Lunes, 20 de febrero de 2012 | Hoy
CULTURA
Otra faceta de la imitación es el transformismo. Es el mundo de los “panchos”: en la jerga, los agregados de goma espuma que acercan el cuerpo de un hombre al de una mujer. De día, Martín Fox es un peluquero de Avellaneda flacucho y con bigotes; de noche, tarda tres horas en conseguir parecerse a Moria Casán. “A las ocho me baño y empieza la transformación: maquillaje, pestañas, peluca, cadera, uñas postizas, cola, faja y lolas”, detalla. Arrancó en esto para ganarse el pan y ya hace trece años que está en la movida, en casamientos y en cumpleaños (incluyendo los de la diva). “Tenés gente que te dice: ‘Ay, un puto vestido de mujer, qué asco’. Pero tenemos huevos para bancarnos estar vestidos de mujer.” Literalmente. “Es un sacrificio bárbaro tener los testículos presionados todo el tiempo para que no se noten.”
“El mundo se te ríe de lo ridículo que quedás. Nadie puede creer que tengas esas piernas, ese rostro y esas caderas”, define la esencia del transformismo. Dice que también busca emocionar (al final se quita la ropa femenina y se muestra tal cual es). Ser transformista no es sinónimo de ser gay, afirma Martín, aunque a la hora de pensar las razones de su existencia diga que “todo homosexual nace usando los tacos de la mamá. Ayuda ser homosexual porque tenés otros tics, el modismo de caminar como mujer y el usar tacos”. Desde aquella primera vez que salió vestido de mujer –“me puse una peluca y una mini de leopardo y salí con una comparsa del Docke a putañear como todo gay”–, Martín es testigo de la transformación de la sociedad en su visión respecto de la homosexualidad. “A los 19 años tenía el pelo corte carré y me echaban de la mesa por ser un ridículo. Hoy van mis tíos y primos a verme”, dice a los 40.
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