Jue 11.01.2007
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TELEVISION › LOS ESTRENOS DE VERANO, UNA APUESTA A LO CONOCIDO QUE DA SUS FRUTOS EN EL RATING

Carne, hechizos y un grupito de rehenes

Como para acompañar las altas temperaturas de este enero, la pantalla chica se recalentó para estrenar la cuarta versión del Gran Hermano –ahora conducida por Jorge Rial–, la remake local de Hechizada y la vuelta a la comedia costumbrista de Son de Fierro. ¿Algo nuevo bajo el sol?

› Por Julián Gorodischer

Este martes volvieron la casa del encierro de Gran Hermano en su cuarta edición, con más rehenes que otras veces; la historia de la bruja casadera, sólo que con claque nacional y el protagónico de la única actriz oficial de sitcoms (Florencia Peña), y Son de Fierro, otra comedia costumbrista barrial que se asocia directamente a los viejos Gasoleros y Son amores, con el ingrediente de moda que se impuso en la temporada 2006: la inclusión de un clásico literario, aquí un Martín Fierro para principiantes para legitimar la misma historia remanida. De los estrenos, la comedia de Osvaldo Laport y Mariano Martínez demuestra eficacia para ganar audiencia (con un promedio de 22 puntos de rating) apelando a la textura de chicle que tienen las canciones del pop prefabricado, tan gomosa como cada nueva tira de temática familiar en la que lo viejo y conocido resuena como un mantra. Se renuevan los cuerpos fibrosos, los oficios profesionales y el signo de la trampa en el romance ocasional, pero nunca la estructura monolítica del clan.

La patria de Martín Fierro

Los guionistas de Pol-ka habrán pensado: ya que Telefé ensambló la trama de desaparición de personas con las andanzas de El Conde de Montecristo, ¿por qué no proponer otro pastiche que diluya jerarquías e inunde al campo literario de la tribu habitual en comedias televisivas? Lo que llega este verano, junto con Son de Fierro, no es sólo la repetición de la picaresca barrial de el grasa y su séquito, sino la implementación de un procedimiento de alto riesgo: hacer encajar los mitos de la argentinidad clásica (el gaucho, la carne, el clan migratorio) en la saga habitual de barrios iguales a sí mismos. Aquí, Martín Fierro le robó la china al niño rico y armó su familia rindiendo culto al ganado; machista, celador, controlador de su hija y su mujer, resolutivo a las piñas, creyendo más en el poder persuasivo de una buena res (para conseguirle un trabajo al hijo ciego) que en el dinero.

En la ciudad/pueblo de Son de Fierro (lunes a viernes a las 21.30), donde sólo hay casas bajas y donde el hijo mayor (Mariano Martínez, haciendo de ciego) está destinado a trabajar en el mismo colegio en el que estudió, se funden referencias inmotivadas a una argentinidad manifiesta en los cortes de carne, la música de Sandro, la presencia de un Isidoro tramposo y mujeriego (hermano de Fierro, Freddy Villarreal), la suegra como nueva rica insufrible (Dora Baret), la madre abnegada que deja la profesión por la crianza, todo licuado en un mundito afín a las aventuras guionadas por Manuel García Ferré, allí donde los signos de una idiosincrasia están para ofrecer apenas “una pátina” que se vincula más al relato de animación que a la ficción en la que intervienen humanos. No habría otra manera de contar a “la gran familia argentina” que mediante estereotipos, desde m’hija la dotora (Soledad Fandiño), al pobre pero honrado y al grito infalible de esa pollera está demasiado corta. El resto es un neopopulismo de ficción que no omite ningún aspecto de la retórica que fundó ese estilo: está la bonhomía del discapacitado, el rescate de la institución a escala barrial, la denigración del funcionario corrupto del Ministerio de Educación y la revalorización de información que provee la escuela primaria. Infaltable es la admiración e idealización del grasa televisivo (otra vez Laport), ya visto desde el Panigassi de Juan Leyrado al Tito Roldán de Miguel Angel Rodríguez, consagrado por su potencial dramático incuestionable a pesar de algunos fracasos, sólo hallable en la TV y confirmatorio de la espiral que organiza los temas y los estilos.

