Miércoles, 18 de julio de 2007 | Hoy
DISCOS › “LA MARCA DE CAIN”
El ex Redondos combina guitarras filosas con misticismo, y siempre con buen gusto.
Por Fernando D´addario
La ceremonia de abrir un nuevo disco de Skay y colocarlo con cierta ansiedad en la compactera encierra un placer anticipado que no deja de ser, también, retrospectivo: como el ritual de esas buenas comidas que el recuerdo del gusto anticipa al paladar, las canciones de La marca de Caín invitan –vaya paradoja– a un deleite ya experimentado. Esta sensación bien podría encubrir un reproche: Skay no sorprende con su tercer disco solista. Tampoco deben esperarse aquí ni rupturas históricas ni tardíos arrebatos vanguardistas; tan sólo la capacidad intacta para conseguir con las mismas herramientas de siempre –su gusto exquisito para tocar la guitarra, su amplísimo pero definido marco de referencias para tipificar su idea del rock and roll– una decena de melodías impecables. A eso se remite, al fin y al cabo, la expectativa de escuchar buena música.
Como si se hubiese librado ya de un karma, Skay Beilinson comienza a definir los lineamientos básicos de una cosmogonía propia. En La marca de Caín Skay logró recrear un mundo personal, ajeno a los cripticismos de salón. Ese mundo rastreado por el guitarrista es aún más sombrío que las peores pesadillas rocambolescas; aunque se nutre del comic post apocalíptico que propone el arte del Mono Cohen, su mirada diluye las fronteras temporales: bucea en oscuras conexiones mitológicas y/o bíblicas para describir un presente patético y aventurar un futuro en ruinas. La citada “marca de Caín” surge como una especie de garantía del destino trágico al que ha sido condenado el género humano.
Lo curioso es que ese pesimismo existencial convive naturalmente con la luminosidad que irradia la guitarra de Skay, plena de matices y sugerencias cromáticas. Así, por ejemplo, un comienzo arrollador, a lo Pixies, sirve de apoyatura para contar la más “realista” de las historias de este CD: “Sos una sombra que acecha en la oscuridad / sos ese miedo que no puede dormir / aun así alguien vela por vos / aunque no siempre te toque ganar. / Entraste en barrios custodiados / llevabas como escudo la remera del Che / apretado en el pecho / el rosarito blanco que la chiqui te dio”. El tema se llama “Angeles caídos”. ¿Cuántos fans ricoteros podrían verse reflejados en esa descripción?
El disco abre el abanico de los grandes momentos: el pasado y el futuro se funden en el delicioso country blues de “Canción de cuna” (“duerme niño / mi niño robot”, augura Skay, con un ritmo de ayer), la búsqueda energética del equilibrio preside la notable “Arcano XIV” y un mal sueño parece ensañarse con el protagonista de “El fantasma del 5º piso”. Tal vez la tensión bipolar (el bien y el mal, la luz y la oscuridad) que atraviesa el CD esté sintetizada en el nombre de la banda:
“Los seguidores de la diosa Kali”. Se trata de una deidad que, para el hinduismo, representa la destrucción. Aunque también se la adora como la Diosa Madre. Un juego dialéctico que Skay maneja como los dioses.
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