Domingo, 10 de mayo de 2009 | Hoy
LA PRESENTACIóN EN LA FERIA DEL LIBRO
El viernes, Papeles inesperados fue presentado ante una pequeña multitud en el predio de la Rural. Aquí se ofrecen algunos fragmentos de la ponencia leída por el escritor Martín Kohan.
Por Martín Kohan
“¿Por qué habría de negarme al testimonio de quien, al menos en apariencia, supo escribir después de muerto?” La frase es de Julio Cortázar y consta en “La daga y el lis. Notas para un memorial”, el primero de los textos que componen este volumen de Papeles inesperados. Se me ocurre que bien podría presidirlo o valer como una especie de epígrafe. Por qué negarse al testimonio de quien, al menos en apariencia, sabe escribir después de muerto. Y no porque debamos suponer que la aparición de papeles póstumos convoque ninguna clase de trascendencia, ningún más allá de la muerte, sino más bien por un aspecto bien terrenal, muy concreto y definido: que a Julio Cortázar mismo, es decir a su literatura, se lo suela dar por muerto con sospechosa recurrencia. Se ha dicho más de una vez que envejeció mal, que ha caducado, que ha fenecido, pero es la propia recurrencia de tal postulación, esto es su necesidad de reaparecer, lo que indica su limitación. Así como aparece se desvanece. Y es por eso que precisa reaparecer y eso para volver a perderse. Tal vez por una razón fundamental: el testimonio de que Cortázar, aun después de muerto, es decir de ser dado por muerto, demuestra que sabía escribir.
(...) No hay en los materiales que integran Papeles inesperados ninguna huella de descarte. Es como si hubiese sido el azar lo que los relegó a la publicación coyuntural o a la falta de publicación. Y qué otra cosa puede haber más cortazariana, en definitiva, que esta condición inefable del objeto encontrado. Alguno de estos textos importan por su rareza, por la curiosidad que despiertan, por ejemplo el del discurso escolar, de 1938, o el del discurso para maestros, de 1939. Otros revitalizan polémicas, las polémicas que en su oportunidad motivaron su adopción de la ciudadanía francesa, su exilio en Europa o su Libro de Manuel. Otros valen como testimonios de su involucramiento con Cuba o con El Salvador, o de la decisión de denunciar a las dictaduras de la Argentina y de Chile. Algunos afirman el compromiso más allá de la literatura y otros lo buscan y lo exigen más tarde en la propia literatura, revisando la posición anterior. En muchos brilla el mejor Cortázar, en el ejercicio con un español arcaico de “La daga y el lis”; en los juegos de la escritura y de lo escrito en “Teoría del cangrejo”, en los juegos de la lectura y lo leído en “Secuencias”.
(...) Están los tópicos de Cortázar: la figura del tercero incluido o excluido en “Los gatos”, como la vimos en “Las puertas del cielo”; el manuscrito hallado de “Manuscrito hallado junto a una mano”, como antes lo vimos en “Manuscrito hallado en un bolsillo”; el otro tiempo del encierro y de la enfermedad en “Hospital blues”, como alguna vez leímos en “Torito”; los juegos de infancia y los suburbios otra vez en “Los gatos”, como antes lo leímos en “Los venenos”. Está Lucas y están los cronopios. Están los rasgos de estilo, el coloquialismo antirrealista, el absurdo dicho indirecto libre; están la ruptura de la lógica causal, el enrarecimiento de las normalidades, el mundo onírico tocando el mundo real, la desmesura de las pequeñas causas que desencadenan grandes consecuencias, el hallazgo de lo más insólito brotando de lo más común, el ver como por primera vez (...) Está Cortázar, el mismo Cortázar, con esa utopía tan suya de que lo nuevo pueda existir sin agotarse. ¿Por qué habría de negarme al testimonio de quien, al menos en apariencia, sabe escribir después de muerto?
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