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Miércoles, 25 de julio de 2012

CULTURA › OPINIóN

La Siempre Viva

 Por Teresa Gatto *

Se lleva la mano a la solapa y me dice: “¿Sabe qué son?”.

–No –respondo viendo en su saco un ramillete pequeño, bello, como de seda.

–Son siemprevivas, las preferidas de Eva.

Me quedo pensando. La dama que me lo dice la conoció mucho. Pero la ficción me toma por asalto y recuerdo a Santa Evita de Tomás Eloy Martínez y los innumerables ramilletes de flores que en su novela aparecerán, siempre cerca de donde se sospecha está su cadáver, mostrándoles a los captores del cuerpo que ellos saben, que sus grasitas saben que está ahí, que no será tan fácil llevársela. Que ellos están cerca porque están dispuestos a usar ese puente que ella misma dijo ser entre el Pueblo y Perón.

Una novela –me digo– excelente claro, pero Eloy Martínez trabaja el simulacro a la perfección. Simular es fingir tener lo que no se tiene, dice Baudrillard. ¿Y qué es lo que no se tiene? Esa Mujer es lo que es imposible de apresar (desde que Rodolfo Walsh en 1963 inaugurara la genealogía de la búsqueda). El dualismo occidental que piensa sujeto/ cuerpo no puede apresar el cuerpo de Evita que se niega a ser comprendido desde ese imaginario y que, en tanto inapresable, se convierte en secreto. Y sabemos que el secreto es un procedimiento que desde el policial ha generado numerosos nodos ficcionales. En Santa Evita la palabra cuerpo se reitera en más de cien oportunidades y éste como un grumo imposible de diluir, se convierte en materia novelable pero sigue siendo hermético, impenetrable. Si el cuerpo se resiste a ser narrado desde esa perspectiva dualista cuerpo/sujeto y casi por extensión, Civilización y Barbarie, de esa propia resistencia emerge un imaginario reprimido, el de las tradiciones populares.

Pero atravesamos un tiempo histórico que deja librado a la voluntad el quehacer y la elaboración de estas tradiciones y del que emerge, siempre inminente, un icono como Evita que, por proliferar en tantas manifestaciones artísticas que se superponen, mixturan, diluyen y añaden universos, llega a construir modelos de modelos. Pero aunque un icono sea un signo que mantiene su relación de semejanza con el objeto representado, por más intervenciones que se hagan sobre el signo Eva, siempre hay un sesgo reconocible que repone alguna sustancia alojada en el imaginario colectivo.

En la articulación de los discursos y sus consecuentes representaciones artísticas, la presencia y emergencia de Eva Perón ha sido un significante que infructuosamente ha tratado de ser llenado con el mismo sentido escurridizo de su propia sustancia conformadora. Lo que es indudable es que su aparición con el advenimiento del peronismo configuró un nuevo sujeto nacional que no sólo integró a muchos actores invisibilizados cuyas demandas heterogéneas encontraron un denominador común en un nombre y que éste fue el único modo que tuvieron para lograr que esas demandas dejen de ser diferenciales y se vuelvan equivalentes, ese nombre es Evita.

Condiciones históricas de construcción colectiva de la política, oportunismo coyuntural en otros casos, el arte y el mercado nunca anduvieron más entrelazados y la cartelera porteña de espectáculos y los anaqueles de las librerías revisionan a María Eva Duarte de Perón y la interpelan desde distintos lugares y con variados logros, estéticas y calidades. Pero ella emerge, porque sólo en las etapas de proscripción o dictadura fue silenciada. Es la Siempreviva.

Sesenta años se cumplen de su desaparición física, que tal vez sean los mismos del inicio del mito más proliferante de nuestra tradición. Podemos inscribirla en la leyenda del cuerpo femenino joven que se inmola, o es raptada, una Perséfone del siglo XX, que se sumerge en la oscuridad cuando desciende al inframundo al que fue condenada cuando su cadáver fue robado, siendo la primera desaparecida de nuestro triste devenir histórico. Pero no es lo mismo morir que entrar en la inmortalidad, entonces también la sabemos capaz de regresar como la hija de Deméter y convertir todo en primavera para que florezcan mil novelas, mil puestas, miles de performances y, por supuesto, mil flores.

* Crítica teatral. Investigadora independiente de género.

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Inevitable. Pasión y muerte de Eva Perón va los domingos en Espacio Liberarte.
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