Miércoles, 17 de julio de 2013 | Hoy
DISCOS › JOSé LUIS FERNáNDEZ HABLA DE SU áLBUM COOL
Fue bajista del embrión de Crucis y de una formación inédita de Pappo’s Blues, pero se lo recuerda más como integrante de La Máquina de Hacer Pájaros. En su nuevo trabajo grabó su “parte más ‘tranqui’”, sacándose de encima los prejuicios rockeros.
Por Cristian Vitale
José Luis Fernández abrió el bolso de su pasado y no sólo encontró lo que de inexorablemente es: aquel bajista de La Máquina de Hacer Pájaros, que custodió a Charly García en su quiebre sinfónico post Sui Generis, o el otro –casi el mismo– que dejó al primer Seru Giran huérfano de bajo para volar con Crucis a Estados Unidos, y estallar en el camino. O el de la inédita formación de Pappo’s Blues, con el Mono Fontana en batería. Abrió ese bolso y también halló muchas canciones (“¡Como 500!”, arriesga él) y decidió mostrarlas por primera vez en un disco. “Le puse Cool porque es mi parte ‘tranqui’. Son temas que hacía y grababa como para no olvidármelos, pero quedaban ahí... Esas canciones que todos hacemos en nuestra intimidad, medio baladas, pero que después no llevamos a una banda”, explica Fernández. Y, de paso, enmarca el eje sobre el que gira su nueva criatura solista, compuesta por diez piezas reflexivas, íntimas, cálidas, con data temporal dispersa: pueden ser de la época pre Máquina, de los tiempos en que puso el bajo a disposición de dos clásicos del rock de acá (“La mamá de Jimmy” o “El fantasma de Canterville”, según PorSuiGieco) o de cualquier momento, desde aquellos días hasta hoy. “Hay temas que jamás había vuelto a escuchar y, por una cuestión de que habían muertos mis viejos, fui a la casa de ellos y empecé a encontrarlos en archivos viejos”, cuenta.
El vaivén histórico está, en principio, plasmado en dos canciones cuyos tiempos emotivos aparecen en los antípodas: el asertivo “Te conseguiré” y el escéptico “Tu vida perdida”. “Este lo hice en una época en la que estaba mal, rebelde, decepcionado de mí y de mi entorno... Un momento en que veía fantasmas por todos lados, como después de tocar ‘Hipercandombe’”, se ríe, usando aquel clásico de La Máquina como anclaje con su yo más conocido. “Lo central de este disco es que pude sacarme el prejuicio del rock. Me saqué esa mentalidad de decir, ‘ voy a tocar un rock para volarle el peluquín a todo el mundo’. Esto es lo que ocurre cuando decidís que esas canciones que tocás en el living de tu casa, con tus hijos, también las podés tocar para la gente, sacarlas de su intimidad.”
–Como la desconocida historia de Sofía, una de las más sintomáticas del disco...
–Sofía, sí. Ella era amiga de una novia mía, que un día salió de una escuela de Caballito y no apareció más. La verdad es que nunca más supe de ella, y fue como lo pinto en la canción: ella fue al colegio con una mochila y un panfleto entre los útiles, y la chuparon los militares.
“Sofía”, la canción, parece provenir de la época previa a La Máquina de Hacer Pájaros; del momento en que León Gieco lo participaba del experimento PorSuiGieco. Hasta ahí, Fernández había formado parte del embrión de Crucis (Consiguiendo Vida) junto a Pino Marrone, Gustavo Montesano y Guillermo Conte, y había participado de los orígenes de la banda de Los delirios del mariscal. Pero renunció a aquella formación por una causa justificada: su arribo a La Máquina de Hacer Pájaros y su participación en los únicos dos discos de la banda, el epónimo y Películas. “Cuando el grupo se separó, seguí con Charly e incluso compuse y grabé un tema que quedó en Música del alma”, refiere el bajista sobre “Studio Jam”, instrumental en que compartió la base con Oscar Moro. “Pero después no quise formar parte de los comienzos de Seru Giran y me fui con Crucis a Estados Unidos”, cuenta. Era 1978 y lo que era Crucis acá, allá fue Contraband, un trío conformado por él, Aníbal Kerpel y Pino Marrone, que recorrió el circuito universitario de la Costa Oeste con suerte dispar. “La verdad es que un poco me arrepiento de la decisión, sobre todo al saber en qué se convirtió Seru, pero fue difícil resolver en ese momento. La cosa estaba fea, tenía 19 años y dije ‘me voy a la mierda’... Fue un poco una inconciencia juvenil, pero bueno, si me hubiera quedado tal vez no estaría haciendo esta nota”, arriesga.
La estadía de Fernández en Estados Unidos no llegó a los dos años. “Pino y Kerpel se quedaron allá, pero yo volví porque no me la banqué... No me gustan los yanquis: no sé, no tienen onda, se ríen de otras cosas.” Tras el desbande de la Contraband, entonces, el bajista volvió al país, registró su primer disco solista (Mira hacia el futuro) y trabajó bastante en una de las formaciones de Pappo’s Blues: él en bajo, Pappo en guitarra y el Mono Fontana en batería. “Pappo salía a vender shows y después se buscaba a los músicos. Venía a buscarte, tocabas y él mismo se encargaba de cobrar los shows. Habrá sido un poco antes de Riff, el momento en que Pappo te vendía un Pappo’s Blues y después buscaba los músicos”, se ríe. “La verdad es que al principio no me gustaba tocar con él, porque lo veíamos como un tipo muy ‘rompo todo’, pero nada que ver, el tipo era un buenazo total y cuando cumplía años te invitaba a comer a la casa, con los padres. Pappo es de lo mejor que tuvimos en el rock de acá”, dice.
Otra canción de Cool –“Canción celta”– proviene de épocas más recientes: del período en que Fernández vivió en Galicia. “Mis viejos eran gallegos y yo escuchaba gaitas desde chico, pero también estuve mucho tiempo viviendo en el norte de España y la celta es una música que me puede. De hecho, hice un masters de esa música allá”, cuenta y se acerca a un presente que, además de Cool, incluye dos discos en solitario que lo pintan con otros colores: Mi generación y Piedra por cristal. “Como decía antes, me fui sacando los prejuicios porque un rockero toca rock and roll, claro, pero cuando llega a la casa capaz que agarra la guitarra acústica y se pone a tocar, mientras mira una película, y lo que sale es otra cosa, algo que siempre tuve y que recién ahora me animé a mostrar.”
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