Jueves, 1 de septiembre de 2011 | Hoy
CINE › SANTIAGO MITRE, RICARDO FéLIX Y ESTEBAN LAMOTHE, ANTES DEL ESTRENO DE EL ESTUDIANTE
El director y dos de los protagonistas dicen que el film explora el “micromundo” de la UBA porque es “un buen escenario para practicar un relato político en el sentido abstracto, donde no se metiesen las discusiones de la política grande”.
Por Ezequiel Boetti
Si la actual coyuntura no encontrara a la exhibición de cine nacional atravesando uno de los senderos más ripiosos de los últimos años, con decenas de films empolvándose en los estantes de sus productores y una grilla de estrenos que fluctúa semana tras semana, podría decirse que el lanzamiento de la ópera prima en soledad de Santiago Mitre el primer día de septiembre es una jugada calculada con frialdad e inteligencia de ajedrecista, mixturada con un pátina de ironía. Es que a exactamente tres semanas del Día del Estudiante se estrena una película cuyo eje temático es justamente la institución educativa más importante del país. La UBA, su geografía infinita, el crisol de criaturas que la recorren día tras día y fundamentalmente el entramado de agrupaciones que conforman el sistema político intramuros son el corpus de análisis de El estudiante, que se verá desde hoy y durante todo el mes en el Malba y la Sala Lugones del Teatro San Martín (ver aparte). “Había algo en todo el movimiento universitario que me gustaba para construir una ficción en base a filmar esos espacios arquitectónicos”, confiesa Mitre, uno de los cuatro directores de El amor (primera parte), entrevistado por Página/12 junto a dos de los protagonistas, Ricardo Félix y Esteban Lamothe.
Ganadora de los Premios Especiales del Jurado del Bafici y del reciente Festival de Locarno y seleccionada como una de las diez representantes de la Argentina en la sección City to City del inminente festival de Toronto, el film del guionista de Leonera y Carancho toma el punto de vista de Roque Espinosa (Lamothe), un joven del interior que arriba a la Capital con intenciones de abocarse de lleno al estudio académico. Intenciones que se esfuman cuando descubre que su vocación no está en el ejercicio intelectual, sino en la política universitaria. “La UBA es una especie de micromundo con una lógica propia, un lugar que se puede narrar como para referir a un lugar mayor. Contando bien los modos de esa institución se podía hacer referencia a otras instituciones más grandes, incluso el país”, reflexiona Mitre, antes de aclarar que El estudiante surge de la confluencia de su predilección por la legendaria institución con otros dos ejes. “Además de la UBA, me interesaba la vocación y los mecanismos que se ponen en juego para que una persona encuentre qué es lo que le gusta hacer y qué pretende para el resto de su vida. También la política como tema y entendida en toda su amplitud. Era una película sobre la iniciación política. Eso se juntaba con ciertos intereses que tengo casi como herencia. Vengo de una familia que siempre ha participado en política y se ha hablado sobre ella siempre.” El árbol genealógico del realizador incluye a un bisabuelo ministro de Agricultura de Hipólito Yrigoyen, un abuelo que se de-sempeñó como funcionario y embajador en el primer gobierno de Perón, y dos padres militantes de los ’70 y más tarde miembros del Frente Grande y Frepaso.
–¿Había algo más que le resultara atractivo de la UBA además de la arquitectura?
Santiago Mitre: –No sé si hay otra universidad pública con las características y la envergadura de la UBA. Por lo menos en Sudamérica no hay algo así. Y el modo en que se manifiesta la política es único: un entramado de agrupaciones que sólo existen en las facultades. Incluso no se repiten de una facultad a otra. Todo eso nos dio la posibilidad de construir un relato políticamente abstracto en el que se habla de agrupaciones que, más allá de que puedan identificar ideológicamente, no se sabe exactamente dónde están paradas. Era un buen escenario para practicar un relato político en el sentido abstracto, donde no se metiesen las discusiones de la política grande: ahí no existe el radicalismo, el peronismo, la izquierda está desmembrada en una infinidad de agrupaciones. Es un lugar único.
–¿Era imposible de filmar en otro ámbito académico que no fuera la Universidad de Buenos Aires?
S. M.: –No se podía no filmar ahí, aunque supongo que podía haberse trasladado a la Universidad de Rosario o Córdoba. Sí o sí necesitaba una institución pública donde la política esté muy presente. Quería que la película tuviese muchísima realidad en el registro. Es una ficción, pero muchas veces tiene una estrategia de documental para filmar. Sobre todo por una cuestión de producción: necesitamos tomar las locaciones reales, intentar mezclarnos con la facultad y filmábamos mucho con teleobjetivo y la cámara escondida para que la gente que pasaba no se diera cuenta de que la estábamos filmando.
