Martes, 1 de agosto de 2006 | Hoy
PLASTICA › MUESTRA HOMENAJE AL SIGLO DE HORACIO COPPOLA
Uno de los pioneros de la fotografía argentina moderna, nacido el 31 de julio de 1906, ayer cumplió un siglo. El jueves se abre una muestra de fotos y films en el Malba.
Por Fabián Lebenglik
Ayer Horacio Coppola cumplió 100 años: una fecha tan rotundamente histórica como su obra fotográfica, gracias a la cual es uno de los pioneros de la moderna fotografía argentina. Su larga vida ha seguido de cerca la marcha del siglo XX. Y su ojo privilegiado (después de sacar fotos durante buena parte del siglo pasado) es un testigo de primera mano, que capturó nuevos puntos de vista a través de la relación con la luz que implica toda fotografía. El propio Coppola recuerda cómo en 1910 vio desde su casa de Avenida Corrientes al 3000 que la luz eléctrica venía a reemplazar a la luz de gas. También su relación con el cine ha sido intensa, directa e irregular. Fundó el primer cineclub en 1929 y a lo largo de su vida estudió cine, trabajó en unos estudios alemanes y filmó varias películas propias, cortometrajes y documentales.
El jueves a las siete de la tarde el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba, de Av. Figueroa Alcorta 3415) y la galería Jorge Mara-La Ruche inauguran una muestra homenaje con más de medio centenar de fotografías, especialmente del período que va de los años veinte a los cuarenta, donde se incluyen las versiones restauradas y digitalizadas de sus films, por el responsable de cine del Museo, Fernando Peña.
Ante los ojos de Coppola pasaron las luces y sombras del siglo: el fotógrafo recuerda, por ejemplo, la imagen de su padre siguiendo el desarrollo de la Primera Guerra Mundial a través de las batallas representadas por alfileres en un mapa de Europa, desplegado en la sala de estar. Otra sombra, ya no siniestra, es la de los túneles del subterráneo recién inaugurado, gracias al cual recuerda cómo de niño recorría Buenos Aires bajo tierra desde el primer vagón de la formación, experimentando el vértigo de la velocidad y la fuerza centrífuga del coche chirriando en las vías en cada curva.
Lo que los almanaques periodísticos y escolares consignarían en el futuro como efemérides pasaban en presente ante los ojos de Horacio Coppola, que recuerda también el festejo en Buenos Aires del fin de la Primera Guerra Mundial: una multitud reunida en la Avenida de Mayo para celebrar la firma del Tratado de Versalles. Tiene conciencia de estar mirando la historia, como también de la necesidad de establecer un registro personal de todos esos cambios de paradigma que atravesaban lo histórico, político, estético, arquitectónico, urbano...
La obra de Coppola, como sucede con casi toda la buena fotografía de las primeras décadas del siglo, demuestra que no hay nada demasiado nuevo en el género después de los años ’20 y ’30. Los debates de aquellos años –que hacían foco en la relación problemática y enriquecedora entre la pintura y la fotografía– también se pueden rastrear en sus trabajos. Las referencias directas (a Gris, Picasso y Braque) muestran la relación productiva entre el arte de vanguardia y los puntos de vista fotográficos, así como la fascinación por la técnica y las investigaciones ópticas. La polémica “fotografía versus pintura” que se ve desde la composición típicamente pictórica y el concepto del encuadre, así como en los experimentos con las formas, los contrastes de luz. Todo eso está presente en las fotos de la muestra.
Otro fenómeno de época es la interconexión entre las artes. Coppola asiste a las conferencias de Marinetti en Buenos Aires, sobre el futurismo, en el Salón La Argentina, así como recuerda el festejo, junto a Güiraldes, por la publicación de Don Segundo Sombra.
En Coppola es nítida la distinción entre lo que podría pensarse por una parte como fotografía poética y por la otra como prosa fotográfica; así como entre la ficción y el documento. Hay una separación entre la intención de generar una imagen abstracta y la perspectiva de un registro apegado a lo real. En este último caso el gesto del fotógrafo es producir un encuadre sorprendente o un punto de vista poco habitual.Cercano a la creación de la revista Sur y su entorno, amigo de Victoria Ocampo y de Xul Solar –de quien recuerda haberlo visto comer pétalos por la calle–, Coppola se rodeó desde siempre de escritores, pintores y músicos. Publicó algunas de sus fotos en la primera edición del Evaristo Carriego de Borges.
En 1930 hace su primer viaje a Europa: recorre Italia, Alemania, Francia y España. Ese año y el siguiente colabora en la revista Sur, donde aparecen fotos suyas. En Europa se impacta con el arte moderno y con una conferencia de Heidegger sobre “La verdad”. En España vive de cerca el nacimiento de la República, sin saber lo efímera que sería. Se mete entonces de lleno en la máquina cultural del Berlín de entreguerras, en 1932. Le presentan a Grete Stern –con la que formaría pareja– y ésta a su vez le presenta a Walter Peterhans (matemático y fotógrafo), que dirigía el departamento de fotografía de la Bauhaus. Walter Peterhans, decía Grete Stern, “nos enseñó a ver fotográficamente. Nos hizo comprender que no se debía juzgar una composición sobre la lente de la cámara. Esto quiere decir que se debe reconocer el motivo simplemente con el ojo”.
