Cuando tenían 16 años, Los Hermanos Abalos eran grandes cultores de nuestra música; Los Chalchaleros eran estudiantes secundarios cuando se formaron; Los Fronterizos también. Y Daniel Toro empezó a los 18 años. Es decir, siempre los jóvenes han estado cantando la música de nuestra tierra. No existe un auge de lo que llaman “folklore joven”. Yo soy amante de la libertad. Mi hijo a los 16 años quería ir a ver a Michael Jackson. Aplaudo la libertad de querer y amar la música, sin importar de dónde provenga. La música alegra el alma. Yo quiero a mi folklore argentino, mi canto, mi erquencho (instrumento de viento), mi caja y mi copla. Pero también hay que admirar a Roger Waters o a Charly García. La juventud es propia del folklore. Hay muchos jóvenes que cantan una zamba, con su estilo, y está bien. Yo los amo, los quiero y los admiro, pero yo sigo un camino tradicional. No podemos decir que la juventud está impulsando el folklore, porque nunca dejó de hacerlo. Todo el tiempo fue así. Desde que yo conozco el folklore, los jóvenes han estado detrás. El tema es que ahora hay más medios de difusión, antes todo era a través del “boca en boca”. Hoy, con la ayuda de la tecnología, la canción vibra de otra forma. Antes uno tenía que acompañar su canto con una vieja guitarrita, con una caja o una quena hecha con una cañita vieja que encontrabas entre medio de los cañaverales. Todo es válido. Y como decía un poeta tilcareño, “ojalá que mi canto atraviese los aires como venablo indio hasta donde termine la patria de las águilas / ahí, en ese infinito maravilloso, a donde va nuestro amor, nuestro corazón y nuestras ganas de cantar”. Y hacia allí va la juventud. Y me alegra que eso ocurra. Todos hemos aprendido desde chiquitos a cantar. La misión maravillosa de la juventud es conservar y reverdecer siempre a nuestro folklore.

* Músico jujeño.