Lunes, 7 de noviembre de 2011 | Hoy
TELEVISION › MIRADA A LOS CICLOS QUE GANARON EL CONCURSO DEL INCAA
Los ocho programas financiados por el Estado que se ven por América y Canal 9 tienen su continuidad asegurada más allá del rating, lo que generó una libertad creativa inusual para las condiciones de la industria, además de casi pleno empleo en el medio.
Por Emanuel Respighi
Como nunca antes, la TV argentina tiene en su programación de aire numerosos relatos de ficción. El estreno de los programas seleccionados del concurso organizado por el Incaa, en el marco del Plan de Promoción y Fomento de Contenidos Audiovisuales, renovó la pantalla con unitarios de todo tipo. Filmados en alta definición, hoy conviven ocho programas de ficción financiados por el Estado, programados entre las pantallas de Canal 9 y América, que se suman a las dos tiras de El Trece (Herederos de una venganza y Los únicos), y a otros tres unitarios (El puntero en El Trece, Tiempo de pensar en el 7, y Todas a mí en América). Más allá de que semejante caudal productivo de ficciones generó casi pleno empleo en el medio, el hecho de que por su propia génesis la continuidad y financiación de cada programa estén aseguradas –más allá del rating– derivó en una libertad creativa inusual para la industria. Estrenados los ocho programas que verán la luz este año, Página/12 propone un recorrido por cada propuesta para conocer qué aportan desde el punto de vista artístico y social. Como para ayudar a elegir con el control remoto en mano.
El peronismo, en tanto movimiento político-social de fuerte impronta histórica, está plagado de mitos, enigmas e historias –ciertas o no–, cuya repetición en el tiempo convirtió en leyendas que forman parte de la cultura argentina. Algunas de esas historias nunca comprobadas, pero que forman parte del inconsciente colectivo nac&pop, son las que se abordan en Proyecto aluvión (viernes a las 23 por Canal 9), que Daniel Santoro y Francis Estrada se propusieron realizar con el afán de darles cabida a esos “anatemas y leyendas” de implicancia política. Un desafío complejo, pero resuelto con la libertad creativa necesaria –despojada de cualquier pretensión y veracidad histórica– para “iluminar” las fábulas que rodean al peronismo.
Bajo el eslogan “todo lo que usted siempre quiso saber sobre el peronismo y no se animaba a preguntar”, Proyecto aluvión va en búsqueda de los mitos sin aspiración reveladora, sino como parte de un juego discursivo al que se le da lugar para ilustrar el rechazo que el peronismo tuvo (tiene) en sectores de la sociedad, por su carácter popular. Valiéndose de la simbología justicialista y una delicada ambientación de los ’50, que se intercalan con material de archivo que aportan realismo, el programa escrito por Patricio Vega (Los simuladores) logra construir unitarios que recrean las tensiones sociales de entonces, mediante recursos dramáticos que lo liberan de cualquier carga política o rigurosidad histórica. Una acertada estrategia que libera a Proyecto aluvión de los mismos fantasmas que rodean al peronismo, y que su ficcionalización desarticula sin clausurar su contenido mítico.
Continuidad al camino recorrido con acierto y sensibilidad en TV x la identidad, TV x la inclusión (miércoles a las 23, por Canal 9) reafirma el criterio que Bernarda Llorente y Claudio Villarruel ponen en práctica cada vez que se lanzan a producir ficciones. A fuerza de un relato cotidiano, los tres episodios (uno doble) hasta ahora emitidos tienen la finalidad de contar una buena historia y despertar conciencia. Esa cotidianidad, manifiesta principalmente en el “tachero facho” del segundo episodio, interpela al espectador en tanto ciudadano, a través de situaciones y personajes identificables. Al abordar la discriminación, los prejuicios y la exclusión social por medio de un relato estructurado sin el rating mediante, permite que el público reflexione sobre sus propias actitudes.
Un punto que vale la pena subrayar en la producción de ON TV es que el menor presupuesto al que se acostumbra tener está equilibrado aquí gracias al recurso de darles un papel más preponderante a la musicalización y a los silencios. El desarrollo de estos dos aspectos, además, tiene la virtud de generar pequeños “tiempos muertos” en la trama, que funcionan en los espectadores como momentos de reflexión sobre lo que ven y sobre sus acciones cotidianas en relación con esas temáticas. Las actuaciones (desde Selva Alemán y Eleonora Wexler hasta Darío Grandinetti, pasando por Daniel Hendler y Alejandra Flechner) cumplen un rol fundamental a la hora de acompañar el relato estético-narrativo impulsado por la producción. Compromiso social y entretenimiento se amalgaman con sentido televisivo.
