Martes, 8 de septiembre de 2015 | Hoy
PLASTICA › DOBLE EXPOSICIóN DE AI WEIWEI EN BEIJING
En el distrito artístico “798” de Beijing, el consagrado artista chino Ai Weiwei presenta una gran exposición por partida doble, que consiste en la deconstrucción, traslado y reconstrucción de un templo antiguo.
Por Fabián Lebenglik
Mientras continúan los ecos del impresionante y multitudinario desfile militar “contra el fascismo” del pasado jueves 3 para celebrar el 70º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, la zona de la plaza Tiananmen, centro de los festejos, con gradas montadas para asistir al desfile, sigue vallada, con paso peatonal restringido y con un fuerte dispositivo policial; pero las enormes avenidas que rodean la zona ya recuperaron la circulación normal.
El resto de la ciudad, después de esta especie de feriado, continúa con el dinamismo y la energía de siempre. Sucede lo mismo en el distrito de arte “798”, un barrio al nordeste de Beijing, que queda a veinte minutos en auto. Este distrito artístico comenzó a tomar forma hace algo más de una década, como parte de una gran operación inmobiliaria y cultural, para ocupar, reciclar, alquilar y subir el precio de los antiguos galpones vacíos –hoy espacios de arte y ocio– de una amplia zona industrial que había funcionado a pleno a partir de los años cincuenta y hasta hace unos quince años.
El distrito es una suerte de zona franca, muy internacional en los criterios, dinámica y visitantes, donde hay centenares de locales de arte y diseño.
En estos días el barrio es protagonista de un acontecimiento artístico y cultural: dos gigantescas muestras del consagrado artista local Ai Weiwei (1957). Se trata de la primera gran exposición individual que el artista realiza en su país, en un momento en que las tensiones entre Weiwei y el Estado han disminuido. En julio el artista recuperó su pasaporte y en agosto pudo viajar a Alemania, donde reside su familia.
Ai Weiwei es hijo de uno de los grandes poetas chinos, Ai Qing, primero mimado y luego castigado por el régimen. Vivió en Estados Unidos entre 1981 y 1993. Participó del diseño del Estadio Nacional de Beijing (conocido aquí como “El Nido”), donde se jugaron los Juegos Olímpicos en 2008. Su activismo político, junto con sus investigaciones artísticas sobre las consecuencias de la revolución cultural china, lo colocaron en tensión creciente con ciertos sectores del Estado. Su atelier fue demolido por las autoridades chinas, aduciendo que no cumplía con las normas de construcción. Y cuando el artista anunció que denunciaría el atropello, sufrió arresto domiciliario durante 2010. Por su parte, Weiwei había denunciado oportunamente la mala construcción antisísmica de las escuelas de Sichuán, que se derrumbaron como consecuencia del terremoto de 2008, en el que murieron más de 70.000 personas (entre los que había miles de niños). La obra de Weiwei se fue haciendo cada vez más conceptual y política. Según escribe la crítica alemana Susanne Gaensheimer, “Ai Weiwei no sólo examina los mecanismos del arte internacional, los mercados de antigüedades y la exportación asociada de los valores culturales y los conocimientos históricos, sino que también refleja el choque al que se sometió a la sociedad china entre viejas y nuevas ideas, respecto de los valores y los procesos de una rápida modernización”.
En los últimos años su obra fue expuesta en grandes muestras. Una abreviada lista retrospectiva incluye la ciudad de Berlín (en el Martin Gropius Bau), el pabellón alemán de la Bienal de Venecia en 2013, el Museo Hirshhorn de Washington (2012), el Jeu de Paume de París (2012), el Museo de Bellas Artes de Taipei, la Casa del Arte en Munich (2011), la Bienal de San Pablo (2007) y la Documenta de Kassel (2007). También integró exposiciones grupales en China, especialmente en Beijing y Shanghai.
Ahora presenta una doble exposición, curada por Cui Cancan, en dos espacios adyacentes: las galerías Continua y Tang Contemorary Art.
Se trata de un proyecto de gran envergadura que el artista dirigió personalmente desde su concepción hasta su realización in situ. Esta aclaración no es menor, porque en varias de las muestras internacionales que lo tuvieron como protagonista debió organizar todo a la distancia, o de manera semiclandestina, por su imposibilidad de salir de Beijing, o incluso de realizar exposiciones. Ahora es tiempo de distensión.
La doble exposición gira en torno de un antiguo templo de la dinastía Ming, en la ciudad de Zhejiang, situado dentro del gran pabellón de la casa de la familia Wang y que había sido un centro de gran actividad social y religiosa durante siglos. Después de la revolución el templo quedó en desuso y tras décadas de abandono y deterioro, Weiwei, en una visita a Zhejiang (que es la ciudad de sus padres), vio que lo que quedaba de aquella construcción histórica estaba en venta. El artista la compró y desarmó los restos del templo en 1500 partes, para trasladarlo y reconstruirlo meticulosamente dentro de ambas galerías, que comparten una enorme medianera.
La estructura del templo aquí reconstruido consiste en centenares de columnas, vigas, pilares y partes de madera, perfectamente encastrados, que responde a una técnica arquitectónica milenaria, en sintonía con ciertas corrientes del pensamiento chino.
Más allá del significado histórico, político y cultural, la belleza de la construcción es de una conmovedora potencia, tanto como el modo en que el artista adaptó la construcción respetando el entorno, las arquitecturas y demás particularidades de ambas galerías (como los árboles que hay en los interiores). Esto transforma a la exposición, entre otras cosas, en una reflexión sobre la historia y el contexto.
La visita de la muestra incluye recorrer por completo el interior del templo reconstruido. De modo que el visitante sube, trepa y se desplaza por los distintos niveles de la estructura reimplantada en ambas galerías. Así, al experimentar físicamente el contacto con esta bella estructura, recorremos también un contexto social y no solamente visual o arquitectónico.
La obra de Ai Weiwei siempre se ha destacado por privilegiar la importancia y las consecuencias públicas de las acciones humanas. Del mismo modo, su obra, siempre respetuosa de la tradición, combina una gran habilidad para darles perspectiva contemporánea a temas de raíz antigua.
Un sector de la muestra incluye un enorme candelabro (ver foto) que evoca formas históricas pero con un modo kitsch de construcción: un gesto monumental e imitativo que también habla del presente. Otro sector está dedicado al registro y documentación del complejísimo y delicado proceso de deconstrucción, traslado y reconstrucción del templo, realizado por el artista y un equipo de colaboradores y especialistas.
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