sobrevivir entre ellos. Y eso es el talón de Aquiles de Seldom, quien de pronto descubre que ha llegado a cometer un crimen con su soberbia, un crimen tan atroz como el que cometieron los pitagóricos.
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