Martes, 23 de septiembre de 2008 | Hoy
PLASTICA › ARTISTAS ARGENTINOS Y FRANCESES EN EL CENTRO CULTURAL BORGES
Con el título Urbanidades, la exposición, de gran despliegue, reflexiona acerca de la presencia, cualidades y conflictos de la ciudad, en las obras de siete artistas argentinos y cuatro franceses, convocados por un curador francés.
Por Philippe Cyroulnik *
El Centro Cultural Borges me había invitado a presentar artistas franceses. Pero me pareció mejor poner en relación a artistas franceses y argentinos a través de una temática que constituye un terreno fértil para muchas obras, ya sean figurativas o abstractas. Si insistí en el contexto urbano es porque en Buenos Aires se concentra el treinta por ciento de la población argentina. Además, porque en la periferia e incluso en las zonas rurales, la presencia de lo urbano es determinante. Pero al mismo tiempo, los cambios constantes, los movimientos incesantes de la gente y de las cosas en la era de la circulación, de la mercantilización y de la precarización producen fenómenos complejos que hicieron que algunas zonas surgieran y se desarrollaran y que otras entraran en crisis y se desertificaran. Hablamos de un doble fenómeno de urbanización de las zonas rurales y de reurbanización de la ciudad. Sabemos que esta realidad compleja y rica puede ser una “materia prima” para muchos artistas, puesto que ella suscita tanto problemáticas formales en términos de estructuras, de tensiones de línea y de movimientos, como problemáticas que giran en torno de la imagen, los signos y los estereotipos, e incluso miradas más intimistas que asocian memoria colectiva y memoria individual. Es por esto que hemos reunido deliberadamente en esta exposición a artistas aparentemente lejanos como Carolina Antoniadis, Elisa Strada y Thierry Géhin. Quisimos hacer dialogar fotos y videos como los de Thierry Bernard, Esteban Pastorino y las “construcciones” de Pablo Rosales. Me pareció interesante cruzar el video y los dibujos de Ana Gallardo, que muestran una empatía con los objetos y donde la biografía está estrechamente ligada a la obra que se nutre de lo íntimo anónimo, con las pinturas y las fotos de Graciela Hasper, que absorben las líneas de tensión del espacio urbano, los colores y los signos de esos afiches de los bailes populares de inmigrantes de un cromatismo intenso y con una tipografía que evoca las aventuras tipográficas de las vanguardias de los años veinte (dadaísmo, futurismo, etc.). Invitamos a artistas que conocíamos hace mucho tiempo y cuya obra habíamos expuesto en Francia, como Antoniadis, que hizo un mural impresionante, o Hasper, que realizó una síntesis magistral entre su trabajo pictórico y la fotografía, pero proponiéndoles hacer una obra específica, que creo hace un corte con su imagen habitual y da prueba de la fuerza inventiva de las artistas. Esto fue el resultado de la cercanía que se estableció entre sus obras y de la complicidad entre los artistas y nosotros. Otros artistas que conocimos más recientemente, como Tomás Espina, tienen una mirada saturnina de la ciudad, donde la visión consume literalmente lo real, y pensamos que su presencia era indispensable. Por último, le propusimos a Pablo Rosales (de quien apreciamos su inteligencia para apropiarse del material urbano) hacer una intervención que conjugue a la vez instalación y pintura mural. Incluso le preguntamos si quería hacer algunos muros que serían revestidos con las obras de otros artistas: creo que ha logrado una obra muy importante y que su asociación con las obras de Hasper, Bernard y Strada debe celebrarse.
Lo que muestra esta exposición que no pretende ser exhaustiva es que esta inscripción de lo urbano en el arte puede hacerse a través de articulaciones entre paisaje y urbanismo, entre estructura y ritmo, mediante una reutilización de los signos e imágenes de lo urbano en las problemáticas que implican la señalización, que hacen jugar las intensidades cromáticas propias de la ciudad donde reinscriben con la forma del discurso o de la leyenda sus conflictos y sus disparidades.
