Sábado, 4 de junio de 2011 | Hoy
VIDEO › THE WALKING DEAD, PRIMERA TEMPORADA
Basada en un comic, la primera serie para TV sobre zombies fue adaptada y coproducida por uno de sus autores, Robert Kirkman, junto a Frank Darabont y Gale Anne Hurd, ambos con crédito de sobra en el campo de lo fantástico, el terror y la ciencia ficción.
Por Horacio Bernades
Toda una paradoja, tratándose de una serie sobre gente lenta –a los muertos vivos, se sabe, las sinapsis cerebrales no les dan para andar corriendo carreras físicas o mentales–, si algo caracteriza a The Walking Dead es su velocidad de transmisión. La serie debutó en Estados Unidos a fines de octubre del año pasado y el 1º de noviembre el canal Fox ya la estaba emitiendo en los países de habla hispana. En marzo salía en DVD allá, ahora lo hace aquí. En edición de tres discos, el sello SBP acaba de lanzar la primera temporada. La cantidad de discos puede llamar la atención, teniendo en cuenta que esa temporada duró la mitad de lo normal: seis episodios, en lugar de los acostumbrados trece. Sucede que los dos primeros discos traen tres episodios cada uno, quedando para el tercero una importante masa de extras. Masa que, teniendo en cuenta la brevedad de la temporada que cubre, bien puede ser considerada un exceso. Pero a no quejarse, que mientras se espera el inicio de la segunda temporada de The Walking Dead (1º de noviembre próximo, para toda Latinoamérica), no parece haber mejor programa que ver (o rever) la primera.
Series sobre vampiros hay, se sabe, un montón. Sobre zombies, ésta es la primera. Basada en un comic, fue adaptada y coproducida por uno de sus autores, Robert Kirkman, junto a Frank Darabont y Gale Anne Hurd, ambos con crédito de sobra en el campo del fantástico, el terror y la ciencia ficción. La Sra. Hurd produjo, entre otras, las tres primeras Terminator y la Aliens de James Cameron (su socio, hasta que se pelearon), mientras que Darabont escribió y dirigió las algo más discutibles Sueños de libertad, Milagros inesperados y La niebla. Aquí coescribe todos los episodios, al frente de un equipo de guionistas, reservándose la dirección del piloto. Piloto que, a partir de una premisa dramática propia de La dimensión desconocida, hace arrancar la serie bien alto. Tras sufrir un grave trauma, el protagonista pierde el conocimiento, despertando del coma en un hospital despoblado. Producto de la conmoción, no tiene idea de lo que le pasó o le pasa. En el hospital no hay médicos ni pacientes. Sólo muertos. Muertos en las camas, en los pasillos, en los ascensores. El problema es que muchos de ellos están vivos, y ya se sabe que si algo tienen los muertos vivos es hambre. Hambre de carne humana, claro.
Tanto el esquema dramático como buena parte del planteo visual de The Walking Dead remiten al cine catástrofe, con el grupo de sobrevivientes refugiándose en medio del campo, mientras en la ciudad todo son calles y edificios vacíos. Mezcla de cita al western y comentario irónico sobre su carácter anacrónico, en un momento Grimes entra a caballo a la ciudad vacía, con su sombrero de ranger. Pero son autopistas las que recorre, y no praderas. Hay algo de Lost, también, en ese grupo lleno de tensiones internas, refugiado en medio de un paisaje salvaje e intentando entender algo de lo que pasa. Pero es un Lost con gore. A intervalos regulares, The Walking Dead les hace lugar a esas clásicas batallas, estilo montonera, del cine de zombies, donde de lo que se trata es de apuntarles a la cabeza a los seres bamboleantes, tratando de voltear a tantos como se pueda, como si fueran patos en una kermesse. De apuntarles con escopeta, en caso de tener una, y si no de engramparles un buen pico, un hacha, cualquier cosa en medio de la frente. Si no se llega a hacerlo, los tipos empezarán a mordisco limpio, arrancando carne cruda como jaurías poco educadas.
Si todo lo anterior es parte de la rutina del cine de zombies –variante genérica que en el curso de los últimos dos o tres años parece haber agotado todas las masticaciones y evisceraciones posibles–, The Walking Dead se las arregla para inventar, a lo largo de su recorrido, alguna imagen o idea inexploradas. Una zombie se arrastra en medio de un parque, con su medio torso y sus vasos cortados. Para liberarse de una trampa, un tipo se secciona la mano, como casi al mismo tiempo lo haría James Franco en 127 horas. Para poder pasar ilesos entre las masas de zombies, sin que éstos adviertan que se trata de gente comestible, al héroe se le ocurre que no hay cosa más segura que oler a zombie. ¿Cómo se logra eso? Trozando a hachazos a unos cuantos de ellos, embadurnándose el cuerpo con sus tripas y vísceras, colgándose del cuello chinchulines de zombie... No será muy higiénico, pero funciona. Como funciona The Walking Dead, algo que esta edición se ocupa de ratificar.
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