Miércoles, 14 de junio de 2006 | Hoy
DISCOS › CD DE CASSANDRA WILSON
La cantante sigue con su apuesta de ir a los orígenes y bucear en el blues rural, pero, esta vez, el sonido es eléctrico y ultramoderno.
Por Diego Fischerman
¿Cómo ser cantante de jazz y escapar a Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Betty Carter o Abbey Lincoln? ¿Cómo cantar una canción de Gershwin y no quedar automáticamente en desventaja? Una y otra vez aparecen nuevas cantantes repitiendo lo mismo y lo que logran, en la mayoría de los casos, es apenas un buen (y a veces un mal) show de hotel. Ca-ssandra Wilson es la excepción más visible. Con cincuenta años cumplidos el último diciembre, ella nunca fue una cantante de jazz común, ni siquiera cuando empezó.
Sus primeros pasos fueron junto a un grupo que juntaba el funk con el free, el M’Base Colective del saxofonista Steve Coleman, y con el trío New Air, del multiinstrumentista de viento Henry Threadgill, el contrabajista Pheroah AkLaff –que había reemplazado al fallecido Fred Hopkins– y el baterista Steve McCall. Si una de las características del jazz es su núcleo evolutivo, la manera en que sintetiza músicas de las tradiciones más diversas y las hace propias, Cassandra Wilson es, sin duda, una cantante de jazz. No se trata de una operación de mercado a la manera de la realizada con Norah Jones. No es el caso de alguien puesta a hacer música fácilmente accesible dentro de un modelo tímbrico más o menos asimilable con el del jazz, con el fin de mejorar las ventas de un rubro alicaído de la industria musical. Ella hace algo, eventualmente, que resulta constitutivo del jazz: piensa la versión como una auténtica composición, como ya era evidente en su primer disco, Point of View. Pero fue a partir de su entrada en el sello Blue Note, con Blue Light Til Dawn, en 1993, que fue profundizando su buceo en el jazz antes del jazz, en las músicas del sur profundo de los Estados Unidos y, sobre todo, en una tímbrica mucho más rural que urbana, donde estaban totalmente ausentes los grandes instrumentos de la tradición jazzística más reciente –trompeta, saxos, piano– y, en cambio, aparecían, dominantes, las guitarras. Ahora, el recién publicado Thunderbird (también en Blue Note) muestra una nueva vuelta de tuerca. No es que se haya abandonado el eclecticismo del repertorio ni el viejo acento sureño –aquí están “Closer to You”, de Jakob Dylan, “I Want to Be Loved” de Willy Dixon o “Easy Rider”, de Blind Lemon Jefferson–, pero en lugar de ese sonido íntimo de los últimos discos están las guitarras eléctricas de Marc Ribot y Colin Linden), la batería pop-hop de Jim Keltner y Bill Maxwell, el bajo, eléctrico y acústico, de Mike Elizondo y Reginald Veal y los teclados de Keefus Ciancia, que coprodujo el álbum con T Bone Burnett. Y, sobre todo, hay samplers y loops sobre los que Wilson canta, con una voz tan oscura como siempre, pero mucho más salvaje.
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