Pero esta inscripción de lo urbano puede también pasar por lo que se entiende como cambio constante de su paisaje y su población, por una reapropiación de los signos que evocan el consumo y los juegos urbanos, pero también la precariedad que invade los muros, las viviendas y las calles de las ciudades. Pocas veces vi relacionados con tanta fuerza lo lúdico y lo normativo como en el magnífico mural de Elisa Strada, que evoca tanto los días festivos como el universo unidimensional de nuestras ciudades modernas. Creo que las obras de los franceses dialogan con sutileza y densidad con las de sus colegas argentinos. Catherine Melin se nutre de la ciudad, de su arquitectura y de su mobiliario, pero también de sus márgenes y de sus periferias, así como de los cuerpos que deambulan por ella, de las relaciones y de las construcciones que allí se hacen y deshacen. Ella desmembra lo urbano en una constelación fragmentada de signos, de ritmos y de movimientos de los cuerpos. Es una poética de lo urbano y de lo humano, de sus juegos y apuestas, de los órdenes y desórdenes cuyos sujetos y objetos ella dibujó y visualizó en este trabajo magnífico que realizó y que relaciona video, dibujo y escultura. Crucifer, de Michele Waquant, nos arrastra en un vagabundeo crepuscular, donde la ciudad se reduce a un entorno de signos que evocan la omnipresencia del dolor, de la enfermedad y de la fatiga. Progresivamente, la invasión de los cuerpos que se dejan llevar por el ritmo de una música tecno va a sumergir y comprimir este “paisaje” urbano. El éxtasis histérico de las fiestas urbanas concluye en el silencio gris de las mañanas pálidas. En su travesía, lo urbano deviene un territorio interrogado por la fantasía. Claire soleil, el video de Thierry Bernard, es un recorrido por el territorio de una desaparición programada: la de la ciudad de Besançon, en Francia. Pero el movimiento de la cámara nos hace ir y venir de lo real a lo imaginario: un empapelado kitsch con motivos vegetales se transforma en una “vedutta”, transportándonos a un bosque tan bello como el recuerdo de un pasado elegíaco pero inquietante, como un recorrido hacia un futuro improbable. Lleva consigo la sombra de estas vidas anónimas cuyas alegrías y tristezas quedarán fuera del campo. Sus fotos, que vienen a “agujerear” los muros de Pablo Rosales, muestran estas arquitecturas y estas vidas sin atributos que son el tejido de nuestras ciudades. Muestran lugares inciertos, antes o después de la actividad; como antes y después del desastre; y seres que a veces son reducidos nada más que a cosas.
El plano único de Thierry Géhin encuadra a lo largo del año y con rigor geométrico la ventana de un edificio que es el “jardín” de un anciano: con sus luces, colores, florecimientos y desapariciones. Filma en un silencio luminoso la frágil resistencia al orden de las cosas, el débil y grácil color de ese trozo de naturaleza y la modesta obstinación de su constructor frente a la infinita monotonía de la arquitectura modular de un monobloc.
Como contrapunto, Esteban Pastorino, en sus falsos dioramas, hace del movimiento incesante de los hombres en las vacaciones, el turismo y el trabajo, el paisaje de este continuum urbano en el que se transformó el mundo. Los seres no son más que imágenes arrancadas al movimiento incesante de los flujos de circulación de hombres y mercancías. Son estas relaciones y contrastes los que constituyen la trama de esta exposición en la cual todos los artistas supieron marcar la singularidad de sus presencias y pintar un cuadro conjunto que, aunque parcial, estimula de manera extraordinaria aquello que el territorio urbano contiene como potencialidad para la creación contemporánea.
La muestra, con el auspicio del Ministerio de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, sigue en el Centro Cultural Borges –Viamonte y San Martín–hasta el 12 de octubre.
* Crítico de arte y curador francés, director del Centro Regional de Arte Contemporáneo “Le 19”, de la ciudad de Montbéliard. Curador de Urbanidades.
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