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Sábado, 25 de febrero de 2012

TELEVISION › EL FENOMENO DE UN CLASICO DE LA TV ARGENTINA

“En el imaginario social vamos a ser siempre ‘Los simuladores’”

En su octava repetición, el ciclo dirigido por Damián Szifron y protagonizado por Diego Peretti, Alejandro Fiore, Federico D’Elía y Martín Seefeld está entre lo más visto de 2012. Aquí, todos ellos repasan cómo fue crear el ciclo y abren una puerta para el retorno.

 Por Emanuel Respighi

Seefeld/Medina (investigación), Peretti/Ravenna (caracterización), D’Elía/Santos (planificación) y Fiore/Lamponne (técnica y movilidad).
Imagen: Gentileza Natalia Otero.

“Que se repita el ciclo me pone muy contento porque significa que hicimos las cosas bien. Es un motivo más para creer que resultó una buena idea apostar a hacer un programa de calidad, hecho con mayor tiempo de producción. La reposición de Los simuladores demuestra que se puede hacer televisión con la posibilidad de perdurar en el tiempo, y no ser algo efímero. Por primera vez ocurre con programas nacionales lo que sucede con muchísimas series extranjeras: que se emitan una y otra vez.” El análisis le corresponde a Damián Szifron, guionista y director de Los simuladores, la excepcional ficción que en su ¿octava? reposición en Telefe (martes y jueves a las 23.30) se mantiene entre los cinco programas más vistos de la TV argentina de 2012. Aunque lo parezcan, los dichos de Szifron no son actuales sino que fueron publicados en Página/12 el 10 de marzo de 2004, con motivo de la segunda reposición del unitario protagonizado por Diego Peretti, Alejandro Fiore, Federico D’Elía y Martín Seefeld. A una década del estreno de la primera de sus dos temporadas, e incontables repeticiones mediante, Los simuladores refuerzan en cada regreso a la pantalla el merecido status de clásico contemporáneo de la TV argentina. Un programa que sus protagonistas no descartan volver a hacer en un futuro cercano, ya sea en la pantalla chica o en la grande.

El fenómeno de Los simuladores es inédito. Con apenas 24 episodios realizados, emitidos en dos temporadas entre 2002 y 2003, el programa producido por Telefe Contenidos se convirtió en su momento en el unitario más visto de la TV local, con episodios que superaron los 35 puntos de rating. El “boca a boca” pareció haber hecho lo suyo en su momento, ya que el ciclo fue sumando espectadores paulatinamente. De hecho, esta ficción posee el raro privilegio de haber medido más rating en su primera repetición que en su temporada estreno. Esa “rareza” parece no tener fecha de vencimiento, ya que la actual reposición alcanza los 14,3 puntos de rating promedio, posicionándose entre los programas más vistos de 2012. No debe existir en la historia de la TV argentina un programa que haya generado tanta aceptación en el tiempo.

La brigada de héroes de carne y hueso, sin superpoderes más que el trabajo en equipo, que ayudan a gente común a resolver problemas cotidianos, logró la identificación inmediata de los televidentes. La idea de una trama alrededor de un grupo comando con cierta moral que simulaba todo tipo de situaciones para ayudar a ciudadanos en problemas pareció oportuna en la Argentina posterior al estallido de fines de 2001. El cuidado visual, la estructura del relato, la prolija puesta de cámaras, las sólidas pero ajustadas actuaciones y un guión de humor sencillo aunque fino se combinaron para trascender al contexto socio-político de entonces y erigir a Los simuladores en uno de los mejores programas de la historia de la TV argentina. Un fenómeno sin precedentes que corrobora que las ideas creativas, llevadas a cabo pensando únicamente en la calidad y la coherencia artística, tienen sus beneficios en la pantalla chica.

Las razones
detrás del fenómeno

Página/12 dialogó con los cinco protagonistas de Los simuladores para tratar de analizar –más allá de los aspectos “invisibles” que suelen rodear a cualquier obra artística de gran repercusión– la vigencia del programa acunado en la mesa de un bar más de diez años atrás. La idea nació para trasladar la amistad a un proyecto en común, que en principio iba a tener destino de cable. ¿Qué es lo que vuelve imprescriptible a un programa que se vale de recursos tradicionales de la escuela de series norteamericanas?

