VIDEO › “GUIA DEL VIAJERO INTERGALACTICO”
La apoteosis del disparate estelar
El film es la versión cinematográfica de un libro de culto. Un auténtico viaje.
Por Horacio Bernades
Uno de los libros de culto más notorios del último cuarto de siglo (en castellano la editó Anagrama) es una novela de esas que suelen considerarse infilmables, o casi. Paradójicamente, durante aproximadamente veinte años estuvo dando vueltas el proyecto de filmarla, sucesivamente descartado. Hasta que cayó en manos de unos jóvenes productores ingleses con experiencias en cine publicitario y videoclips musicales, que estaban con ganas de lanzarse a la realización. Estrenada a comienzos de año en los países del Norte, por aquí el sello Gativideo la edita en estos días en video, con un título bastante respetuoso del original. Guía del viajero intergaláctico es el nombre que lleva, en la Argentina, The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy, que en la traducción perdió apenas el dato (no carente de importancia) de que esta guía imposible está dirigida, específicamente, a quienes hagan el periplo a dedo.
A Douglas Adams –que figura además como uno de los productores y guionistas de la Guía del viajero intergaláctico– está dedicada esta versión cinematográfica. Adams no es otro que el inventor de la guía, fallecido en el 2001, cuando estaba embarcado en su traslación a la pantalla, proyecto con el que soñaba desde hacía rato. No sólo él: Ivan Reitman (director de Los cazafantasmas), previsiblemente Terry Jones (ex miembro de los Monty Python y director de todas las películas del grupo), Jay Roach (realizador de las Austin Powers) y hasta James Cameron y uno de los integrantes del grupo The Monkees fueron algunos de los que, desde comienzos de los ’80 para acá, se postularon para ponerse al frente del proyecto. Originalmente, The Hitchhiker’s ... no fue una novela, sino un programa radial de la BBC, que derivó luego en álbum conceptual, producción teatral y sitcom televisiva.
No sólo el objeto sino su autor se caracterizaron por su tendencia a la ramificación. Después del megaéxito, Adams creó un juego de computación llamado Starship Titanic, coprodujo un nuevo programa de radio y consiguiente libro (Last Chance to See) y hasta desarrolló una enciclopedia casera en Internet, “mejor que todas las conocidas, ya que está escrita por tipos como vos”. La idea de que el que la concibió fue un tipo “como vos” y la propia fascinación por las enciclopedias están en la base del fenómeno Hitchhiker’s, y quien jamás haya oído hablar de él tendrá ocasión de verificarlo con sólo ver la película. Que empieza como si fuera un documental de Animal Planet: con unos delfines haciendo piruetas, y la voz de un narrador (Stephen Fry, protagonista de Wilde) explicando que la humanidad jamás entendió que el sentido de esas monerías delfineras era avisar que abandonaban la Tierra, ante la inminencia de un cataclismo. Los delfines moviendo sus aletitas, mientras una canción repite adiós, adiós, es sin duda uno de los momentos más graciosos de esta apoteosis del disparate que es la Guía del viajero intergaláctico.
Protagonizada por actores ingleses (el protagonista es Martin Freeman) y estadounidenses (el siempre hiperexcitado Sam Rockwell, la sublime Zooey Deschanel, un John Malkovich luciendo su más perversa sonrisita), la Guía ... es como si Star Wars y Viaje a las estrellas hubieran caído en manos de unos Monty Python inspirados de a ratos. Todo comienza con la “demolición” de la Tierra para construir una nueva autopista hiperespacial, y de allí es el viaje a través de la galaxia, a cargo de un tipo más común (y más londinense) que Wallace, el compañero de Gromit. A su alrededor nada es común, desde el Presidente de la Galaxia (que Rockwell encarna como si fuera un divo del rock ligeramente descerebrado) hasta su enemigo jurado (Malkovich), pasando por un robot que parece un R2D2 depre. Y un bestiario espacial lleno de monstruosidades, pilosidades y extremidades.
El origen radial y la vocación enciclopédica se dejan ver en el carácter fragmentario, espasmódico, de personajes e incidencias, en algunos casos más cómicos que en otros. El recital poético como tortura (a cargo de los espantosos vogones), la conversión de los protagonistas en sofás y muñequitos de lana, la juguera que hace funcionar el cerebro de Sam Rockwell y la ballena perdida en medio del espacio (que mientras cae descubre la capacidad de autorreflexión) son algunos highlights de este despatarre estelar. Al que tal vez algunos consuman con ayuda de las mismas sustancias con las que Douglas Adams lo habrá creado, cuando los ’70 se despedían para siempre.