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Sábado, 7 de enero de 2006

TELEVISION › CRONICA SOBRE EL INSOLITO BOOM DEL CATCH TRAS UNA BRECHA DE VEINTE AÑOS

El corazón del imperio de la Doble Nelson

En el 2006 vuelve el catch en un programa de lucha y en telenovelas. Luchadores y productores de TV intentan explicar las razones del fenómeno de las peleas de final anunciado.

 Por Julián Gorodischer

La Doble Nelson, la patada voladora, el tacle directo a los genitales, efusivos, exagerados, vuelven a imponerse en un mundo de pura retórica, allí donde una piña no pretende herir sino mostrarse autónoma, donde una derrota, al decir del genio Roland Barthes en sus Mitologías, “presenta el dolor del hombre con la amplificación de las máscaras trágicas... como una Pietá primitiva, el rostro deformado por una aflicción intolerable”. Junto con el programa 100% lucha (los domingos en Telefé) y las novelas Gladiadores de Pompeya (con Gabriel Goity y Juan Leyrado, desde marzo en Canal 9) y Sos mi vida (con Natalia Oreiro, en Canal 13, con una liga de catch entre otros tópicos) se despliega un espíritu adormecido durante veinte años, desde la despedida del mítico Titanes en el Ring. ¿Fue el fin de la ilusión? Desde 1983, cuando se emitió el último episodio de los Titanes..., nunca pudo recuperarse esa ficción de lucha extrema con final anunciado, la paradoja de saber al combate arreglado e igualmente hinchar a favor del titán... Una escena de catch (la de 100% lucha, con sus remozados villanos y héroes, su tribuna más infantilizada) es apenas la excusa para salir a preguntar: ¿por qué ahora?
Se les consulta a luchadores, relatores y al astro Rubén Peucelle, heredero de Karadagian, sobre el motivo del cierre de una brecha. El ámbito: un programa que mezcla la tradición clásica de golpes de más y agonías notorias con la estética del Play Station: para seguir vigente debió incorporar la lógica del videogame y hasta un sensor que al contacto con la piel determina potencia y resistencia de cada luchador. ¿Más cambios? “Si algún arbitraje no te gustó, no te pierdas de mandar un mensaje de texto desde tu celular”, grita el conductor Leo Montero, a tono con el cobranding (negocio para dos) del momento. Si la Monita de Nati Oreiro será una boxeadora entrenada por la tigresa Acuña, otra vez más preparada para fingir que para lastimar, y los gladiadores de Pompeya centrarán el costumbrismo remozado alrededor de un club barrial dedicado al catch, es tiempo –parece– de ir en busca de algunas claves del nuevo héroe criollo, ese “canalla perfecto que se presenta como un carácter de Molière o un retrato de La Bruyère, es decir, como una entidad clásica...”.
El nuevo luchador, en cualquier caso, está marcado por la estética del metrosexual, como el Caballero Medieval de 100% lucha (a quien se ve ingresar al ring vistoso) de malla ajustada y capucha fetichista, a tono con el ocultamiento esencial que necesita todo luchador: aquí no se le ve la cara. “No te van a hablar de sus historias de vida, se perdería la mística”, decreta el productor, que pretende hacer creer que el Teniente Murphy de verdad es un desertor de los Estados Unidos y el Ofidius, un descendiente improbable de la boa constrictor. Basta verlos, sin embargo, para saber que el nuevo hombre light impone sus marcas y transforma al ex rudo tipo Momia o Caballero Negro, ni que hablar de Karadagian: patriarca omnivencedor, machísimo. Ahora, el luchador Vicente Piloni (al que le toca pelear) es del tipo stripper, de abdominales marcadísimos, muy erótico con sus calzas ajustadas, claritos, propensión al plano de culo, cinto de tachas, botas negras, proclive al abrazo, de pronto apoyado de atrás. “Aplica la técnica de pisarle la cola al hombre perro”, relata Osvaldo Príncipi. El Ancho Rubén Peucelle recibe, optimista, el fenómeno: “La vieja guardia era gente muy gruesa, muy pesada. Estos no pelean menos, saben muchísimas cosas (como vuelos hacia afuera) que antes no se hacían”. Lejos de tanta dieta de pollo, carne y pasta cada tres horas, de la hora diaria de aparatos o Pilates como se estila en el 2006, el Ancho es uno de los que no quedan, desentendido del cuidado personal. “El codo se me traba por un golpe que me dio el Gitano Ivanov –dice a Página/12–, y me tendría que haber operado hace más de veinte años. Cada uno se pagaba sus cosas. Ahora, en cambio, estamos todos asegurados.”
