Miércoles, 18 de julio de 2007 | Hoy
LITERATURA › LUCAS LANUSSE Y SU LIBRO SOBRE LOS CURAS MILITANTES
El autor reconoce que “para llegar a escribir este libro hice un proceso interno de ruptura de mandatos muy importante”, empezando por los vínculos familiares: sobrino nieto del presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse, Lucas señala que “en mi origen familiar y sociocultural había visiones muy uniformes respecto de los ’70. El peronismo siempre fue mala palabra, el campo revolucionario también”.
Por Silvina Friera
Las rebeldías juveniles (y familiares) se pueden canalizar escribiendo libros con temáticas que son malas palabras para los oídos de linajes conservadores, como campo revolucionario, montoneros, peronismo, cristianismo revolucionario. Lucas Lanusse –abogado recibido en la Universidad Católica e historiador egresado de la Universidad de San Andrés– es el sobrino nieto de Alejandro Agustín, presidente de facto que le entregó la banda presidencial a Héctor Cámpora. Apasionado por la historia, especialmente la de la década del ’70, Lanusse acaba de publicar Cristo revolucionario. La Iglesia militante (Vergara), libro “armado” a partir de los testimonios de nueve sacerdotes y una monja que entendieron el Evangelio como un mensaje revolucionario, de compromiso con los problemas de su tiempo y –sobre todo– con los pobres. “Me encierran para darles un mensaje a todos lo que luchan contra el gobierno, particularmente a los sacerdotes tercermundistas –razonó Rubén–. El hijo de puta de Lanusse sabe que está retrocediendo, que el Gran Acuerdo Nacional se le está yendo a la mierda, y manda estos mensajes para meter miedo.” El que razona es Rubén Dri, uno de los fundadores y referentes del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo en Chaco, detenido en agosto de 1971. El que escribió este fragmento, sin que le temblara el pulso, es Lucas, el sobrino nieto de “el hijo de puta de Lanusse”. ¿Un guiño al lector? Sí, claro, confirmará el historiador en la entrevista con Página/12. “Mi abuela casi se muere de un infarto cuando leyó eso”, aclara.
El autor de Cristo revolucionario... cuenta la temprana infancia, el ingreso a la vida eclesiástica, los años de formación, los sueños, las crisis, la tarea pastoral, la militancia política, los conflictos con la jerarquía eclesiástica, la cárcel, la persecución y el exilio de Guillermina Hagen, Miguel Mascialino, Domingo Bresci, Rolando Concatti, Elvio Alberione, Héctor Galbiati, Pepe Serra, Rubén Dri, Juan Ferrante y Alberto Sily. Estas historias de vida funcionan como “ventanas” que le permiten al lector asomarse a los hechos y a las experiencias más relevantes de una época convulsionada, desde el punto de vista social y político, en escenarios tan diversos como un barrio popular de Buenos Aires, un pueblo en medio del Impenetrable chaqueño, una villa miseria de Neuquén, las calles de Rosario, Santa Fe, Tucumán o los seminarios en Córdoba y en Mendoza, entre otros. “Es cierto que si uno quisiera hacer una contraposición, de alguna manera la Iglesia de la cual trato nace en oposición a la Iglesia que describe Horacio Verbitsky”, admite Lanusse, autor de Montoneros: el mito de sus doce fundadores.
“Una de las grandes críticas que hace la Iglesia de la opción por los pobres es la histórica alianza de la Iglesia con el poder, que Verbitsky describe en Doble juego. Los curas que aparecen en mi libro proponían volver originalmente al mensaje evangélico, al hijo del carpintero que se movía entre los pobres, que incomodaba al poder”, explica Lanusse. “De alguna manera esta Iglesia revolucionaria nace en contraposición con esa Iglesia históricamente aliada del poder político y económico.”
–¿A qué se debe el interés en subrayar las historias de vida en Cristo revolucionario?
–Es una pequeña rebelión personal, porque a priori no quiero demostrar nada. Simplemente busco contar las historias de esa gente, y a veces las anécdotas sirven para explicar mucho más, como cuando Miguel Mascialino estaba en su parroquia viendo festejar a la gente, cuando derrotaron al peronismo, y le dijo a su compañero: “¿Te das cuenta de que toda la gente que pasa es rica, dónde están los pobres?”. En este libro me tomé más libertades, no quiero demostrar nada, sino mostrar un clima de época y unas historias de vida. Al principio me movía hacer algo más desestructurado. Considerando el gran escepticismo que existe hoy, la gran cultura de la banalidad, también este formato me permitió mostrar que había gente concreta de carne y hueso que tomó otros caminos, obviamente influenciada por un contexto. Visto desde hoy, con el libro ya publicado, creo que lo que quise mostrar es que existen otras elecciones, otros estilos de vida. No digo que hoy no haya gente muy comprometida, lo que pasa es que tiene poca visibilidad, entonces me sobra con mostrar gente de carne y hueso que se jugó la vida. Porque una de las características de los dos libros es que a mí no me gusta bajar línea como autor. Tengo mis simpatías, está claro, y no intento ocultarlas, pero me gusta dejar librado al criterio del lector el mayor campo posible y no darle algo muy masticado.
–¿Por qué los dos libros que publicó remiten a la militancia de los años ’70?
