Miércoles, 19 de septiembre de 2007 | Hoy
TELEVISION › JACK BAUER O EL RETRATO DEL HEROE FRENTE AL APOCALIPSIS
El final de la sexta temporada de la serie es la oportunidad para una radiografía del protagonista. También es el punto de partida para hurgar en los sentidos que encierra su condición de “inmortal”, su relación con la política y la tortura y la visión del mundo que representa la historia de ficción en tiempo real.
Por Julián Gorodischer
La sexta temporada de 24 (que termina esta noche a las 22, por Fox) extremó las tensiones de su héroe, Jack Bauer (Kiefer Sutherland), recién salido de un tortuoso encierro al que lo sometió el gobierno chino. Los problemas de su pasado (la pérdida de su mujer, la adicción a la heroína, el encarcelamiento) se transformaron en pequeñas contingencias durante el año en que fue más un mártir que un salvador. En el sexto día (cada temporada consiste en 24 horas de su vida), ya no se desempeñó como combatiente contra la amenaza sobre los Estados Unidos, sino como moderador de la libanización del territorio. En 2007, habitó el vacío: un apocalipsis a la vuelta de la esquina en el cual, por primera vez, el superhéroe de nuestro tiempo ya no trabajó en prevención sino para la reparación, cuando la bomba nuclear ya explotó en territorio estadounidense y su frenético raid de 24 horas en tiempo real se dedicó a “no profundizar el daño”. 24 se pega a la coyuntura, comenta y anticipa la realidad; se liga al 11/S; la amenaza ya no rinde a la ficción; el desastre se consuma.
Para que eso ocurra, la ficción debió variar algunas constantes del pasado de su propia historia: debilitó al poder político, dotó de mediocridad y “medio pelo” a la presidencia, ya sin el virtuosismo de David Palmer o el lado oscuro a cargo de Charles Logan para hacer aparecer la vacilación de Wayne Palmer y la ineptitud de su vice Noah Daniels. 24 estrenó una nueva perspectiva sobre el conductor de la Nación: ni el proteccionismo necesario para enfrentar la agresión externa de sus tres primeros días ni el enemigo adentro que cuestionó la soberanía como refugio. Wayne Palmer fue el hombre condenado a ser la sombra defectuosa de su súper hermano; fue la delegación del poder total al más simple de los hombres en el contexto del ataque nuclear; Noah Daniels fue el viejo verde arrastrado por “los asuntos del corazón”, en recreación de un clásico del escandalete de Salón Oval que siguió reforzando el carácter actual de la serie.
Es que ser “actual” no significa ser realista. En esa clave está el valor: la historia de Jack Bauer (Kiefer Sutherland) entendió cómo hablar de este tiempo, vincularse estrechamente con la coyuntura, reflejar el “hoy”, comentar la actualidad de la guerra en Irak y parodiar al presidente Bush pero desde el formato de un drama alucinado, que satura las posibilidades de la tragedia hasta hacer parecer a la bomba nuclear como un percance del día que entorpece el tránsito en Los Angeles. ¿Puede mantenerse la verosimilitud que todo relato necesita en el marco de peligros encimados, como fueron los hongos nucleares, gases nerviosos, secuestro de la mujer amada (Audrey Raines)? Lo explicó Howard Gordon, productor de la serie: “La audiencia tolera el componente ilógico porque siempre está reclamando una sorpresa mayor. El miedo de los que hacemos 24 es el aburrimiento; algo podría, por qué no, carecer de sentido y la audiencia lo aceptaría. Pero en 24 no se concibe que uno de sus capítulos no sea atractivo; es decir, tiene que respetar la lógica de esas grandes ideas que fueron diseñadas para ser miradas aplaudiendo y levantándose a cada minuto del sofá”.
24 es el gran baúl de la simbología contemporánea, donde se resignifican los sentidos de las de acción y de espías, al borde de la caricatura. En 2007, por ejemplo, detrás de la trama de artefactos nucleares estallados o a punto de explotar hubo una conspiración árabe rusa que retomó los moldes argumentales de las ficciones de la Guerra Fría, como si así se postulara la intrascendencia de un enfrentamiento específico, cuestionando la construcción vigente del archienemigo árabe. La amenaza podrá llamarse Fayed (el cerebro detrás de las bombas) o Gredenko (el ex general ruso proveedor de la tecnología made in URSS), pero el terror es siempre una construcción igual a la anterior. 24 desarma otra vez el modo en que se instituye la identidad de todo adversario, prefiere pensar “la vida bajo amenaza” como un imaginario social, estudia con lupa no la idiosincrasia musulmana sino cómo se encarna una paranoia. Su rotación continua de “hostiles” es el modo de cuestionar el estigma actual sobre “lo árabe”, insertando estratégicamente figuras de arrepentidos o aliados, como la propia directora interina de la CTU (la unidad antiterrorista para la que trabaja Bauer), de origen musulmán.
