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Jueves, 21 de octubre de 2010

TEATRO › OPINIóN

El origen de la fascinación

 Por Daniel Zaballa *

“Este será un estreno mundial”, nos dijo el nieto de Felisberto. Eso significa que tenemos el honor de hacerlo por primera vez, pero además nos enfrenta al desafío de llevar a escena un texto de este autor. Me he preguntado: “¿Es necesario hacerlo?”. Creo que el teatro es un ámbito privilegiado para contar a Felisberto, si bien es cierto que sus cuentos en el soporte literario respiran saludablemente. Por eso, no intenté transformar el cuento en una obra de teatro, sino contar ese mismo cuento con la mayor fidelidad posible a la escritura del autor, sin temerle al texto. Hay fragmentos de otros cuentos de Felisberto que han sido interpolados a “El cocodrilo” y, de esa manera, la historia del concertista-vendedor de medias se alterna con quien recuerda esa historia en un viaje en tren hacia una ciudad desconocida...

En el contexto en el que se desarrolla este cuento se genera la sustancia dramática: quien recuerda la historia es traicionado a veces por una mujer y su socio, quienes pertenecen al ámbito de sus recuerdos. Sabemos de la influencia que las mujeres han tenido en la vida del autor, desde el autoritarismo de Calita, su madre, hasta una de sus cuatro esposas, María Luisa Las Heras, con quien estuvo casado dos años y que, sin saberlo Felisberto, fue espía de una organización que con el tiempo se convertiría en la KGB. Siempre hay algo inquietante, misterioso, sugestivo, y la historia avanza desde un comienzo impreciso hacia un final incierto: el interés de los cuentos de Felisberto está en el proceso, en el viaje, y en esta versión y su puesta buscamos resaltar estas características. Incluimos fragmentos de sus composiciones musicales que han sido grabadas para el espectáculo por su nieto, el pianista uruguayo Sergio Elena Fernández, quien además participa con su propia música.

¿Cómo lograr en el espectador la fascinación que nos produce la lectura de un cuento de Felisberto? Ese es un interrogante que orienta nuestra experiencia. Por eso, creo que el intento resulta imprescindible y, además, porque es un modo de redescubrir a un escritor a quien todos coinciden en destacar y a quien, más allá de sus diferencias, no puedo dejar de relacionar con Macedonio Fernández o con Santiago Dabove.

Que Lorenzo Quinteros haya aceptado dirigirme en este proyecto no es un dato menor. Fue mi maestro en el Conservatorio, en la carrera de puesta en escena de la EMAD, y trabajamos juntos en El resucitado, con dirección de Roberto Villanueva, en el ’82, que reestrenamos hace unos años. Lorenzo es uno de los tipos que mejor piensan el teatro, nos conocemos bastante y el proceso de ensayos junto a Jorge Crapanzano –a cargo de la construcción de los objetos y los muñecos– y los actores Mimí Rodríguez y Gustavo Oliver ha sido tan arduo como placentero. Muchas personas, incluso muchos artistas, no conocen a este Felisberto, pero quienes lo han leído son incondicionales lectores de culto. Para unos y otros será una oportunidad de encontrarnos para compartir una ceremonia, como decía él, ‘que habían organizado los habitantes de la sala de Celina’, su primera maestra de piano.

* Autor de la versión y protagonista.

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