El período de entreguerras fue extraordinariamente rico en el campo artístico. Durante el primer tercio del siglo XX, con el crecimiento de la producción industrial en serie y el consumo de masas, a partir de apuestas estéticas como las de la Bauhaus, se dieron las condiciones para que surgiera una alianza entre arte e industria: allí confluyeron las nociones de forma y función bajo la nomenclatura del diseño industrial.
La propuesta de la Bauhaus se centraba en mejorar el hábitat, los objetos de uso cotidiano y el mobiliario, mediante la síntesis de las artes plásticas, la artesanía y la industria de productos masivos. Allí se introduce Coppola hasta que la Bauhaus es cerrada por los nazis en abril de 1933, cuando Hitler gana las elecciones.
Concurre como asistente a un estudio cinematográfico y cuando quiere iniciarse en la célebre UFA (la compañía cinematográfica estatal alemana en la que hacía sus películas, entre otros, Fritz Lang), en Potsdam, los nazis frustran esa posibilidad. Coppola sigue entonces un curso de cine en la Universidad Karl Marx, hasta que a fines de 1933 integra un grupo, junto con Grete Stern y otros que frecuentan el círculo de Bertolt Brecht. Con la cámara Leica y una filmadora Siemens de 16 milímetros recorre el Este de Alemania, saca fotos y filma un cortometraje. Se va de Berlín junto con toda la diáspora antinazi para encontrarse con Grete Stern en Londres y se mudan a una casa-estudio. Colabora en los Cahiers d’Art y allí se publican sus retratos de Joan Miró y Marc Chagall. Luego se publica otra serie de fotos suyas, junto con otras de Stern y Walter Peterhans.
Le encargan fotografiar el arte sumerio del British Museum y del Louvre. Con ese material se edita el libro L’Art de la Mesopotamie en 1935 y lo presenta nada menos que Henry Moore con un extenso análisis en la publicación The Listener, de junio de ese año.
Coppola y Stern deciden volver por unos meses a la Argentina, pero se quedan a vivir permanentemente, aunque unos años después se separan.
Invitados por Victoria Ocampo, ambos exhiben su obra en los salones de la Editorial Sur, poco después de llegar en el mismo año de 1935. En aquel entonces, uno de los pocos que supo valorar la muestra fue el crítico Jorge Romero Brest. La exposición en la Editorial Sur se acompaña de un texto teórico y desafiante que, con el tono de un manifiesto, define los principios formales de sus trabajos y postula la fotografía como un modo de conocimiento. Su calidad y rigor –que de hecho constituyeron el comienzo de la fotografía moderna argentina– fueron prolijamente ignorados por la mayoría del ambiente fotográfico local, pero obtuvo reconocimiento entre los pintores y escultores de la época. Más adelante,en 1945, en la casa de Grete Stern en Ramos Mejía, se haría una de las primeras exposiciones del grupo Madi.
Gracias a la muestra en Sur, la Municipalidad de Buenos Aires le encarga la realización de un libro de fotos porteñas, que incluían la novedad de la construcción del Obelisco: “Buenos Aires, 1936”. En ese libro queda documentada de un modo personal la Buenos Aires que se iba y sus transformaciones, a las puertas de los festejos del cuarto centenario de la fundación de la ciudad. En 1937 realiza el documental “Así nació el Obelisco”. En 1943 funda Ediciones de la Llanura, que comienza con la publicación de dos cuadernos de Huacos de las culturas Chimú y Chancay.
A fines de la década del ’60 realiza un viaje por Europa en un Fiat 600: 24 mil kilómetros en 225 días.
En 1969 presenta en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires su primera exposición retrospectiva, donde exhibe 40 años de fotografía.
Se intensifica el reconocimiento internacional del trabajo de Coppola y varios museos e instituciones adquieren fotos suyas.
En 1984 comienza a formar a un grupo de discípulos con el nombre de Grupo Imagema, con los que presenta varias exposiciones. Además de revelar su admiración de siempre por la obra de clásicos como Nadar, Weston y Stieglitz, entre otros pioneros, Coppola tiene una definición propia de la fotografía, a mitad de camino entre la especificidad técnica y la concepción pictórica: “Es necesario caracterizar el uso de la cámara fotográfica como un escorzo del objeto desde un único punto de vista en el espacio y el tiempo”. Coppola recibió el Gran Premio del Fondo de las Artes (1985) y fue declarado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires en el 2003.
(Inaugura el jueves y sigue hasta el 11 de septiembre, en el Malba, Figueroa Alcorta 3415.)
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