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Miércoles, 9 de mayo de 2012

DISCOS › EL NUEVO áLBUM DE EL CUARTETO DE NOS

Esos uruguayos porfiados

La banda no tiene por qué ofrecer algo radicalmente nuevo: con este disco cierra una trilogía iniciada por Raro y Bipolar, caracterizada por la potencia sonora y esa capacidad de Roberto Musso para una lírica especial y personalísima.

 Por Luis Paz

En su flamante disco, El Cuarteto de Nos hace honor a todas las acepciones que la Real Academia Española habilita para el verbo porfiar. En primera instancia, “disputan y altercan obstinadamente y con tenacidad” contra la mala suerte, publicando su disco número 13. También “importunan y hacen instancia con repetición por el logro” de una canción con sangre, sudor y lágrima; carcajada, trastorno de ansiedad y venganza; amor, calzoncillos descosidos y un barril sin fondo de rimas métricas insobornables. Claro, también “continúan insistentemente una acción”: a 27 años de su formación y a 25 de su debut discográfico, el Cuarteto no tiene por qué ofrecer algo radicalmente nuevo, especialmente cuando todo lo que patentaron en la trilogía conformada por Raro, Bipolar y Porfiado alcanzó estos resultados.

Ante todo, Porfiado es un disco notable por su impecable sonido, sus intrépidos intentos poéticos (el cantante Roberto Musso tendrá un “chiste único”, pero mientras siga siendo gracioso...) y su pop esplendoroso, en el que todo puede ser brillante, incluso cuando hablan de la soledad cruel (“Todos pasan por mi rancho”). Y que, además, está patinado de una modernidad que Raro no tuvo y que en Bipolar aparecía sólo de a ratos, con esa presentación de sintetizadores y un recurso contemporáneo al Autotune.

El sistema tiene unos pocos elementos –voz, guitarra, bajo, batería, teclados y el frecuente logro de Musso de encontrarle el revés al lugar común–, bien definidos y estables; pero es en la interrelación que logran que el dispositivo se expande. Arreglos corales, destellos percusivos y acentos variables de bajo hacen de Porfiado un disco idéntico y antitético de Bipolar. Es similar en su calidad y contundencia, su caricia al oído y a la emoción impura, pero distante del eje contradictorio del anterior: el protagonista de Porfiado siempre permanece estoico en su... ¿error? A veces sabe de él, otras lo desconoce y unas pocas, indiscreto, busca remediarlo.

La fina estampa de esto es “Buen día Benito”: el niño de jardín devenido en compulsivo aguafiestas del narrador, contra el que se arma una venganza inconclusa. Luego de enumerar traiciones con el mismo raro flow con el que habla de procesadores Intel, bloggers y amor, de Tolstoi, Woody Allen y el show Ripley’s Believe it or Not, Musso celebra el reencuentro con su virtual verdugo, sin dar por explicado el desenlace. Allí se esconde buena parte del sabor del Cuarteto, en las certezas de lo no dicho entre tantas, pero tantas palabras lanzadas, nunca al azar, siempre como anzuelo.

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“Buen día Benito” es un buen resumen de sus intenciones.
 
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