Martes, 18 de agosto de 2009 | Hoy
TEATRO › DETALLES DE UNA PUESTA DESPOJADA Y CONTUNDENTE
Las puestas de Londres y Buenos Aires cuentan con el mismo director Jamie Lloyd, misma escenografía y vestuario de Soutra Gilmour, y mismo diseño de luces de Neil Austin. Es la producción original del Teatro Donmar Warehouse, una prestigiosa sala del off para unas doscientas personas, donde Piaf se presentó durante seis semanas a sala llena antes de pasar a un teatro más grande del West End. Lloyd viajó a Buenos Aires para la selección final de los actores, ensayar con ellos y extraer lo más propio. Un proceso que duró casi dos meses. Obviamente el espectáculo tiene similitudes con la obra inglesa, pero la versión porteña tiene su sabor local, evidente en los matices y colores de los personajes.
Con dirección musical de Alberto Favero, el espectáculo no se apoya en un impactante despliegue escenográfico, efectos especiales ni estallidos de luces y sonido. El corazón del espectáculo son las interpretaciones y la intensidad de las relaciones que los personajes tejen en escena. Las dimensiones acotadas del Teatro Liceo encajan a la perfección con esta pequeña obra de arte. En una sala que conserva su estilo con palcos dorados y butacas de terciopelo rojo, sobre el escenario apenas hay unas paredes ennegrecidas y deterioradas como única escenografía. Remiten al fondo de alguna calle parisina, bar u hospital donde transcurre la vida de la protagonista, desde la adolescencia hasta su muerte. Todo lo hace el elenco y unas luces que acentúan el dramatismo y sugieren distintos tiempos y espacios. Piaf es eso: un escenario pelado de tonos oscuros y un personaje en carne viva que grita sus deseos de vida, amor y éxito. Es que la obra de Pam Gems muestra una mujer que es pura emoción exaltada, que conmueve por la transparencia con que expresa su mundo interno, casi como una niña totalmente expuesta que no disfraza nada. “Necesito un hombre... Detesto estar sola... Esa caminata hasta el micrófono es como ir de acá a la China... Soy una puta de Belleville”, dice la protagonista en distintos momentos. Y esta sinceridad tal vez sea una de sus marcas más personales.
Piaf está hecho de contrastes: la belleza del canto y la destrucción del cuerpo, lo sublime y lo sórdido, el dramatismo y el humor. Porque Edith nunca se engañó, nunca olvidó sus raíces. Volvía a cantar en las calles y se descostillaba de la risa cuando alguien le tiraba una moneda y señalaba su parecido con la Piaf. Y se reía de su suerte. El escenario del Liceo es un viaje al París de los barrios bajos, de la humedad y las carencias, del boxeo (su gran amor fue el pugilista Marcel Cerdan, en una escena de intensa teatralidad) y de la guerra. Junto a Elena Roger actúa un impecable elenco formado por Julia Calvo (encantadora como su desfachatada amiga Toine), Natalia Cociuffo, Pablo Grande, Romina Groppo, Gustavo Guzmán, Angel Hernández, Diego Jaraz, Federico Llambí, Eduardo Paglieri, Rodrigo Pedreira, Martín Andrada y Néstor Sánchez. Las funciones son de miércoles a sábado a las 20.30 y los domingos a las 20 y 22.30 en la sala de Rivadavia y Paraná.
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