Lunes, 25 de enero de 2010 | Hoy
CULTURA › OPINIóN
Por Félix Bruzzone
“De golpe, el sonido de un avión bajando parece quebrarle la cabeza.”
En 2003 empezó a reeditarse buena parte de la obra de Briante: si de algo sirven esos trabajos póstumos es para dar hijos como yo –un verdadero caído del catre–, parido por Briante en el preciso momento de abrir uno de sus libros, hace tan poco tiempo. Fue así: hojeaba novedades en Yenny –ese año, sin trabajo, leía libros enteros en las librerías, más en las que tienen sillas donde sentarse– y agarré Al mar y otros cuentos, donde se reúnen textos nunca antes publicados en libro. Alcanzaron las primeras frases, los primeros dos cuentos, para llevármelo. Después leí para atrás, me hablaron de él; Damián Ríos dice que Ley de juego tiene dos o tres cuentos perfectos, que eso alcanza para convertirlo en héroe; hace calor, la humedad baja despacio, es una nube sonriente, diciembre siempre es así, Leonel Livchits duda unos segundos y al final reconoce que Briante no debería pasarse por alto, etc.
Lo cierto es que héroe o no, algo para recordar o para olvidar, pronto adopto a Briante como padre, porque nunca es tarde para tomar a alguien por padre. No sé si concuerdo mucho con él, ni siquiera lo conozco demasiado. Un padre distante, debería decir. Pero si hay algo que un padre da, en algún momento, es una vibración, como un deseo de continuidad materializado en movimientos, sonidos: todos apenas perceptibles pero por eso mismo capaces de tocar lo más pequeño, lo atómico –lo subatómico, incluso–, y darle aliento. Un análisis posible: teoría de cuerdas y potencia vibrante en las frases de Briante. Porque vibra, Briante, y hace vibrar. Las mezclas, las disonancias, los largos párrafos cuidados como la seda y a la vez atravesados por el barro, el hollín, los papeles que vuelan con el viento, pesados, hasta engancharse en las púas de un alambrado.
Damián Ríos, otra tarde de calor, en Congreso, estira el hilo un poco más, lo vuelve elástico y habla del Briante poeta, amigo de poetas: “Kincón arranca muy bien, y después se tiene que poner a contar algo, más vale, pero lo que importa es cómo contar”. Le digo que conocí a Michele Guillemont. “La francesa”, dice Damián. Ella cuida la obra de Briante: un archivo permanente para una obra desperdigada. Horas podría hablar ella de él; y uno escucha esas cosas, parecidas al sabor de las peras maduras, entre maduras y arenosas, y trata de repetir para los demás, con el mayor entusiasmo, todas las proezas que Briante dejó por ahí.
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