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Sábado, 15 de abril de 2006

CINE

CITA A CIEGAS

Por H. B.

Tras su definitivo alejamiento de Hollywood, el mítico Nicholas Ray (el de Rebelde sin causa, el de They Live by Night, el de Johnny Guitar) se retiró a dar clases, y de sus clases surgió We Can’t Go Home Again, que es su última película y no es del todo suya. Creación colectiva, hecha codo a codo con sus alumnos a lo largo de una década y completada finalmente en 1976, We Can’t Go Home Again no se parece en nada a una película “normal”. Guionada sólo en parte, en buena medida improvisada, se trata de una larga performance, filmada en variedad de soportes (16mm, 35mm y video). Ni siquiera el encuadre es fijo. Se trata más bien de un collage móvil, con frecuente utilización del sistema de “pantalla dividida”, que da entrada a todos los temas de los ’60 y ’70, desde la guerra de Vietnam hasta la política sexual. Y confirma a Ray como un adelantado, capaz de prefigurar, hace treinta años, lo que aún hoy es el futuro del cine.
(Hoy a las 14.30, en la sala Leopoldo Lugones.)

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“Quiero estar adentro tuyo”, le dice el protagonista a una amante ocasional, y esa misma parecería ser la intención de Lodge Kerrigan, director de Keane, en relación con el protagonista. Por esa razón la cámara no se despega jamás del actor británico Damian Lewis. De su rostro, sobre todo, obligando al espectador a una suerte de tour de force emocional. Porque algo no anda bien en esa cabeza, de tal modo que acompañar a Keane durante varios días de su vida, en la desesperada búsqueda de su hija, no es tarea sencilla. Según el padre, la pequeña ha desaparecido y no hay nada que indique lo contrario. Lo imposible es saber si fue eso lo que lo enloqueció, o ya estaba mal desde antes. Pero lo cierto es que el hombre no está bien. Con una crudeza visual que el cine estadounidense parecía haber perdido en los ’70, Keane es una película intensa, desolada y sin respiro.
(Hoy a las 17.45, en la sala 1 del Atlas Santa Fe.)

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Por L. M.

En Rock Hudson’s Home Movies (1992) el director y montajista neoyorquino Mark Rappaport logró, apelando a materiales ajenos, uno de los films más originales que se exhiben en el festival. A partir de imágenes de unas treinta películas protagonizadas por la estrella de Hollywood, fallecido en 1985 a causa de sida, Rappaport las resignifica y las expone como si fueran películas caseras del propio Rock Hudson, en las que queda clara su condición de gay, a diferencia de su imagen pública como uno de los galanes masculinos más populares de los años ’50 y ’60. Un ejercicio de análisis semiótico que descree del lenguaje académico para privilegiar, en cambio, el placer cinéfilo.
(Hoy a las 19.45 en la Alianza Francesa.)

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