Domingo, 2 de abril de 2006 | Hoy
“Sin pudor –escribió el novelista y ensayista Jonathan Franzen en su libro Cómo estar solo– no existe distinción entre lo público y lo privado...”. ¿Qué sucede cuando la intimidad florece en los medios de comunicación, en Internet, en el cine, en la conversación cotidiana? ¿Acaso una revalorización de lo pequeño como narración alternativa a lo canónico? “También –reflexiona Franzen en su capítulo Dormitorio imperial– puede ser la prueba de que cada vez la información globalizada deja menos zonas por iluminar... Ahora, encajado entre publicidad de margarina y cruceros de famosos, el noticiero es un vestido de noche manchado; la tele no es nada más que el suelo del dormitorio. La reticencia se ha convertido en una virtud obsoleta. Ahora la gente te habla de buena gana de sus enfermedades, alquileres, antidepresivos. La historia sexual se cuenta en la primera cita, los empleados tutean unilateralmente a sus clientes, los camareros no sirven la comida hasta que no hayas entablado una relación personal con ellos y los entusiastas cibernéticos designan con un nombre inapropiado (foros públicos) unos pedazos de silicona grabada con los que un participante sin afeitar y con las piernas cruzadas puede comunicarse sentado sobre unas sábanas revueltas. ¿El mundo interconectado como una amenaza a la intimidad?”
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