Si la controversia que se generó en torno de la realización de una serie sobre un tema como el del polémico traspaso de Papel Prensa, que afecta grandes intereses periodístico-mediáticos y cuya causa judicial aún está abierta, fue motivo suficiente –entre otras presiones– para que Mike Amigorena abandonara el proyecto, el estreno de El pacto (jueves a las 23 por América) corroboró la presunción de que se está ante la primera ficción “urgente” de la TV. La idea de echar luz sobre los acontecimientos que rodearon el traspaso de las acciones de Papel Prensa, en la dictadura, a Clarín y La Nación, pareció estar condicionada por un contexto político en el que el tema forma parte de la agenda periodística. Así, el debut mostró una trama en la que prevaleció el contenido político por sobre lo artístico.
Con un elenco de grandes actores (Cecilia Roth, Federico Luppi, Luis Ziembrowski, Amigorena), El pacto no pudo conformar un relato que armonice el revisionismo histórico con una trama atractiva en términos dramáticos. Al priorizar la carga política (directa y sin demasiadas sutilezas narrativas), el relato del primer episodio se mostró confuso y complejo a los ojos de los televidentes no interiorizados en el tema. El forzado interés “aleccionador” del guión atentó contra la fluidez narrativa que toda pieza artística necesita, tanto para captar la atención de quienes del otro lado pretenden dejarse llevar por los destinos inimaginables de una ficción, como así también para que el mensaje (artístico, político, social) penetre con naturalidad.
En una de las gratas sorpresas de las ficciones surgidas del concurso, Los sónicos (domingos a las 22, Canal 9) se destaca por combinar creatividad artística, un sólido elenco, un guión divertido y una estética que refuerza la búsqueda de su trama, características que no suelen encontrarse en un mismo programa. Bifurcada en dos tiempos que el relato diferencia y entrecruza con claridad y acierto, la ficción de GP Media cuenta la historia de un grupo de viejos “copados” que periódicamente visitan a un amigo que hace 43 años se encuentra en coma, tras un accidente automovilístico cuando en la adolescencia conformaban un grupo de rock. Ese ritual se rompe cuando el amigo postrado durante décadas en la clínica se despierta y el grupo intenta recuperar el tiempo perdido.
El programa está plagado de guiños de estirpe rockera, como Bobby Flores señalando que esos pibes que escuchaba en los ’60 no saben nada porque “el rock se canta en inglés”, o la caminata que sirve de separador en la que con paisaje porteño simulan la fotografía de The Beatles en Abbey Road. La trama va y viene todo el tiempo entre los años de “reviente” del grupo en los agitados sixties, previos al accidente y desintegración de la banda, y la actualidad de ese grupo de soñadores devenidos viejitos con onda. En el contraste con el pasado juvenil y colorido, Los sónicos avanza bajo el motor dramático de que los amigos deben hacerle creer al enfermo que el tiempo no ha pasado (un “gancho” similar a Good bye Lenin), con los enredos lógicos.
Ficción psicodélica en la que la música cumple un rol protagónico, Los sónicos tiene la fortaleza extra de que la excelente producción y ambientación están reforzadas por un gran elenco, ideales para jugar el juego que la propuesta parece perseguir. Las actuaciones de Hugo Arana, Norman Briski, Roberto Carna-ghi, Mario Alarcón y Federico Luppi (el exiliado que vuelve para intentar rearmar la banda) tienen, esta vez, la potencia de sumar la calidad de cada actor en las escenas que comparten, generando toda clase de deliciosas situaciones. En la otra línea de tiempo, Martín Slipak, Nazareno Casero, Santiago Pedrero, Lucas Ferraro y Juan Bautista Greppi interpretan con lógica rockera el funcionamiento –anarco, tenso y hormonal– de un grupo de rock, sin caer en caricaturas.
Jugando con el suspenso y lo tragicómico, Víndica (viernes a las 23, América) se propone contar historias de género de finales sorprendentes, en un tono ágil y moderno. Escrito por Andrés Gelós y Pablo Lago, combinó en sus primeros capítulos una historia para nada solemne sobre Malvinas, un thriller policial típico, otra historia que combinó humor negro y suspenso, y hasta una trama dramática de esas que rodean a los boxeadores. Con una estética y edición cuidadas, la apuesta de Promofilm tiene como eje la “venganza”, pero no entendida en tanto visceral reacción humana, sino como inevitable juego del destino. No por nada el lema del programa es “si hacés el bien, recibís el bien; si hacés el mal, recibís el mal”.
