Sáb 05.09.2015
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TELEVISION › SIGNOS MUESTRA MEJORES RECURSOS TECNICOS QUE NARRATIVOS

Venganza, sangre y astrología

La serie que emiten El Trece y TNT se enmarca dentro del policial, pero no logra desarrollar el suspenso. Y aunque se destaca el elenco, encabezado por Julio Chávez, el programa corre el riesgo de ser un híbrido entre el género y el registro costumbrista.

› Por Emanuel Respighi

“Los nacidos bajo el signo de Géminis tendrán una semana crítica en sus vidas. Reunión familiar: reencuentro con los afectos más cercanos. Los hermanos que estaban alejados se reunirán en un abrazo eterno. Salud: tenga cuidado con los objetos cortantes.” El horóscopo del día para los que nacieron entre el 21 de mayo y el 21 de junio, incluido en la revista del pueblo, parece ser la llave para la investigación de una serie de asesinatos que sacudió de su sosiego habitual a los habitantes de San Rafael de Los Penitentes. La lectura –casual– de la agobiada mujer policía encargada de resolver el caso ocurrió hacia el final del episodio presentación de Signos, la flamante serie de ficción de El Trece (miércoles a las 23) y TNT (jueves a las 22). En clave de policial, conjugando la venganza con la sangre y la astrología, el debut de la ficción protagonizada por Julio Chávez mostró mejores recursos técnicos y artísticos que narrativos.

Una concepción más o menos universal incluye dentro del género policial a todo relato que, por medio de la deducción lógica, identifica al autor de un delito y revela sus móviles. El género se caracteriza por presentar un crimen cometido en circunstancias misteriosas por un autor desconocido. Su principal atractivo es, sin dudas, la dosis de intriga y tensión que el proceso de investigación mantenga en los espectadores, los cuales conocen apenas algunos hechos y desconocen muchos otros. Los cabos sueltos y los elementos que el relato sugiere pero no confirma hasta el desenlace final parecen ser la clave de un género que debe insinuar mucho más de lo que muestra. El relato de Signos se enmarca dentro del policial, pero –al menos en su episodio debut– no logró mantener en su desarrollo un aspecto fundamental del género: el suspenso.

La historia escrita por Carolina Aguirre y Leonardo Calderone (Farsantes) se centra en la vida diaria de un pequeño pueblo, de esos en los que todos creen conocerse y en los que el tiempo parece haberse detenido en la rutina insulsa. Uno de los habitantes más conocidos y respetados es Antonio Cruz (Chávez), el médico calmo y siempre predispuesto a atender las urgencias de quienes lo paren en la calle o se presenten sin turno, en el consultorio de su casa o en el hospital. Antonio es el arquetipo de hombre de pueblo respetado y querido, dueño de una reputación intachable, esposo de una mujer que quedó muda producto de un ACV. Sin embargo, Antonio guarda un profundo dolor: el trauma infantil por haberse quedado sin su madre cuando era un niño. Un hecho trágico que, en su visión, involucra a muchos de sus vecinos, quienes condenaron lo ocurrido al olvido. Cuarenta y seis años después de la muerte de su madre, Antonio decide vengarse en silencio y sale a matar. No asesina a todos; sólo a algunos. Y lo hace de a uno por signo del zodíaco.

El día en el que Antonio decide dar comienzo al siniestro plan, que adobó durante casi medio siglo, no es cualquiera. Tiene que ver con –componente astrológico mediante, tan subrayado como obvio– los 28 años en que Saturno tarda en girar alrededor del Sol y, por ende, finalizar un ciclo en el zodíaco: eligió hacerlo el 2 de junio, el día de la fiesta del pueblo. “Cuando llega a ese punto inicial es momento de ponerse serio, en el que uno tiene que hacer lo que debe hacer: justicia. Y eso es lo que vine a hacer”, le dice Antonio al cura del pueblo, cuando en el confesionario le cuenta que mató a su hermano y también lo matará a él. El sentido estético-astrológico de la venganza se materializa en que ambos cuerpos son dejados, entrelazados como el símbolo que distingue a los geminianos, en el campanario de la iglesia. El toque final del plan es que a ambos cuerpos no los descubre la policía sino todo el pueblo, cuando la procesión religiosa de la festividad ingresa a la iglesia como indica la tradición.

El revuelo que semejante hecho ocasiona entre los habitantes da lugar a que se dispare el famoso “pueblo chico, infierno grande”, en el que la histórica confianza se transforma en sospecha. ¿Quién de todos esos habitantes que se conocen desde siempre habrá sido capaz de ejecutar semejante asesinato? Los encargados de dilucidar el misterio detrás de esos primeros crímenes de muchos que vendrán son Laura (Claudia Fontán), la policía hermana de Antonio, y Pablo (otro papel destacado de Alberto Ajaka), un fiscal canchero del pueblo vecino. Junto al comisario (Roberto Carnaghi), ellos deberán resolver el complejo caso, con un agregado: Laura y Pablo están separados desde hace años y, entre ellos, parecen haber quedado muchos temas pendientes. Como en tantas otras series, la trama combina la investigación de los crueles crímenes con la tortuosa relación de los detectives.

Entre los aspectos destacables de la primera aproximación a Signos hay que señalar el impecable trabajo técnico-artístico. El elenco, encabezado por un Chávez que vuelve a demostrar su capacidad en la composición de ese médico tan parecido al resto de sus vecinos pero a la vez tan diferente, mostró pinceladas de personajes con potencial (desde Leonor Manso a Luciano Cáceres, además de los mencionados). La puesta de cámara de Daniel Barone, con una bella fotografía que incluye escenas encadenadas en un mismo plano, le imprime dimensión perturbadora a ese pueblo. La serie está filmada casi totalmente en exteriores, y la utilización de tomas aéreas como separadores y el trabajo de pos producción para ralentizar el ritmo muestran un trabajo de producción que nada tiene que envidiarles a las muchas series estadounidenses que se pueden descubrir en la serie como “inspiración”.

Este primer episodio de la producción de Pol-ka y Turner sirvió para sentar las bases de una historia que aún tiene herramientas como para agudizar lo “no dicho”, para darle rienda suelta a lo sugerido, a lo insinuado. Un aspecto que podría ayudar a incentivar la intriga de los televidentes es reforzando el registro de género, desechando cierta tendencia hacia el costumbrismo que –tal vez por “defecto” de la casa productora– se observó en el primero de los 16 capítulos de Signos. La intromisión de elementos o situaciones humorísticas (la inclusión de un chivo resultó incomprensible) hace que, por momentos, la tensión del relato se desvanezca innecesariamente. El riesgo de construir un híbrido entre la propuesta de género y el registro costumbrista parece ser el mayor obstáculo que enfrenta Signos de cara a su futuro.

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