Miércoles, 17 de diciembre de 2008 | Hoy
LITERATURA
La mímica de los sordomudos me repugna. Hace años hice una lista con las cosas que me asqueaban, pero después me di cuenta de que lo que había hecho era una tabla de resentidos, con varias escalas según la falla, y la titulé igual: “Tabla de resentidos”. La anoto en presente porque creo que sigue teniendo importancia: el primer lugar es para los rengos, no hay nada más atravesado que un rengo. Son irrecuperables. Después están los petisos, que tapan el resentimiento con prepotencia y soberbia. Siguen los sordos, que tienen un resentimiento disimulado en el malhumor; a continuación vienen los sordomudos, un poco menos infames porque el resentimiento lo disimulan entre varios. Si uno les presta atención va a notar que los sordomudos casi siempre andan en grupo, por eso aparecen más llevaderos. Pero hay que desconfiarles: llevaderos en plural es palabra peligrosa. Los resentidos del quinto lugar son los paralíticos, que se hacen los amables pero son controladores y dominantes, de lo peor. Siguen los ciegos. Se manifiestan cálidos y babosos, pero siempre traicioneros. Un baboso que no ve es doblemente baboso. A los mancos de nacimiento nunca los anoté porque es una variedad rara, pero yo conocí a uno con el brazo esmirriado y reseco que era puro rencor. Robertito se llamaba, aunque el diminutivo se lo pusimos por temor... En los mudos solos me anoté yo: Rolando puse y nada más.
Fragmento de La cisura de Rolando (El Ateneo).
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