Jueves, 14 de febrero de 2008 | Hoy
CINE › “PROMESAS DEL ESTE”, OTRO MAGNIFICO EJERCICIO DEL DIRECTOR CANADIENSE
Su nuevo film parece conformar un díptico con Una historia violenta. Y lo que podría haber resultado “una más de mafiosos” es una película inquietante, que interpela al espectador.
Por Horacio Bernades
Cinco segundos bastan para diferenciar una película común de una que no lo es. Cinco segundos duraba el corte ocular más célebre de la historia del cine, el de El perro andaluz. Cinco segundos más de lo tolerado dura el plano frontal de un degüello, en el comienzo mismo de Promesas del este (¡justo el día que se estrena
Sweeney Todd, apoteosis del corte de gañote!). No importa que la de Buñuel fuera una película de vanguardia y ésta otra, de las que suelen definirse como “comerciales”. Las iguala la voluntad de incomodar al espectador, de violentarlo. Por obra y gracia de esa voluntad, el cineasta aragonés volvía perturbadoras las más inanes comedias o melodramas mexicanos. Por obra y gracia de esa misma voluntad, en Promesas del este David Cronenberg toma una historia de mafiosos que pudo haber sido una más y la torna irrenunciablemente propia. Hasta el punto de que no hay un solo plano de la película que no lleve impreso su sello.
No es sólo la presencia del gran Viggo Mortensen (nominado al Oscar por esta actuación) o de los colaboradores habituales del realizador (Peter Suschitzky en la fotografía, Howard Shore en la música, Carol Spier en diseño de producción, el montaje de Ronald Sanders, Denise Cronenberg en vestuario) lo que le otorga a Promesas del este una cualidad inconfundible, que lleva a pensarla como segunda parte de un díptico iniciado con Una historia violenta. Son los temas que ambas despliegan, el modo en que lo hacen, lo que las marca como tales: la identidad como pozo sin fondo, la “normalidad” como fachada, la rareza de lo real, la preeminencia de la pesadilla. Naomi Watts, rubia cronenberguiana de turno, es aquí la partera Anna (ah, los partos en Cronenberg: pensar en The Brood, Pacto de amor, cierta pesadilla de La mosca). Infrecuente protagonista femenina en el cine del autor de Scanners, Anna da con el diario de una chica que acaba de morírsele en la guardia, tras dar a luz. Allí se narra un desolador melodrama de emigrada pobre, prostituta adolescente y esclava sexual en Europa, donde, suponía la muchacha, “el futuro de todo tiene lugar”. Una de varias amargas ironías que recorren la película; otra es el título, así como el hecho de que todos los sacrilegios tienen lugar alrededor de Navidad.
La pista del diario lleva hasta la mafia rusa en Londres. Más específicamente, hasta Kirill (el francés Vincent Cassel, siempre sacado), su padre Semyon (el alemán Armin Mueller-Stahl, dándole un inusitado giro perverso a su eterno papel de viejito amable) y el chofer de ambos, Nikolai (Mortensen, una esfinge). En el restaurante de Semyon se cocinan, entre gestos paternales y sonrisas bonachonas, todos los crímenes posibles. El guión escrito por Steve Knight (autor de Negocios entrañables, donde ya entrelazaba lo sórdido con lo cotidiano) hace proliferar deseos culpables, intrigas y traiciones, no sólo entre refugiados rusos, turcos y chechenos, sino también entre gangsters jóvenes y veteranos, entre padres e hijos y entre hijos naturales y adoptivos. La orfandad atraviesa toda la película, no sólo como mero tópico de melodrama. Anna, que es huérfana de padre y perdió un hijo en la mesa de partos, se hace cargo de la bebé de la muchacha rusa. A su turno y en desmedro de su propio hijo, Semyon “adopta” como sucesor a Nikolai, que perdió tempranamente a sus padres.
Claro que en Cronenberg apariencia y verdad nunca son lo mismo. Así como a Anna puede vérsela tanto como salvadora o apropiadora de la pequeña, los tatuajes que dentro de la pirámide mafiosa cumplen la función de consagración pueden servir para “marcar” a una víctima. La más benevolente figura paterna tal vez esconda a un despiadado filicida. Tal como le sucedía a James Woods en Videodrome, la inmersión de Anna dentro de ese entramado de códigos secretos se torna tan oscura como los tonos nocturno-azulados con que Peter Suschitzky tiñe la fotografía. Como en Una historia violenta, Cronenberg pone los clichés en evidencia, como modo de deconstruirlos mejor. El acento ruso suena casi a autoparodia, y en el restaurante no falta el tenor rubio que canta Ochichornie a voz en cuello. Dobleces, subrayados y apariencias: signo de que algo oculta, el personaje de Mortensen es, visiblemente, una máscara, con un peinado hacia arriba que lo hace parecer como escapado de un comic (o, si se prefiere, como alter ego de Cronenberg, que se peina parecido).
Si la máscara es un motivo recurrente en la obra del autor (recordar el disfraz con cierre de Roy Scheider en El almuerzo desnudo), su contrario, el cuerpo desnudo y por lo tanto expuesto, también lo es, con el protagonista de La mosca a la cabeza. La escena más memorable de Promesas del este tiene lugar en un baño turco, con Vi-ggo Mortensen librando un feroz combate a mano limpia, y a pelo, contra dos cuchilleros. La desnudez refuerza la sensación de absoluta indefensión. Titánica danza macabra contra una muerte terrible, la escena –que ya pasa a formar parte de la más alta antología de la violencia en el cine– se cierra con una brutal agresión al ojo humano. Lo cual confirma a Cronenberg como el más genuino continuador contemporáneo de don Luis Buñuel. Sí, Buñuel, el de aquel ojo tajeado.
9-PROMESAS DEL ESTE
(Eastern Promises) Gran Bret./Canadá, 2007.
Dirección: David Cronenberg.
Guión: Steve Knight.
Fotografía: Peter Suschitzky.
Música: Howard Shore.
Intérpretes: Viggo Mortensen, Naomi Watts, Vincent Cassel, Armin Mueller-Stahl, Sinéad Cusack y Jerzy Skolimowski.
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