El luchador, en el backstage, siempre contesta desde el personaje, nunca se corre de ese origen ficcional de desertor americano (para Murphy, único autorizado para hablar) y desde allí intenta dar respuestas para el boom. Verlo luchar es atender a una decena de técnicas fijas, semiactuadas, como un Valetodo sin mordidas ni golpes al rostro, atenuado, lavadito, una coreo de secuencia fija que trastabilla en el caso de Ofidius, porque se arrastra y no ofrece patadas ni pinzas –dice Felino–, y llega a su apogeo en el caso de Murphy. Pero entre la granada (lo tira y arroja al suelo), el mortero (lo rebota a las cuerdas y golpea con el codo) y la tijera (sus piernas le oprimen el cuello) se destaca la Doble Nelson (herencia de la Momia), toma que se reserva el protagónico en las tiras que se vienen. Teniente Murphy la representa: le traba los brazos por detrás de la espalda, pegado al otro tipo y presiona en la nuca, reuniendo dos claves infaltables en todo acto para mirar con morbo: ataque desde atrás y contacto impropio entre dos varones. Sobre la ilegitimidad de embestir sin aviso, ¡no existe tal ilegitimidad! “Cuanto más baja es la acción del canalla –escribió Bar-
thes–, más se alegra el público por el golpe que se aplica con justicia.” Teniente Murphy formuló una hipótesis personal sobre lo que está pasando: se lo nota reflexivo, bilingüe, y tal vez por eso envidiado por los muditos que rodean la entrevista en camarines, impedidos de abrir la boca. Dirá: “El catch en la Argentina tiene una brecha de diez años, lo último fue Titanes.... Me fascinaba Karadagian, y su gran talento era montar un show. El catch –sigue Murphy– tiene sus propias reglas: no vale morder ni dar golpes de puño al rostro. ¿Qué soy... más luchador o actor? ¡Más actor! Mi personaje no es bueno ni malo, no le interesa, abandona todas las peleas antes del final. Es neutral, y no creo que sea necesario ser bueno o malo para tener popularidad. Hogan, ídolo del catch estadounidense, primero era malo y después fue un bueno muy querido en la lucha americana”.
Como toda vuelta, la del catch tiene su referente indiscutido: es un tipo llamado Rubén Peucelle, que una vez recibió la herencia de Karadagian. Fue el encargado de cerrar Titanes... cuando el astro barbado ya no pudo hacerlo, el que imponía un diámetro inusual pero sin panza (un milagro en cincuentones) a base de gimnasia artesanal. Nada de poleas ni pesitas: pura corrida, pura caída forzada hacia atrás y adelante que ahora impone a sus aprendices. Durante veinte años estuvo a la sombra del líder máximo del catch, Karadagian, que acaparó la gloria, y cuando fue su momento, cuando el triunfo asomaba para él, tras la muerte del paterfamilias: ¡el fracaso! “Lucha fuerte –recuerda su experiencia autogestada– no duró porque García dejó el Canal 2. Si hubiera seguido, seguíamos con él hasta el día de hoy.”
–¿Cómo se enseña a pelear a los nuevitos?
–Se aprende estando frente al espejo, haciendo mímica. El espejo le da el reflejo a uno, los movimientos, como si peleara con alguien del espejo. A mi aprendiz empiezo haciéndolo caer, hacia atrás, hacia adelante. Como mínimo, para aprender necesitan un año. Pero funciona: si nosotros estábamos en el quinto, a ellos los veo en el décimo piso.
Para Osvaldo Príncipi, relator de boxeo y de catch, la vuelta no es otra cosa que un rescate de la “cultura popular argentina”. La tele se anima a la grasada, sin hacerle asco. Los tres canales más vistos se ven atraídos por el catch, tal vez después de un 2005 que impuso la bulla y el papel picado como leitmotiv de una TV circense. Después de tanto freak en busca de sus cinco minutos, de tanto niño cantante, irrumpe el colmo del fenómeno: es el retorno a los clásicos. El luchador inflado, semidesnudo, sudado como el Teniente Murphy, engrosado en tiempos de siluetas magras, rebelado al mandato de la suavidad... ese hombre... queda bien en la pantalla. “El milagro de Titanes... –interpreta Príncipi, no casualmente heredero del viejo Videomatch de la escuela Tinelli de bloopers y pandilla– era la fantasía bien propuesta y presentada: los abuelos y los nietos atrapando a los padres en el medio. Yo represento el llamado a recrear la inocencia...”
A la pregunta ¿por qué ahora?, se podrá argumentar que es por el influjo del videogame o una remake actuada del animé... El catch es, tal vez, la fusión de dos tendencias recientes: costumbrismo barrial (héroes de entrecasa) y escena circense para dar con el espectáculo televisivo por excelencia, cumpliendo la regla de la comprensión garantizada. Es la ilusión de la significación completa, ese punto en el que se devela el sentido y “cada signo –analizó Barthes– está dotado de una claridad total, ya que es necesario comprender todo lo que está sobre la marcha... Cada tipo físico expresa hasta el exceso el lugar asignado al combatiente”. ¿Por qué se ausentó durante dos décadas de la pantalla ese encumbramiento del sueño televisivo? Tal vez Peucelle, en su añoranza del retirado Héctor Ricardo García –hacedor de Crónica, firme junto al pueblo–, dé una respuesta: “García era un tipo ideal, muy popular, que sigue haciendo falta. Ahora encuentro a la juventud descarriada, y creo que era hora del regreso. Cualquier tipo de deporte los podrá ayudar”.

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Violar las reglas es uno de los hits del catch.
 
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