TELEVISION › MARIO PERGOLINI SE DESPIDIO DE CAIGA QUIEN CAIGA
Fiel a su estilo, el conductor no apeló a imágenes retrospectivas, apelaciones a la emoción fácil y músicas incidentales: sólo “El crucero del amor”, de los Cadillacs, sirvió como despedida de esta era del programa.
› Por Emanuel Respighi
Lejos, en las antípodas de las despedidas lacrimógenas y “especiales” que suele explotar comercialmente y sin ninguna cuota de remordimiento la televisión argentina de estos tiempos, el lunes Mario Pergolini se despidió definitivamente de Caiga Quien Caiga, el programa periodístico que durante doce temporadas condujo al lado de Eduardo de la Puente y Juan Di Natale. “Hay que irse. Uno tiene que tomar decisiones en algún momento y llevarlas a cabo. Tiene que ser así. Es una decisión totalmente personal. En lo particular, creo que no voy a volver a hacer televisión en mucho tiempo. Si puedo evitarlo para el resto de mis días, así lo haré”, explicó el conductor, sin dejar traslucir emoción alguna, pero con un dejo de tensión desconocido para su verborragia. “Esto no fue hecho para mí. Muy amables, que tengan una gran vida, que la pasen muy bien y que sea lo que Dios quiera”, fueron las últimas palabras que pronunció el conductor y productor, antes de dejar paso a los primeros acordes de “El crucero del amor”, de Los Fabulosos Cadillacs.
No hubo lágrimas, mucho menos llantos. Tampoco música incidental que condicionara (o determinara) los sentimientos de quienes realizaron el último CQC con el trío original y el de los televidentes en sus casas. No se recurrió al compilado histórico. No fue una despedida emotiva. No porque no haya habido causas para que así lo fuera, sino más bien por decisión personal de sus hacedores. De hecho, a lo largo de sus doce temporadas, CQC logró tomar el espíritu desprejuiciado de La noticia rebelde y reinventarlo en función del paradigma de la época actual, marcando un antes y un después en el periodismo televisivo. Además, el ciclo de Cuatro Cabezas cuenta en su historial con haber pasado por tres canales diferentes (América, Canal 13 y Telefé) sin perder audiencia, coherencia e ironía. No es poco.
La fría despedida de Pergolini y De la Puente del programa que el año entrante tendrá a Ernestina Pais, Gonzalo Rodríguez y Di Natale no puede sorprender a nadie. No podía ser de otra manera: al fin y al cabo, el estilo que Pergolini cultivó en los medios nunca (se) permitió manifestar la menor expresión de emoción. Al menos al frente de las cámaras o delante de un micrófono, la coraza mediática siempre se impuso –como regla inquebrantable– al plano íntimo. Ese estilo, incluso, se reforzó en la antinomia que Pergolini construyó a su piacere con Marcelo Tinelli, iniciada desde los tiempos de La TV ataca y Hacelo por mí, cuando la rebeldía (rockera, nunca pop) le era tan natural como el pelo largo que llevaba. Con el paso del tiempo, los dardos a Tinelli se volvieron cotidianos e, incluso, estratégicos.
Cuando CQC debutó en América a mediados de los noventa, el programa se constituyó como el representante de una nueva generación que no respetaba vestiduras ni instituciones. La corrupción y ostentación de la era menemista sirvieron para plasmar sin fisuras la asociación de CQC a un grupo de moscas dedicadas pura y exclusivamente a molestar al poder político y empresarial, exponiendo sus contradicciones y transformándose en altavoz ciudadano. Mientras no hubo compromisos empresariales ni televisivos de quienes lo hacían, hasta que se mantuvo la irreverencia juvenil como bandera, CQC fue un programa que con humor y desprejuicio desnudó con cinismo los mecanismos de poder a las nuevas generaciones.
Claro que Pergolini ya no es el que era en 1995, cuando el programa rompió los esquemas televisivos. El rebelde de antaño le cedió paso al empresario multimedia de hoy. Si bien nunca renunció a su pensamiento políticamente incorrecto, Pergolini –su empresa, sus programas– debió acomodarse a la nueva situación que el cambio de roles le impuso, muchas veces entrando en contradicción entre el hombre-empresario y el hombre-mediático que –como él bien dice– degeneró a, al menos, dos generaciones. Un formato antiinstitución como CQC requiere, indudablemente, de conductores y cronistas sin compromisos o que no midan demasiado las consecuencias de lo que dicen o hacen.
Por eso, más allá de que la renuncia de Pergolini puede interpretarse románticamente como un gesto heroico, su dimisión al frente de CQC pareciera responder, en realidad, a un hastío profesional y/o a una necesidad personal. Incluso, a un menester que el propio ciclo requería para no perder credibilidad, sarcasmo y anclaje en los más jóvenes. Bastó ver la desidia con la que condujo los últimos meses de CQC para darse cuenta de que a quien creó CQC el programa ya se le hacía una mochila. La producción y conducción de ciclos como Algo habrán hecho y El gen argentino, también, refuerzan el golpe de timón e intereses que Pergolini encaró desde hace unos años.
El programa del adiós (que midió 25,2 puntos de promedio, la marca más alta de los últimos años) fue una radiografía de lo que es Pergolini hoy en día: la rebeldía de antaño se fundió en esa emisión histórica con la de un hombre muy diferente a cuando había asaltado, desde la radio, la pantalla chica con ciclos como La TV ataca y Hacelo por mí. Criticó a Telefé por el horario de emisión de la nueva temporada de Algo habrán hecho (“se podrían haber puesto las pilas, qué les costaba darnos el horario de las diez de la noche, un poquito más temprano”, dijo), no dudó en hacer gestos obscenos al festejar la victoria en rating de Zapping frente a TVR (“logramos ganarles en menos de un año”, festejó) y tampoco se olvidó de Tinelli y de Mirtha Legrand. “Total, ¿qué? ¿me van a echar?”, disfrutó, en ese momento, el niño rebelde que lleva adentro.
Luego de regalarle el traje a Di Natale como un legado ofrecido en mano (“es el único traje que tengo y no lo voy a usar nunca más”, sentenció), Pergolini cerró el programa agradeciendo y diciendo que “esto no fue hecho para mí”, en referencia a sentirse sapo de otro pozo en el universo televisivo, pese a sus más de quince años en el medio. “Adiós amor adiós, y no vuelvas más/ yo sabía desde siempre/ que esto terminaría mal/ y nunca me vuelvo a enamorar/ ni por todo el oro de este mundo/ eso no me pasa más”, sonaba ya en la voz de Vicentico cuando Pergolini dejó el estudio, como una declaración de principios de quien se formó en la radio y fue adoptado (y se dejó adoptar) por la TV a regañadientes. Ya era el fin de una era.
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