Miércoles, 9 de mayo de 2012 | Hoy
HISTORIETA › A LOS 63 AñOS, MURIó AYER CALOI, VíCTIMA DE UN CáNCER
A lo largo de más de cuatro décadas, el dibujante y humorista gráfico supo sintonizar con lo más genuinamente popular de sus lectores. Creador de personajes inolvidables, como Clemente, Bartolo y la Mulatona, Caloi es un referente para varias generaciones.
Por Andrés Valenzuela
Ayer murió Caloi. El creador de Clemente tenía 63 años y llevaba un buen tiempo dándole largas al cáncer, quizá para poder darse el gusto de ver en cines Anima, un largometraje de animación en el que había participado junto a otros dibujantes a los que admiraba. Era porteño como pocos, aunque nació en Salta y vivió y formó familia en Mármol, al sur del conurbano bonaerense. Desde allí y a lo largo de más de cuatro décadas de trabajo, supo sintonizar con lo más genuinamente popular de sus lectores. Tenía todos los rasgos esperables en un peronista a la vieja usanza: era apasionado del fútbol (hincha de River), le gustaba la política y disfrutaba del tango. Sufrió la censura en distintas ocasiones y con los años aprendió a gambetearla deslizando sutilmente sus ideas entre las viñetas. Pasa que –el lector disculpará la expresión– era un humorista del carajo. Uno que reflejó con inteligencia y agudeza la idiosincrasia argentina en general y porteña en particular, destacando rasgos y contradicciones. También fue difusor indispensable de la animación de autor, con su ciclo televisivo Caloi en su tinta, que lo convirtió en referente a nivel mundial y que hoy resulta clave para explicar la pervivencia de la disciplina en Argentina.
Ayer murió Caloi. Si el ambiente de la historieta y el humor gráfico ya andaba cabizbajo recordando la partida del guionista Carlos Trillo, casi un año atrás, enterarse del fallecimiento de Carlos Loiseau bastó para oscurecer por completo la jornada.
Dibujó desde chico, fascinado con la imagen impresa, cuando todavía se llamaba Carlos Loiseau. Solía contar que comenzó siendo un cronista de su propia casa y luego de su barrio. Tenía las influencias de sus lecturas de niño, que eran las principales publicaciones historietísticas de su niñez, que coincidía con la época de oro de la historieta argentina. Más adelante incorporaría el impacto decisivo de Oski y Copi, legados visibles en su emblemático Clemente, del primero por sus pajarillos, del segundo por sus figuras redondeadas.
Su primera publicación profesional llegó pronto, en 1966, cuando recién tenía 17 años. Tras un breve peregrinar por las publicaciones del sector, Caloi se encontró con un generoso Landrú y comenzó a publicar en la emblemática Tía Vicenta, que por entonces acompañaba al diario El Mundo (donde también aparecía Mafalda, de Quino). No tuvo que esperar mucho para conocer la censura: uno de los primeros decretos del entonces flamante golpista Onganía mandó cerrar la revista cuando ésta lo presentó en su portada dibujado como una morsa.
La experiencia en Tía Vicenta le había durado dos números, pero fueron suficientes para meterlo en el mundillo del humor gráfico, que jamás abandonaría. Pronto siguieron las revistas Análisis, El Gráfico, Primera Plana, Satiricón y Siete Días, entre otras, y finalmente el matutino porteño Clarín, donde haría la mayor parte de su extensa carrera.
En Clarín encabezó la renovación de la sección de humor, hasta entonces ocupada por autores extranjeros. Empezó con una tira diaria y le pidieron que convocara a colegas jóvenes. Así armó un seleccionado “de amigos”, entre los que se destacaban Bróccoli, Crist y Roberto Fontanarrosa.
En Clarín volvió a encontrarse con la censura. En una entrevista reciente para el programa Qué fue de tu vida contaba que cuando Joaquín Morales Solá decía “no va”, la tira no se publicaba y había que rehacerla, que no bastaba con un simple cambio al texto. Algunas de esas tiras fueron publicadas luego en la vieja revista La Maga.
No fue el único encontronazo del dibujante con el multimedio, ya que –afirmaba– jamás consiguió “trabajar en un medio con el que acordara ideológicamente”. Así, coló referencias a los estudios de ADN en plena discusión sobre el origen de los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble y se negó a acompañar con su tira la “tapa blanca” del diario.
Pese a los cortocircuitos con el diario, la suya era una tira fundamental y jamás perdió su lugar. Tan relevante resultó Clemente que enfrentó a Caloi con José María Muñoz, el locutor oficial del Mundial ’78, de la última dictadura militar. Mientras Muñoz pedía que no se arrojaran papelitos en las canchas, para que los argentinos no dieran “imagen de sucios” en el exterior, Clemente animaba a las tribunas a multiplicar los papelitos, que llegaron a blanquear el césped cuando la Selección Nacional jugó en Rosario. Caloi solía contar que oscilaba entre la decisión y el temor, las ganas de contestarle a un propagandista de la dictadura y el julepe propio de una época “en la que no se jodía”. Las tribunas zanjaron la cuestión cantando “Muñoz, Muñoz, Clemente te cagó”.