“Para mí, hay dos elementos que se combinan”, se adelanta Szifron, guionista y director. “El primero es la calidad del programa. Me refiero al caudal de ideas, emociones y pensamientos que se emplearon en su construcción. Ante todo imaginaba los casos, los conflictos. En general, el sufrimiento de los clientes reflejaba dolores o miedos propios, de familiares o de amigos, de modo que tenían un gran potencial de ser reconocidos por los espectadores. Después discutía con Peretti y el grupo de colaboradores los planes y sus posibles alternativas. Era un proceso festivo, nos reíamos a carcajadas. Si tenía dudas con respecto a tal o cual idea, la contaba y rápidamente sabía si iba a tener aceptación o no. Recién cuando me sentía seguro con la columna vertebral del operativo de turno, me encerraba a escribir el guión. En general me iba de viaje, a lugares más bien deshabitados. Colonia en invierno, una playa, la montaña. Los diálogos surgían en un contexto de máximo placer y distensión. Luego, en rodaje, ensayábamos hasta que los actores encontraran la frecuencia adecuada para decir esos textos. Si salía mal, se repetía. De forma similar se encaraba el proceso de montaje y musicalización, mientras el equipo de producción, que incluía a Martín, Alejandro y Federico, corría día y noche para conseguir lo que se necesitaba para el episodio siguiente. Todo se hacía con esfuerzo y contra reloj, pero siempre con imaginación y espíritu lúdico.”

Para quien fuera el último en acoplarse al proyecto, el otro aspecto que define a Los simuladores “es la inteligencia del espectador”. “Lo que vulgarmente se denomina como ‘la masa’ –explica el cineasta– está compuesta por individuos y, como tales, son infinitamente más inteligentes de lo que el discurso que normalmente se dirige a ellos supone. Si uno analiza los discursos de las publicidades, las tiras diarias, los programas de concursos o de chimentos, advierte que le hablan a un idiota. La gente los mira igual, porque no tiene la facultad, los recursos ni el tiempo para organizarse y modificar la oferta. Pero que miren algo no significa que les encante. El hábito de mirar televisión a determinada hora preexiste a los ciclos particulares que se emiten en ese horario. En este contexto, Los simuladores fue un programa que imaginaba –y necesitaba– a un individuo inteligente del otro lado de la pantalla; la serie estableció un contacto directo, acaso íntimo, con el espectador. Creo que la audiencia agradeció que su inteligencia fuera requerida y sus conflictos se vieran reflejados.”

Los actores que le dieron vida al grupo comando conformado por Mario Santos (logística y planificación), Emilio Ravenna (caracterización), Gabriel Medina (investigación) y Pablo Lamponne (técnica y movilidad) dicen sentirse orgullosos de haber participado de un ciclo creado bajo el ala de la amistad. “No tengo la menor idea de por qué se da este fenómeno, sólo puedo decir que nosotros lo hicimos con mucho amor, pasión y cariño”, confiesa Peretti. “No fue un programa más para mí, porque intervine en la producción y los guiones, cosa que no había hecho nunca, ni volví a hacer. Además, producirlo con amigos de la vida también lo hizo diferente. Los simuladores guarda un espacio muy grande en mi corazón y en el de todos los que lo hicimos”, subraya el actor.

Donde también hay acuerdo general es en el hecho de que el programa no deja aristas sueltas: tanto en su elaboración como en el resultado final, todo luce impecable. En este sentido, el ciclo es mucho más que la suma de las partes. “Lo que tiene Los simuladores es que cuenta historias que pueden seguirse fácilmente, con un gran despliegue de producción, un divertido guión y actuaciones minimalistas”, analiza Fiore. “En eso cumplió un papel fundamental Szifron, que fue un adelantado en contar con planos y contraplanos, planos secuencia y otros recursos cinematográficos. El tiempo de trabajo de los guiones y las escenas tenían un sentido: recuerdo que muchas veces grabábamos y regrabábamos durante ocho horas una escena y le decíamos que la cortara, que ya estaba, que era un exceso. Pero después, cuando veíamos el programa al aire, le terminábamos dando la razón. Szifron tiene la virtud de que mientras escribe los guiones los va editando y musicalizando en su cabeza”, señala, no sin admiración.

En su calidad de actor y ahora productor con El Arbol, la empresa que abrió junto a Pablo Echarri, Seefeld aún admite no salir de su asombro al pensar que el proyecto nacido en la mesa del bar se haya transformado en lo que se transformó. “Que las repeticiones de Los simuladores sigan estando entre los ciclos más vistos de la televisión argentina –arriesga– tiene que ver exclusivamente con la calidad del producto. Fue un programa que rompió con los moldes de la TV hecha acá. Fue el primero que tenía estructura de serie norteamericana. Era un humor para toda la familia, pero seguía siendo inteligente y fino. Eso también es un síntoma de que la gente está pidiendo buenas ideas en la tele, que se hagan programas con ese nivel de televisión. La gente necesita ciclos en los que pueda entretenerse inteligentemente. Y así como Los simuladores nos representó en la idea que teníamos y en la forma que queríamos plasmar, creo que el ciclo representa en los televidentes el tipo de programas que quieren ver.”

