“No sé si Copi deja rastros en lo que escribo. Si los deja, está bien que así sea porque lo admiro mucho”, dice Daniel Link. “La mitad de lo que Aira escribe me gusta mucho y la otra mitad la detesto; tengo una relación rara con sus libros más infantiles, que me sacan bastante de quicio. Pero Aira nos ha enseñado ciertas posibilidades sobre la ficción que son importantes para la literatura argentina”, admite el escritor.

–¿Y Puig?

–No me molestaría en absoluto ser un heredero de Puig, pero también muchas veces me pregunto si eso no será un rasgo homofóbico: “Ah, mirá, una loca que escribe, cuál es la otra loca que escribe”. Puig era muy límpido, tenía ideas literarias muy potentes, y sobre todo muy claras, y las seguía a rajatabla. Yo no tengo una idea tan clara. Sí tengo una fascinación por la técnica, y Puig también la tenía, pero no sé si eso alcanza para decir que alguien es puigiano. A veces pienso: “Y sí, no me van a encontrar parecido a Soriano”, pero a lo mejor resulta que lo que hago es más parecido a Soriano o a Fontanarrosa, pero no se les va a ocurrir esa relación. De inmediato me relacionan con Puig. Y a lo mejor es cierto, eso no lo puedo negar, porque es una percepción exterior. Uno siente que lo que hace es tan característico, tan personal, aun cuando sea mentira, que necesariamente si un lector percibe marcas de Puig, lo acepto. Pero en todo caso, Puig, Copi y Aira no son una mala compañía. En los tres habría cierta idea de la literatura como espacio de felicidad que comparto. Soy un admirador incondicional de Kafka, pero era un tipo que la pasaba mal cuando escribía. Yo no; a mí me gusta escribir, la paso bien, disfruto mucho el proceso de escritura, no así la publicación y todo lo que viene después, que me llena de inseguridad, de terror. No me gusta la exposición, íntimamente preferiría que esa parte no existiera. Pero no sufro cuando estoy escribiendo. Aunque tenga problemas para resolver ciertas cosas, no los vivo como una condena.