Clemente llegó a la pantalla con varios ciclos animados y es difícil pensar un mundial de fútbol sin los cortos en los que el personaje se ataba vinchas celestes y blancas y se colgaba banderas argentinas a la espalda, mientras arengaba una tribuna de “clementes” plurinacionales. Tal fue el suceso del personaje que en 2004 fue declarado Patrimonio Cultural de la Ciudad por la Legislatura porteña y su autor Personalidad Destacada de la Cultura. Cinco años más tarde, el mismo organismo lo reconocería como Ciudadano Ilustre de Buenos Aires. Pero el mayor reconocimiento al personaje proviene de los mismos lectores, que multiplicaron su ilustración. No hay una sola murga porteña en la que al menos uno de sus integrantes no lleve la imagen en su levita, ni cuadro de fútbol que no haya hecho su propio Clemente como hincha, aunque el autor militara por la banda roja atravesada (tanto, que dibujó el leoncito que también identifica a la escuadra riverplatense).
Como si no bastara tanto legado, Caloi fue otro de los que confirmó que a veces el talento es hereditario, sea por los genes o por el ambiente compartido. Su hijo, Matías Loiseau, es el joven y reconocido humorista gráfico Tute, quien suele recordar las tertulias de dibujantes a las que acompañaba a su padre, lo mismo que todo el espacio y ánimo que le dio para que desarrollara su propio estilo gráfico. Y aquí habría que detenerse unos instantes, hacer un aparte y señalar que Tute desarrolló muchas de las inquietudes de su padre, y que no se quedó sólo en la gráfica. Tute también habla del barrio y sus valores y, a su modo, se hizo cronista de su ciudad, del mismo modo que compone y canta tangos y escribe poemas.
Volviendo a Caloi, un cálculo rápido sugiere que en las cuatro décadas y media de trayectoria realizó no menos de 17.000 chistes. 17.000 y considerando solamente las tiras diarias y un estimativo muy discreto de cuanto publicó por fuera de Clarín, con lo cual el número final excede esa cifra. Gran parte de esa obra se recopila en cuarenta libros que aparecieron entre 1968 y 2006. Pero la cantidad de dibujos debería dispararse, pues Loiseau fue un fervoroso difusor del cine animado y participó en varios proyectos de animación. Aunque su obra más reconocida siempre será el humor gráfico, tuvo impacto en esa otra disciplina que también dependía de los lápices.
Entre 1990 y 1999 creó y condujo el ciclo Caloi en su tinta en la pantalla de Canal 7. Entre 2001 y 2003 el programa pasó al cable, en Canal A y volvió en 2005 a la televisión pública.
La influencia de Caloi en su tinta es mayor de la que podría imaginarse. No sólo supuso un rinconcito de cultura deliciosa en plena administración Sofovich del canal estatal, sino que también consiguió crear un espacio que se fue transformando en referente a nivel mundial para el género. Una de las pruebas que ratificaban la calidad de una animación de autor era su emisión en el programa.
El crecimiento del espacio motivó a Caloi y a su esposa, María Verónica Ramírez (directora del ciclo y artista plástica con amplia trayectoria en el medio) a crear en 1995 una productora a la que llamaron del mismo modo que el programa. Desde allí desarrollaron contenidos para televisión y conjugó nuevos ciclos para difundir la animación nacional y extranjera. En 2006 tuvo su propia sección en el Festival de Cine de Mar del Plata, que dedicó a homenajear al Festival Internacional de Cine de Annecy, especializado en la disciplina, y que en 2010 recibiría a una delegación de autores argentinos coordinada justamente por su equipo.
En los últimos años estuvo abocado a la realización de Anima Buenos Aires, un largometraje animado, dirigido por su esposa y en el que participaban Carlos y Lucas Nine, Florencia y Pablo Faivre, Pablo Rodríguez Jáuregui y Zaramella y Rulloni. La cinta se estrenó el jueves pasado y retrata uno de sus temas predilectos: la ciudad.
Hoy Caloi ya no está y los personajes de tinta tienen más aceitunas para repartirse. En algún lado está la Mulatona, que por una vez no puede danzar al escuchar los ritmos tropicales. Hoy hay un espacio vacío en el humor gráfico argentino y una tribuna en silencio, que ya no tira papelitos.
Los restos de Caloi son velados desde anoche en el Salón de los Pasos Perdidos de la Cámara de Diputados de la Nación.
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