Miércoles, 19 de septiembre de 2007 | Hoy
DISCOS › “LA LENGUA POPULAR”, LO NUEVO DE ANDRES CALAMARO
Si no fuera porque hace rato que Andrés está “consagrado”, debería decirse que este es un disco consagratorio: un paquete de doce canciones inspiradas, rotundas, sensibles y honestas.
Por Eduardo Fabregat
Malas noticias para aquellos a quienes les resulta desagradable la voz, las canciones o lo que suponen que representa Andrés Calamaro: tendrán que lidiar con críticas como ésta, con el consenso del medio... y con las canciones mismas, porque La lengua popular es un explosivo paquete que contiene doce potenciales hits, algunos destinados a ganarse un lugar en el seleccionado de canciones marcadas a fuego en la historia. No hay exageración. Si no fuera porque Calamaro lleva varios años “consagrado”, lo primero que debería decirse es que éste es un disco consagratorio, obra cumbre del poeta fértil, el artesano de canciones. “No me gustan las canciones porque mienten, porque todo se resuelve en tres minutos”, cantó hace ya catorce años, y en La lengua popular todas las canciones se resuelven en ese lapso, dándole un aire de disco de rock argentino clásico, cuarenta minutos de duración, seis canciones “de cada lado” encadenadas en perfecta sucesión, cada una preparando el terreno al siguiente golpe. Cada una proponiendo un universo atractivo en sí, y colaborando a un mosaico encantador.
Aquel adelanto de “5 minutos más (minibar)”, con una base que recuerda al “Sr. Matanza” de Mano Negra, apenas fue una pista. Una pista además engañosa, porque el auténtico clásico instantáneo del disco, que infecta al oyente a la primera escucha, corre por vías más habituales en el estilo compositivo del Salmón: bastará que en estos días empiece a sonar en las radios “Carnaval de Brasil” para confirmarlo. Rotunda, melódica y armónicamente redonda –y no se está hablando de Patricio Rey–, retoma la temática de “Mi rock perdido”, el arte de escribir canciones, y resuelve con un estribillo tan contagioso que es inevitable la sensación de estar ante una de las mejores canciones que AC haya escrito. La autorreferencia, además, sirve para pintar este momento de Andrés, que parece encerrar una declaración de principios sobre este disco al decir que “no son mujeres ausentes, no son canciones urgentes, no son cuchillos en los dientes”, el concepto-guía de obras de hemorragia compositiva como Honestidad brutal o El salmón.
En el pensamiento general de La lengua... por otra parte, entra a tallar la presencia de otra cabeza, que de ninguna manera se limita al terreno de la producción. El hecho de que vuelvan a tocar juntos dos Abuelos de la Nada tiene incidencia capital en el resultado: Cachorro López no solo vigila todo detrás de las perillas, sino que se calza el bajo y colabora en la escritura. Y entonces se entiende la soltura y placer del protagonista, que siempre consideró a los Abuelos una escuela inolvidable de la música y de la vida. No se trata de similitudes estilísticas: el goce que solía liberar la banda encabezada por Miguel Abuelo se hace plenamente presente en títulos como el vibrante rhythm’n’blues “Sexy y barrigón” o el tropicalismo de “Comedor piquetero” y “La espuma de las orillas”, envase de otra declaración adecuada a estos tiempos: “Vengo liviano, como la espuma de las orillas/ a contramano de la resaca de carnaval/ mi sentimiento va a durar, el fuego no me va a quemar/ ya no tengo espinas clavadas en el corazón”.
Y ahí está otra de las claves: en los pasillos del rock argentino suele ser tema recurrente lo que sucede cuando los artistas se enamoran y empiezan a ser bien tratados por la vida. Ambas características se cumplen en el presente de Calamaro, padre y esposo feliz, artista reconocido por sus pares, la prensa y el público. Pero ni siquiera las canciones más explícitas se acercan a la frontera de lo baboso al pedo: “Cada una de tus cosas”, con el aporte de Leo Sujatovich en cuerdas, la preciosa “De orgullo y de miedo” o “Soy tuyo”, más cercana al erotismo que a la postal prefabricada, son canciones de amor que no producen vergüenza ajena, emotivas sin sensiblería. Andrés, que las canta sin impostación ni afectaciones, les da intensidad, espesor, credibilidad. Y para demostrar que no es obligatorio que una canción de amor deba ser una balada, allí aparece otro ejercicio autobiográfico: “Parte de mí no cambió y a la vez/ Ya no soy el viejo Andrés que no dormía jamás/ Qué subidón, qué momento ideal/ encontré la mitad del amor”, dice más tarde, junto a un coro multitudinario que es pura adrenalina, invita a acompañar a los gritos y, sí, trae a la memoria otro de los legados de Andrés, el de su aventura española.
Es que el gen Rodríguez también dice presente, y no podía ser de otra manera. No solo en “La mitad del amor” o “Los chicos”, nostálgico pero furioso rock de apertura que alguna vez se llamó “El loro”. Otro de los clásicos instantáneos de La lengua... podría tranquilamente presentar a Ariel Rot como invitado: “Mi gin tonic” no desentonaría como segundo single y tendría el mismo poderoso efecto, otro estribillo que se hace amigo del oyente y lo invita al juego de ser el cantante.
Así, con sus canciones y sus aliados –Cachorro, Juanchi Baleiron, Tito Losavio, Gringui Herrera, Guillermo Vadalá, Dany Avila, Sebastián Schon y más–, Andrés ejercita una lengua inevitablemente popular, que conduce naturalmente al cierre abuelesco de “Mi Cobain (superjoint)”, con referencias como “Argentina, te dieron anfeta de propina” y “Los leones parecen olvidarse que nunca fueron vegetarianos”. La buena vida no hizo vegetariano a Calamaro, que en La lengua popular muestra sus mejores garras de songwriter. Malas nuevas para quienes no lo soportan. Excelentes noticias para los que disfrutan la paradoja de que, a diferencia de la vida, todo se resuelva en tres minutos. Y cantando. Que viva la lengua, la lengua popular.
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