Conejillos full time

Gran Hermano 2007 permite seguir creyendo en el poder convocante de lo viejo (con un rating promedio de 24 puntos), esta vez con reformas que extreman la condición de conejillos de los 18 rehenes de este encierro. Ahora los llamarán por teléfono para comunicarles buenas o malas noticias, y tendrán que atender a riesgo de quedar todos nominados; podrán dormir en habitaciones mixtas, conducirán un programa de radio en la FM POP 101.5, tendrán gimnasio de día y boliche de noche, en una feria de atracciones tan cercana a lo monstruoso como un tren fantasma. Ese juego del parque de diversiones es el que resume la tortura light a la que los sometió el reto pedagógico de Jorge Rial (“Chicos, no me hagan gritar”/ “Chicos, estoy demasiado cansado”), elección que parece apropiada, a pesar de los furcios y la vacilación, para reforzar su carácter de estrellas repentinas, ahora ascendidas a la chismografía que sólo se reservaba a la farándula.

Cada vez más, la selección de carilindas y musculosos (remiseros, madres solteras, un boxeador, un futbolista y varios) es lo más parecido a un casting abierto para el teatro de revistas que vendrá después, acentuando la insinuación del locutor o el camarógrafo cada vez que dos conversan en un rincón y confirmando en cada intervención de la pesada (Griselda), el tímido barrial (Pablo) y el líder nato (Agustín) que, como el resto de los estrenos de la semana, Gran Hermano 2007 (lunes a viernes a las 11.30, 20.30 y a la 1) es, además de una narración adictiva, un comentario sobre la propia TV como poderoso dispositivo de clonación de la especie que la habita.

La jabru hechizó a la brujita

Samantha, la nacida en el ’64, era una brujita símil muñeca de torta de casamiento actuada impecablemente por una rubia llamada Elizabeth Montgomery, que sintetizó como pocas el emblema conyugal de una época. La comedia Hechizada dio testimonio de su tiempo, demostrando en ese hogar bajo techo a dos aguas que la vida familiar es magia. Samantha se acoplaba a la retórica publicitaria de su década, como una síntesis de esos matrimonios emprendedores de suburbio norteamericano, expresando en la cándida el valor aspiracional de toda chica casadera. Sin trabajo y encerrada a la espera del marido, la vida era igualmente puro embrujo y sorpresas. Si cada época expresó su signo a través de una sitcom repectiva (los felices ’50/’60 de Hechizada, los escépticos ’80 de Casados con hijos y los farandulescos ’90 de La Niñera), la televisión local exprimió sus temas, paisajes y recursos para reformularlo en una demostración más discreta del innegable poder histriónico de Florencia Peña.

Hechizada modelo 2007 (lunes a viernes a las 21.30, por Telefé) habla solamente del género en sí: su comentario no es sobre un tiempo y un lugar (sobre el mundo) ya que se sitúa en algún espacio no referenciado; ese paisaje extraño no delata un barrio privado ni un consorcio, sino que comenta una variable metodológica: así es la manera en que se adapta. En el camino, Samantha deja de ser la cándida para emparentarse directamente con la Moni Argento de Casados con hijos, igualmente desfachatada, mucho más afín al gag físico (devorada por una planta carnívora, impactando de cabeza contra la pared, estrellada contra la puerta de su cuarto) que la corporalmente aquietada bruja de Montgomery. El peinado no es el mismo (de un rubio prolijo que no se compara a la peluca obvia de la Argento) pero sí se parece el griterío y la gestualidad exacerbada, excepto para mover la nariz antes de cada hechizo (mohín que hace centro en la boca). El desfasaje con la edad del marido ayuda a verla como una consentida del papito, más nerviosa ante la salida del closet (el anuncio de que es bruja) que controladora de situaciones salidas de su cauce. Ya no tan naïf ni tan grotesca como sus precursoras (Flor Finkel y Moni), Samantha es menos la princesa suburbana que promovió el original que la sacada de quicio que el donjuán asocia a la pérdida de la soltería. La chica local es menos la brujita encantadora –que enriquece el matrimonio quebrando la rutina con embrujos– que la jabru que podría convertir la noche de bodas en una tortura y que siempre da lugar a la melancolía: esa invención de Tinelli y Maradona.

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