En la búsqueda de la “clave” del éxito, D’Elía le da al tono lúdico de la trama un lugar que puede explicar su adhesión multitudinaria en el tiempo, el ejercicio de volver a ver los mismos capítulos una y otra vez como si fuera la primera: “Que Los simuladores siga teniendo esta inexplicable vigencia tiene que ver con que cuenta muy bien historias atemporales, en las que Szifron desa-rrolló problemas personales con los que el público se siente identificado. Otro aspecto es que el programa tiene un formato de serie de ficción tradicional que no se da: la trama de Los simuladores invita al espectador a jugar. A mí me hace acordar a las series que veía de chico, de las que esperaba ansioso cada capítulo”.

Sinsabores del éxito

Claro que las constantes repeticiones del programa no sólo producen placer en los actores, para quienes la sobreexposición televisiva nunca parece ser buena consejera. Aun en un ciclo notable como Los simuladores, donde las sólidas interpretaciones de cada uno de los miembros de la brigada les otorgaron a los actores una trascendencia popular que sigue hasta hoy en día. “Las sensaciones son encontradas”, dice D’Elía. “Más allá del placer que sentimos todos los que participamos de saber que el programa que quisimos hacer siga atrapando televidentes, ya sea nuevos o viejos, las interminables repeticiones también me provocan un poco de cansancio, porque nunca son beneficiosas para los actores”, señala.

El programa, cuyo piloto fue financiado por los cinco simuladores y grabado durante los últimos fines de semana de 2000, a la par de otros trabajos, es una producción de Telefe Contenidos, que financió el ciclo y dispuso de toda su estructura técnica y artística. En su carácter de productor, el canal tiene los derechos de emisión y comercialización, los cuales capitalizó no sólo con las repeticiones sino también con las ventas del formato a Chile, España, Rusia y México, donde se realizaron adaptaciones del ciclo con éxito. Los actores, por ejemplo, independientemente de si son protagonistas o secundarios, cobran por cada capítulo repetido el valor de un bolo mínimo de unitario, que actualmente está fijado en 780 pesos. Además reciben un porcentaje mínimo por la venta del formato al exterior. Es tan injusta la situación que en una ocasión los actores consiguieron que el canal les diera, a cada uno, un auto 0 km como compensación.

“Aunque nosotros fuimos los creadores de la idea y del piloto, la plata la puso Telefe y el canal tiene todo el derecho a repetirlo doscientas veces. Pero creo que es algo que hay que rever, porque el actor trata de manejar su carrera en función de no exponerse tanto, de saber cuándo parar la pelota en la tele, pero después te repiten todos los años el programa y no hay planificación que valga”, se queja D’Elía. Por su parte, Fiore refuerza esa teoría profesional de su compañero. “Lo que me sucede todo el tiempo es que la gente me sigue parando en la calle para comentarme alguna escena o capítulo de Los simuladores. Salgo de una función en el teatro, veo gente que me espera para saludarme, pienso que es por la obra, ¡y me hablan de Los simuladores! Es muy loco, porque pasaron diez años y la gente sigue viendo el programa. Es un ciclo que nos marcó a todos. Por más que cada uno hizo muchas otras cosas, en el imaginario social seremos siempre los protagonistas de Los simuladores”, subraya.

El futuro de la brigada

El abrupto final de Los simuladores a fines de 2003, en pleno éxito de audiencia, se debió a cuestiones artísticas, a nuevos rumbos solistas que los amigos quisieron emprender. Sin embargo, la presión de los televidentes por un regreso del cuarteto de simuladores justicieros, alimentada por las repeticiones infinitas, vuelve recurrente la posibilidad del reencuentro. ¿Es posible? “Cada vez que nos vemos surge el tema. Calculo que eventualmente haremos algo, una tercera temporada o una película. La verdad es que más allá de coordinar nuestras agendas –que no es un problema menor–, hoy por hoy no hay demasiados obstáculos. Yo siento afecto por todos. La energía de ese grupo, aun con las diferencias que pudimos haber tenido, fue fundamental para que el programa saliera como salió”, cuenta Szifron. Fiore da un paso más: “Siempre quedó pactado de palabra que si no estamos los cinco, no se volverá a hacer. Hace unos meses nos juntamos y surgió como posibilidad más firme hacer una película”. En la mesa de un restaurante, otra vez el grupo comando empieza a planificar una nueva misión. Ojalá sea con final feliz.

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