La particularidad de Víndica es que tiene la practicidad de adecuar sus recursos a la historia que cuenta. La serie es capaz de contar una historia ficcional con un claro mensaje social, como el capítulo sobre Malvinas, utilizando imágenes documentales y aportando datos históricos en pantalla. Con igual soltura, mostró crédito para abordar historias sin ningún tipo de anclaje social, contenidas en una estructura dramática coherente y sin perder verosimilitud. El mayor problema que enfrenta es que una vez que el espectador se familiariza con la estructura narrativa, la vuelta de tuerca pierde el efecto sorpresa.
¿Existen tensión, expectativa, trauma, alegría y/o experiencia más movilizadora que la que se suele sentir cuando cualquiera asume el riesgo de hacer algo que nunca antes se había hecho? Probablemente no, ya que siempre lo desconocido está cargado con el peso del miedo que impone lo que carece de certeza. En ese punto reside el singular atractivo de Historias de la primera vez (martes a las 23, América). El ciclo, producido por Illusion Studios, cuenta en cada emisión la primera vez en algo de diferentes personajes. Esa idea tiene la virtud de renovar historias semanalmente, sorprendiendo con relatos que saltan de un género a otro con naturalidad.
Haciendo foco en un cuidado contexto histórico en el que cada personaje decide dar un primer paso en algo, o por acción de un tercero es objeto de una sensación nunca antes evidenciada, Historias... se estructura bajo una narración clásica que tiene en su epílogo su principal atractivo. Con un elenco rotativo, contó diferentes situaciones a través de los capítulos emitidos hasta el momento: “La primera vez en el amor” (de una mujer madura), “La primera vez que me traicionaron”, “La primera vez que se separaron mis padres”, “La primera vez con un hombre” (de un hombre) o “La primera vez que me animé” (a participar de una experiencia swinger). Con guiones sencillos que permiten ingresar en la psicología que enfrenta cada personaje, demuestra que no por simple una ficción carece de interés.
Decisiones de vida (lunes a las 23, Canal 9), la ficción más floja de todas las surgidas del concurso del Incaa, asombra por la falta de sentido artístico y narrativo con que presentó cada una de las historias. Creyendo equivocadamente que un unitario maneja el mismo código y lenguaje que una telenovela, pero cuya frecuencia es semanal y tiene muchos menos capítulos, LC Acción (la productora de Quique Estevanez) puso al aire un producto que llama la atención que haya sido seleccionado por un jurado de especialistas. Un error conceptual que aniquila la posibilidad de que los televidentes puedan “comprar” la convención que toda ficción requiere.
A puro trazo grueso, sin matiz alguno, Decisiones de vida se presenta como un programa inspirado en “historias de la vida real”. Sin embargo, si se le concede esa inspiración, el esquematismo del guión echa por tierra cualquier rasgo de verosimilitud. Plagado de diálogos melodramáticos y grandilocuentes frases, cada capítulo se plasma bajo las características de una telenovela, incluso en sus aspectos estéticos, pero comprimida en 45 minutos. ¿El resultado? Una ficción que sólo se recordará como manual de estilo acerca de lo que no debe ser un ciclo unitario.
Bajo el explícito objetivo de despertar conciencia social y ayudar a la víctima a que se anime a denunciarlo, Maltratadas se puede incluir en las ficciones de anclaje social que en los últimos años desarrolló la TV argentina como interesante signo distintivo. Producida por Torneos y Competencias, se propuso contar historias en las que las protagonistas sufren de algún tipo de violencia, de índole física, laboral, sexual, económica o psicológica. El foco está puesto en el maltrato de género, generalmente manifiesto desde algún tipo de relación de poder que el victimario tiene con la víctima. El resultado es un programa cuya mayor virtud reside no sólo en contar la forma en que la violencia se pone en práctica, sino en aportar y desarrollar cuidadosamente el marco social en el que se manifiesta. Un aspecto interesante para poder entender, sin por ello justificar, el contexto en el que un abuso se puede transformar en una situación enfermiza en la que al victimario lo acompañan partícipes inconscientes necesarios.
Escrita por Esther Feldman, Maltratadas (lunes a las 23 por América) extiende el foco de la violencia de género más allá del victimario, intentando husmear en los “ayudantes” sociales que lo posibilitan, con intención de llamar a la reflexión a todos. En ese afán de movilizar a los televidentes (que incluye al terminar un mensaje de los actores con información y datos de contacto), muchas veces cae en tramas y personajes estereotipados, con conflictos que suelen resolverse precipitadamente. De todas maneras, puede ser una decisión deliberada, en función de que todos identifiquen el conflicto y el mensaje que subyace sea escuchado.
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