Soy, como tantos, un culposo mal lector de Briante, pero también un deslumbrado admirador de los pedazos de su obra que me permití recorrer. Leyendo las perspicaces notas que le dedicaron en su momento Charlie Feiling o Sergio Di Nucci –entre otros– y recordando los comentarios de Luis Chitarroni cuando iba reuniendo los textos para los sucesivos tomos que fue editando Sudamericana, prefiero pudorosamente el molde –quedarme en el molde, digo– y remitir (me) y remitir a los demás a su lectura necesaria. Mientras tanto, me gustaría llamar la atención sobre la máquina de Briante. En la tapa de Desde este mundo, el libro que reúne gran parte –o lo principal– de su obra periodística entre 1968 y 1995, Miguel aparece apoyado en el instrumento. Y la palabra está bien, me salió así, porque parece la foto de un músico de jazz, que se las sacan siempre al piano o con el saxo o la trompeta en la mano.

El se hubiera burlado –respecto de la mordacidad de Briante, alguien sin duda contará o recontará sus comentarios relativos a la “pose de escritor”– de otros gestos usuales en circunstancias así: la mano o el puño en la frente pensativa con la vena debidamente marcada del mistificador preocupado; el fondo de biblioteca personal como ámbito y contexto específico, rasgo de la diferencia; el aire satisfecho junto a la pila o la fila de presas recogidas, logros estibados, del vendedor de libros. Así se hace ver y se veía Miguel: ni pensando antes ni ostentando después. Tampoco escribiendo a mano, gesto privado. Nada de eso: la máquina ni siquiera es suya. Apoyado, como el laburante en la pala; como el centrojás en la pelota. Escribir –porque era un escritor, Briante– como una actividad intransitiva y rigurosa pero sin solemnidades, un trabajo material con las palabras y los medios que, a veces, terminaba en un libro.

Qué linda máquina, qué buena foto. Qué grande, Briante.