–A mí me apasiona la historia. Intentando hacer una abstracción y racionalización de esta pasión, me fui preguntando por qué. Me di cuenta de que me encanta la política, que soy un animal político, pero a la vez soy muy escéptico. Y estudiar la historia de gente que creía que podía cambiar el mundo en poco tiempo y actuaba en consecuencia, me fascina. Otro tema que me atrae de los setenta está relacionado con mi origen familiar y sociocultural, donde había visiones muy uniformes respecto de los ’70. El peronismo siempre fue mala palabra, el campo revolucionario de los ’70 también, entonces debe haber algo de rebeldía juvenil, de averiguar esta historia entre “buenos” y “malos” que no me cierra. Era muy común en reuniones familiares escuchar críticas feroces contra Perón, y cuando a mí se me ocurría preguntar qué opinaban de los bombardeos a la Plaza de Mayo en junio de 1955, donde se mataron a cientos de civiles, me decían que eso no tenía mayor importancia, que serían “negritos”, en fin... Más allá del apellido Lanusse, el ambiente era muy gorila y conservador. Seguramente que tiene que haber una cuota de rebeldía porque siempre fui bastante inquieto, y supongo que como puerta de ingreso eso me debe haber empujado a interesarme en los años ’70.
–¿Habría también una rebeldía desde el punto de vista de su formación religiosa?
–Sí, hay una búsqueda personal en materia religiosa. Fui criado en el catolicismo, fui a un colegio católico, estudié en una universidad católica y, evidentemente, había muchas cosas de la Iglesia institucional que no me cerraban, como inculcarle a uno la culpa. Recuerdo que los pecados más triviales te condenaban a las llamas del infierno y de repente los temas sociales brillaban por su ausencia. Era más grave que uno se masturbara y parecía que tenía poca importancia que murieran decenas de miles de personas en el mundo. Es un Dios psicópata al cual hay que estar agradeciéndole toda la vida. Esta imagen de Dios se parece a la de un padrino mafioso. Miguel Mascialino, gran teólogo y uno de los protagonistas del libro, decía que él creía que Dios no había hecho al hombre a su imagen y semejanza, sino que el hombre había hecho a Dios a su imagen y semejanza. Y si uno se pone a pensar, tiene mucha lógica. Si existe Dios, no es el que me han enseñado, no es el Dios que castiga y al que hay que pedirle perdón permanentemente.
–¿Por qué piensa que se vive una época de tanto escepticismo?
–Lo que pasó en los ’70 justamente funcionó, es decir, lo que quedó instalado subliminalmente es: “No traten de luchar por un mundo mejor, porque la cosa va a terminar como terminó”. El proceso no pasó en vano y dejó una cultura del miedo muy fuerte. Si me preguntan si quiero militar en un partido, pensando en un sentido tradicional, me agarra fobia. Uno inmediatamente se imagina la rosca política y no la política como herramienta de cambio para que la gente esté mejor. En el fondo soy un gran idealista y lo trato de canalizar en mis libros.
–¿Qué le parece que falta revisar y debatir de la década del ’70?
–Lo que está clarísimo que está faltando es incluir a la sociedad civil en las responsabilidades. La teoría de los dos demonios sigue siendo demasiado fuerte, y si nos olvidamos que la mayoría de los sectores, por acción o por omisión, fueron cómplices, va a servir de poco la revisión o los debates que se puedan generar. En todo caso, el tercer demonio es el resto de la sociedad.
–En algunas partes del libro se menciona en un sentido muy negativo a su tío abuelo, como cuando Rubén Dri dice “el hijo de puta de Lanusse...”
–Es un guiño al lector. Para llegar a escribir este libro hice un proceso interno de ruptura de mandatos muy importante... Me pareció adecuado poner lo que dijo Rubén Dri, aunque después me enteré de que mi abuela casi se muere de un infarto cuando leyó eso (risas).
–¿Qué recuerdos tiene de su tío abuelo?
–Muy pocos, lo habré visto no más de una docena de veces y no recuerdo haber tenido diálogos con él. Los Lanusse somos muchísimos, pero mi relación con la familia directa de él es muy distante porque yo ya tengo cuarenta primos hermanos sólo de parte de mi abuelo.
–¿Qué reacciones genera su apellido en la gente?
–Un par de veces me pararon policías en la ruta y cuando veían el apellido Lanusse se quedaban encantados. “¡Qué bien, Lanusse, vaya nomás!” Alguien dijo que todas las botas son iguales (risas). Muchos ex militantes políticos lo reconocen como “lo más respetable” dentro de los enemigos que han tenido. Y claro, al lado de lo que vino después, Lanusse era una mezcla de Caperucita Roja con Mahatma Gandhi. Además, el Proceso siempre buscó que Lanusse lo legitimara, y él no lo hizo, y eso históricamente le juega a favor. Creo que el juicio de la historia será más “piadoso” con él: Lanusse estuvo detenido durante el Proceso y declaró en el Juicio a las Juntas. Aunque hubo desaparecidos durante su gobierno, al lado de lo que pasó después, pueden ser considerados episodios excepcionales, sin querer quitarle con esto la responsabilidad, que sin duda tuvo como presidente y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
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