Sábado, 16 de mayo de 2009 | Hoy
LA CRONOLOGíA DE LOS ESTóMAGOS PARLANTES
Según la Enciclopedia Británica, hay pruebas que sugieren la existencia de ventrílocuos ya entre los antiguos egipcios. Los griegos los llamaron engastrimanteis, algo así como “profetas de la panza”, ya que se tenía la falsa creencia de que hablaban con el estómago. A su turno, los romanos optaron por una combinación de la que deriva el vocablo castellano, usando las palabras venter (vientre) y loqui (hablar). También hubo variantes de Chasman entre los zulúes y los maoríes; así como entre los esquimales, los chinos, los hebreos y los pueblos de la península india.
En la Edad Media europea muchos ardieron en el fuego, en parte porque el papel maché y la madera son inflamables; pero más específicamente porque se consideraba que la habilidad de “invocar” era propia de brujos. Y no fue hasta mediados del XIX que el showbusiness vio el potencial que tenía la movida: según el investigador Marcelo Melison, los primeros registros escritos de estas actividades en el Río de la Plata se detectan hacia 1859, con la visita de un tal Carl Herrmann. Dos décadas después se anunció el desembarco de Bosthrvick Raid, quien anticipó que “conversaría con el general San Martín” desde las tablas. El 14 de diciembre de 1878, el diario La Prensa publicó que la Municipalidad “desearía de una vez por todas que desaparecieran estos espectáculos, que tienden a relajar el espíritu público”.
Los detractores debieron comerse las quejas. Paulatinamente, cabarets y circos fueron incorporándose a la tendencia. Fred Russell (1862-1957) fue el primero en hacer ventriloquía con una figura en las rodillas. Fue un suceso. Luego, la TV y la pantalla grande ampliaron el campo laboral. En la tele argentina, los pioneros fueron Emilio Agudiez y su Don Pánfilo. Entre sus sucesores estuvieron Chasman y Chirolita –verdadera apoteosis del género–; y Wilson y Panchito. Wilson todavía vive y se rumorea que hace funciones para sus vecinos en un geriátrico de Belgrano.
El tono dominante en el cine fue el terror. Probablemente porque el buen ventrílocuo logra darle “espíritu” a lo que minutos antes estaba inerte, y eso no deja de resultar impresionante. Hacia 1900, Georges Méliès coqueteó varias veces con la idea, en lo que fue el primer eslabón de una cadena que siguió con producciones como The Great Gabbo (James Cruze, 1929), Devil Doll (Lindsay Shonteff, 1964), Magic (Richard Attenborough, 1978) y Dead Silence (James Wan, 2007). Otros ejemplos se distanciaron del registro siniestro, como Knock on Wood (Melvin Frank y Norman Panama, 1954) o la más reciente Dummy (Greg Pritikin, 2003). Si Chirola algún día sale libre, seguro tendrá su film.
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