CINE
Cuando se presentaron los discos de Café de los maestros, usted dijo que no había encontrado en la Argentina la recepción que merece un proyecto como éste. ¿Sigue pensando igual?
–Sí. Ni con el disco ni con el concierto del Colón. Sí con la gente. Pero los medios que cubrieron el Colón, para mí, fueron patéticos. En la mejor tradición argentina de sabotear ciertas cosas. No reflejaron ni por asomo lo que fue ese concierto: histórico. Difícilmente se vuelva a dar otra vez, tener a toda esa gente junta arriba de un escenario. Yo estuve ahí. La gente lloraba, desde Andrés Calamaro hasta mi madre, desde León Gieco o Vicentico hasta la señora de barrio. El sonido fue increíble, y la música obviamente que también, a cargo de estos monstruos. Ahora por suerte en la película se puede recordar en imágenes lo que se vivió. ¡Pero fue grosso lo del Colón! Y eso no se reflejó.
–¿Y qué pasa, según usted?
–No se dan cuenta, o les pasa por arriba como un jet, o no se bancan la potencia de las cosas. Eso es muy de acá, lo tomo como una característica argentina. Pero eso nunca me ha frenado para concretar nada de lo que quise hacer, porque hay mucha gente que sí lo aprecia. Tenemos cierta cosa de autosabotaje los argentinos, además de un problema con la memoria. Por eso con la película estamos abiertos y sabemos que estamos mostrando un producto en la Argentina, y que más de uno estará buscando qué le puede encontrar, en lugar de gozar con lo que hay. Y esta película no pretende enseñar nada a nadie, ni cambiar la historia del cine ni ser perfecta. Teníamos trescientas horas y se podrían haber hecho cincuenta películas diferentes. Hicimos una, que nos parece buena.
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