Si la pregunta es cómo tomar distancia de las políticas bélicas en curso, la respuesta está en el regreso al individuo que propuso la serie durante este año. Por primera vez 24 se fundió con el melodrama clásico, localizando el mayor de los males y la única redención posible del héroe en el núcleo familiar: su padre como máximo hostigador no de una vida sino “del mundo”, su hermano Graem como eterno rival que libra en la amenaza nuclear su revancha personal con el hijo pródigo, la cuñada como botín de guerra entre dos partes en conflicto, el sobrino como prueba de honor, cuando tío Jack decida rescatarlo de su cautiverio aun al costo de exponerse al sacrificio y “morir por algo”. Amado y odiado sucesivamente por los fans, el conflicto de “la sexta” modificó por primera vez la lógica de la fuga hacia adelante; alteró la proyección hacia el futuro del “hombre máquina” en continua desaprensión de su mundo personal/ afectivo para restituirle un pasado; aun así Jack Bauer (Kiefer Sutherland) sigue siendo la exacerbación del ser en acción: guiado por el régimen cognitivo/ conductual, prepsicoanalítico, despegado del conflicto interno, cuyo superpoder fue la capacidad de hacer foco, fundando su ética personal en la concreción de una misión siempre puntual, menos patriótico que programado para resolver el mandado aun saliendo de la ley, la moral y el estatuto disciplinario. La propuesta de “la sexta” fue robustecerlo en términos dramáticos, darle una raíz, sin que ello implicara dotarlo de un mundo interior. La introducción de “la familia” fue una toma de partido: 24 remarcó que no es un comentario sobre el mundo sino sobre el sujeto.
La vida bajo amenaza se gestó no en los despachos ministeriales sino en un living; el gran terror y la respuesta bélica son necesidades menos corporativas que personales en el contexto del Imperio. Los padres de la criatura, Robert Cochran y Joel Surnow, habían definido su singularidad como “la falta de elipsis o cortes en el tiempo –según dijo Cochran–, para que aparezca una línea continua en la que cada segundo cuenta y aporta a la historia, sin repeticiones ni omisión”. “Aquí no se vuelve nunca sobre lo andado –agregaba Surnow–, sino que se está en un nuevo territorio a cada minuto que pasa.” Pero la sexta, por contrapartida, eligió desandar el camino: fue hacia atrás para reconstruir al “héroe-monstruo”, puso a prueba el margen de tolerancia cuando su técnica para “hacerlos cantar” se aplicó al propio hermano, cuando el tiro del final estuvo dirigido al padre.... Quedó en evidencia que, al menos en 24, todo empieza y termina en Jack Bauer. El es el modelo del hombre postapocalíptico, y es también lo que quedará después del ataque biológico/ químico/ nuclear. Es y fue durante todos estos años el “reflejo” de lo que seremos: magnificado, estetizado, únicamente humanizado por el tic nervioso que castiga a su ojo izquierdo. Jack Bauer no tiene cuerpo: sólo así pudo haber superado y tolerado sin quebrarse el año y medio de torturas en una cárcel china; su resistencia es el anticipo de un nuevo hombre más allá de lo trágico, con matriz en la resignación. Podría emparentarse con alguno de los Héroes (Universal) pero sin el componente fantástico que caracteriza a ese otro fenómeno de masas.
Aunque el actor, Kiefer Sutherland, teorice en público sobre el contexto en que se mueve su personaje y diga que “violencia y terrorismo son una misma cosa, pero el terrorismo no es muy eficaz ya que el atentado de Glasgow, Escocia, fue por la tarde y a la noche el pueblo ya había vuelto a la normalidad, como la mejor respuesta que se le puede dar al terrorismo”, la ficción lo pone a nadar en el sentido de la corriente como si ese “movimiento continuo” que encarna fuera la única resistencia posible, como si ese estadío prerracional, esa consagración unidimensional al esfuerzo físico fuera una forma de adaptación a la vida contemporánea. El hombre postapocalíptico colabora o se rebela, pero no se detiene y jamás duda. Los que vacilan (sucesivos presidentes, jefes y colegas) son “el mal” o lo que la “evolución” de la especie va dejando tras de sí. Tal vez esta noche el héroe sorprenda adquiriendo un renovado carácter introspectivo; quizás el encuentro con su último amor Audrey Raines (a quien creía asesinada en China, y que volvió con secuelas de daño psicológico tras la tortura oriental) lo alejen de su única lógica hasta aquí: el renunciamiento. O, en cambio, todo podría disparar hacia un nuevo día, varios años después (“la séptima”, de la que ya se conoce la identidad femenina que tendrá la comandante en jefe, tan actual –otra vez– como la candidatura de Hillary Clinton, y la condición de free lance que adquirirá Bauer, por fuera de la CTU). Mientras, el héroe sigue entregado al martirio de la acción plena; la angustia, en el “hombre máquina”, es pura expresión gestual que se presenta más como reflejo que como sentimiento: el puño bien apretado, la mandíbula mordiendo fuerte, el disparo contra la propia piel. El sufrimiento es, por el momento, puramente físico. Y es por no poder escapar de la dinámica de la caza, como si fuera un destino.
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