–En medio del rodaje fallecieron Néstor Kirchner y Mariano Ferreyra, el militante del Partido Obrero asesinado durante una marcha de empleados ferroviarios. ¿Cómo se colaron esos hechos en la película?
S. M.: –Me esforcé por que la ficción no refiriera a ningún suceso político coyuntural porque eran demasiados. Quería hacer un relato más universal, que reflejase la época sin necesidad de pegarse a un hecho específico. Pero durante el rodaje empezaron a pasar una serie de cosas que me sorprendieron: desde una toma muy grande en la Facultad de Sociales hasta las tomas de secundarios, el asesinato de Mariano Ferreyra y todo el movimiento que generó en la facultad. Y a los pocos días, la muerte de Kirchner, que produjo una configuración nueva en el rol del peronismo dentro de la facultad (hasta entonces no tenía demasiada fuerza). Como las paredes de la facultad reflejan todo ese devenir medio extraño de la política argentina, producen una especie de diálogo con lo que sucedía en ese contexto.
–En una entrevista, usted aseguró que quería una película “ambiciosa, que contara muchas cosas”. ¿Cómo evitó que eso le jugara en contra?
S. M.: –Me preocupaba muchísimo, sobre todo antes de filmar. Me daba miedo porque me parecía que la película era demasiado grande para hacerse en el modo en que la íbamos a producir. Después nos encontramos con un contexto muy favorable. La gente de la facultad nos ayudaba muchísimo, nos habilitaba los espacios para filmar, las asambleas, nos avisaban de las manifestaciones, podíamos filmar en el bar lleno y en los pasillos, y nadie miraba a cámara. En un punto sentía que la película era muy barroca, pero después creo que no termina percibiéndose así. Es como si metiera muchas cosas, pero porque quiero contar todo eso: el traslado de la capital a Viedma, la imitación por parte de uno de los militantes del discurso de Perón, son cosas que yo quería meter. Digamos que para mí era una película “de tema”. La política era el centro, quería que fuera una ficción, pero que también pudiera referir a sucesos históricos.
–¿Y no teme por la recepción que pueda tener la película en relación a esa referencia política, a que se la critique no por razones cinematográficas, sino por cuestiones ideológicas?
S. M.: –Hasta el momento no sucedió. Es como una discusión sobre qué es el cine político. Hay mucha gente que confunde una película política con una militante, y yo me esforcé por hacer un relato político, que la película narrase una institución política y que tomase a la política como tema, sin entrar en las discusiones actuales. Hay mucha gente que opina que eso está mal y que hay que intervenir ahora porque es un momento definitorio del país. Bueno, ahí podemos estar en desacuerdo.
–Se habló mucho durante el Bafici sobre la oposición entre la vieja política que encarnaría Acevedo, el personaje de Ricardo Félix, y lo nuevo representado en Roque.
S. M.: –No sé si es lo nuevo, es más bien la juventud que se acerca a la política. No creo que sea la “nueva política”, porque el problema que tiene Roque es que no se acerca por ideología. No tiene ideas respecto de cómo se producen los cambios ni qué cosas deberían modificarse, sino que es un personaje del que se vale Acevedo, viejo zorro, para usarlo como una especie de pichón de puntero.
–Félix, ¿cree que su personaje tiene una visión desencantada respecto de la política y de tener que adaptar su ideología al sistema político?
Ricardo Félix: –No sé si desencantada. Creo que hay un montón de personas como mi personaje, que no necesariamente tienen que andar con un cuchillo en la boca y pueden ser personas encantadoras. No es una forma desencantada de actuar, sino la que él sabe manejar para obtener su propio beneficio.
S. M.: –No creo que Acevedo esté desencantado. Es alguien que todavía cree en sus ideas, pero también sabe que a veces hay que usar ciertas herramientas que no son tan lícitas o que son reprochables para lograr sus objetivos. Sus años de militancia lo han enfrentado con esos mecanismos que la política tiene y tuvo siempre.
–¿Y la película tiene una visión desencantada?
S. M.: –No, desencantada no. Sí una visión concreta que se centra en los procedimientos y en las herramientas que tiene la política: las alianzas, los pactos, las movilizaciones, los actos, la seducción, las relaciones de poder entre un dirigente y un militante de base. Pero sobre todo plantea cómo la política se apodera pasionalmente de las personas que la practican. Si uno ve a esos tipos, lo único que piensan es en política. O a Roque, que era un boludo que no sabía qué hacer de su vida, que empieza a militar y a transformarse en un político, y eso se apodera de él. Sí hay cosas que la película critica, pero lo que narra es la adrenalina que genera la militancia.
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